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La democracia, de Iowa a Paquistán

El regreso del realismo político, abrazado abruptamente por los desengañados idealistas que rodeaban a Bush, todavía sorprende a algunas almas cándidas. Se trataba de expandir la democracia por todo el mundo. Había que obligar a la gente a que renunciara a la violencia y optara por las urnas. Lo que es bueno para nosotros es bueno para todo el mundo, se decían a sí mismos, convencidos ya antes de argumentar. En la hora del camión de la basura, cuando hay que recoger los cristales rotos y barrer los restos de esta fiesta desgraciada, vuelven los argumentos de siempre pero vueltos del revés. Se equivocaban entonces cuando defendían las elecciones como panacea (antes de que ganara Hamas, para entendernos) y se equivocan ahora cuando niegan validez a las elecciones que no arrojen el resultado apetecido (después de que ganara Hamas, para entendernos). Gaza y la discusión sobre aquellas elecciones queda ya muy lejos, pero Paquistán y Kenia no, y allí se ve con claridad meridiana que donde la violencia es un arma política lo sigue siendo con elecciones o sin ellas. Más aún: celebrarlas prende la mecha del barril de pólvora, tal como subrayaba ayer Francesc-Marc Alvaro en La Vanguardia.

El problema no son las urnas ni las elecciones. Christopher Hitchens ha escrito un soberbio artículo denunciando la corrupción y la escasa validez democrática de las elecciones primarias que se celebraron ayer en Iowa. Es muy probable que este acerbo columnista tenga razón, pero tiene poca o no la tiene toda: la pureza democrática de las primarias y de cada una de las elecciones que se celebran en Estados Unidos no debe analizarse bajo un microscopio, sino que tiene que ver con el funcionamiento del sistema en su conjunto y con unas reglas de juego aceptables por una amplia mayoría. El hecho en sí de depositar una papeleta en una urna, o de alzar el brazo para votar en una asamblea o caucus, y escoger así una opción entre varias, viene sucediendo y sucede en muchos países e instituciones, sin que sea obligadamente la prueba del nueve de la democracia. Es obvio que sin elecciones no hay democracia, pero no bastan las elecciones para hacer una democracia. Son muchos otros los elementos imprescindibles para que podamos reconocer que un sistema político es democrático: la separación de poderes, un poder judicial independiente, la transparencia del sistema, la capacidad de control y de impugnación por parte de los ciudadanos, la posterior capacidad de escrutinio sobre los poderes que se constituyen después de las elecciones, unos medios de comunicación poderosos y capaces de actuar de controladores, etcétera. Es decir, los famosos checks and balances, los controles y equilibrios entre los poderes separados del Estado, que han caracterizado a la democracia norteamericana a lo largo de la historia.

El equívoco es de peso. No se trata de exportar democracia mediante la celebración atropellada y de cualquier manera de un símil de elección. Lo que hay que exportar son los checks and balances, y esto, por mucho ánimo que se le eche, no consiste únicamente en tener un Gobierno electo como en Irak o en Afganistán, sino en contar con una sociedad viva, que es la que de verdad los pone en funcionamiento. No es el caso de Kenia ni tampoco el de Paquistán. Cuando las cosas no salen como el poder o los poderes fácticos en plaza desean, interviene la violencia y las urnas se convierten en un engorro después de haber sido utilizadas como espoleta. No puede haber democracia donde no hay paz civil ni seguridad de las personas. Las urnas pueden servir a veces para educar y llevar a la sociedad a tomar el camino del consenso sobre la regla de juego, pero en otros casos está bien claro que sirven o son utilizadas para lo contrario. Llevan razón quienes están planificando las operaciones de mantenimiento de la paz y de estabilización en lugares como Afganistán o Kosovo. No basta con poner sobre el territorio equipos militares que impidan los enfrentamientos entre facciones rivales, las acciones terroristas o la actuación de mafias y gangs de delincuentes. Hay que poner equipos de civiles que se dediquen a ayudar a construir una justicia, una seguridad civil y una economía que funcionen. Luego hay que poner en marcha las urnas, cuanto antes mejor, pero sin confundirse respecto al orden de prelación y al papel de cada pieza.

El asesinato de Bhutto es un golpe a la democracia, ciertamente, y ello basta para explicar las motivaciones de quienes lo perpetraron. Esta mujer era una esperanza, que difícilmente podrán renovar sus herederos. A pesar de las deficiencias de esa democracia dinástica, organizada desde distintas oligarquías políticas, religiosas y regionales, también la imperfecta convocatoria a las urnas es mejor que la actual dictadura de los militares y de los servicios secretos. De Iowa a Paquistán, las urnas no lo son todo, pero someterse al escrutinio de las urnas es lo más elemental y básico a exigir a un gobernante y es lo que de una forma u otra está sorteando el ex general Pervez Musharraf.

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