El orden reina en Rangún

Se va el enviado especial de Naciones Unidas. Los militares cortan los cables con el exterior: mandan virus contra los portales de Internet de la oposición y terminan cerrando el acceso desde el interior del país. Ya no llegan más imágenes ni mensajes, por lo que se teme lo peor. Ahí están todavía esos vídeos donde aparecen los manifestantes arremolinados, ese hueco que se ensancha dentro del hormigueo hasta que la calle queda vacía y solitaria con las patrullas de policías y soldados. Camiones que cargan a los detenidos, apaleamientos, calzado a montones: ¿cómo pueden correr esas buenas gentes, en sandalias y con ese pañuelo o falda atado a la cintura? Los detenidos se cuentan a millares y poco se sabe de muertos y heridos. El siniestro dictador, ese Thaw Shwe apenas conocido, anuncia que se entrevistará con la señora Aung San Sunn Kyi, la figura señera de la oposición y de la democracia: huele a maniobra para culminar la farsa. Sí, el orden reina en Rangún.

¿Vamos a olvidarles? Es lamentable y doloroso reconocerlo, pero todos los antecedentes que tenemos en la mano nos conducen a responder afirmativamente: pronto vamos a olvidarles. Nos conmueven e indignan las imágenes de esas pacíficas revueltas llenas de esperanza, de bondad y de sed de justicia. Les damos nuestras primeras páginas y por unos días ocupan un lugar en nuestros corazones y en nuestras conversaciones. Pero muy pronto volvemos a lo nuestro, a nuestros intereses y a nuestra miserable política española y europea, catalana y vasca, casposa y provinciana.

¡Quien se rompe es Birmania y los huesos de sus pobres ciudadanos! Pero nuestros parlamentarios, nuestro Gobiernos y nuestra oposiciones, están por otros asuntos, más prácticos, más interesantes, más próximos a nuestros bolsillos y a nuestras obsesiones. ¿Cuánto tiempo han dedicado nuestras cámaras, el Congreso y el Senado, los numerosos parlamentos de nuestras prósperas y pujantes comunidades autónomas, nuestros numerosos tertulianos y comentaristas, nuestros intelectuales y artistas, o nuestros piadosos clérigos, a promover la solidaridad con Birmania, a presionar a quien corresponda para evitar lo que ahora mismo está sucediendo?

Es verdad que el primer problema es saber a dónde hay que dirigirse. De Naciones Unidas ya sabemos lo que podemos esperar. La Unión Europea, a pesar de los esfuerzos de Javier Solana para intentar que exista, está casi siempre desaparecida: todo se resuelve con una declaración de oficio redactada en los mejores términos y que no conduce a nada. Normalmente quien más habla es quien menos puede: el Parlamento Europeo por ejemplo. ¿Puede esperarse algo de Washington, con un presidente estigmatizado de nuevo por las autorizaciones secretas para torturar emitidas por su departamento de Justicia? ¿Y de China y su silencioso ascenso, en el que los derechos humanos brillan por su ausencia? ¿Vamos a resignarnos a dejar a los birmanos solos con sus verdugos?