Cacería ecologista en Isla del Coco
Las autoridades de Costa Rica permiten la erradicación de seis especies animales y cuatro vegetales que amenazan el ecosistema insular
Son rifles ecologistas. La paradoja tiene sentido. Hay demasiados cerdos, cabras, ratas y venados en Isla del Coco (Costa Rica), Patrimonio Natural de la Humanidad. Las especies invasoras devoran zonas del principal orgullo medioambiental costarricense. Hay que matarlos o el santuario natural se convertirá en una granja gobernada por los propios animales, como en la famosa obra de George Orwell. La ley y la Sociedad Protectora de Animales autoriza la cacería. El argumento de los ecologistas, las autoridades y los inversores es que hay que proteger esta isla del Pacífico.
Unas 1.000 especies naturales están bajo el asedio de seis tipos de animales y cuatro de vegetales, que han llegado a tierra a bordo de todo tipo de barcos, desde los conquistadores españoles y sus enemigos piratas, hasta bienintencionados costarricenses que quisieron "enriquecer" el territorio de 24 kilómetros cuadrados ubicado a 555 kilómetros de la costa de Costa Rica,donde priman las políticas medio ambientales.
Un presupuesto de 3 millones de dólares (2.046.330 millones de euros) y la ayuda de dos organizaciones ecologistas están detrás de las escopetas de precisión que, por ejemplo, intentan cazar cerdos con apariencia de jabalíes que al escarbar el suelo en busca de lombrices e insectos provocan la erosión del terreno.
"La cadena de distorsiones empieza y entonces nada es igual", explica a EL PAÍS el ingeniero Pablo Madriz, asesor del proyecto que financian el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Fondo Francés para el Medio Ambiente.
Un viaje de 40 horas es necesario para llegar hasta bahía Wafer, el punto donde desembarcaron bucaneros ingleses con sus gatos domésticos y ahora llegan pocos turistas y grupos de científicos que han seguido la ruta del francés Jacques Cousteau, que se refirió a la isla como "la más bella del mundo".
Los registros de científicos superan las 100 especies "extranjeras", pero son 10 las que más desequilibrio causan en el territorio que autoridades y grupos verdes promueven como una de las siete maravillas naturales del mundo en un concurso que se realiza por Internet. Aparte de los cerdos, cabras y gatos, unos 360 venados engullen los tallos tiernos de árboles nativos y provocan la deforestación, explica Madriz. Mientras, unas 210.000 ratas la emprenden contra muchos de los 114 tipos de aves propias de la isla cercana a Galápagos.
"Las especies propias no reconocen a estos depredadores porque nunca evolucionaron con ellos. Eso los hace vulnerables y cuando lo sienten el animal está atacándolos. Son especies autóctonas e ingenuas", explicó Madriz, quien advirtió que estos programas de erradicación se han aplicado también en otras islas oceánicas expuestas a las especies ajenas.
"Las especies invasoras podrían hacer que desaparezcan las especies propias de la isla y no podemos permitirlo. En la isla del Coco hay especies únicas en el mundo (...) Podría parecer contradictorio, pero el objetivo [de la cacería] es la protección de la isla", declaró al diario La Nación Fernando Quirós, director de conservación de isla del Coco, famosa por la fotografías de imponentes cataratas y por las historias de búsquedas de supuestos tesoros que habrían escondido los corsarios entre los siglos XVII y XIX.
En peligro, argumentan, están los perfectos balances que permiten el paso de miles de aves, el crecimiento de plantas endémicas que forman el bouquet verde con sus cataratas que desembocan en el mar donde la vida animal sí es auténtica. Tiburones martillo, tiburones ballena, mantarrayas y morenas son solo algunos de los ejemplares fotografiados hasta el cansancio por numerosos buzos turistas e investigadores, y codiciados por pescadores que intentan burlar la vigilancia de los guardaparques y las organizaciones ecologistas que colaboran con ellos. "Hay que tener cuidado. Los pescadores se esconden detrás de los islotes, tiran sus redes y se llevan parte de la riqueza marina", narra a la prensa Géiner Golfín, uno de los vigilantes.
Los vegetales usurpadores de otras tantas especies de vegetales están encabezados por el café, la maracuyá y la naranjilla. Estos dos últimos son frutos tropicales que fueron llevados para el consumo de los pocos habitantes que se han atrevido a habitar una isla lejana, con un clima impredecible. Uno de los culpables, se cuenta, fue el alemán August Gissler, que intentó establecer una compañía agrícola para abastecerse de alimentos mientras exploraban la isla en busca de los cofres repletos de monedas de oro que nadie ha encontrado aún.
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