La política como deporte de contacto

La presencia de Sarkozy en los medios de comunicación internacionales es la de un político en campaña. Se diría que la presidencia de la República ya le queda estrecha y que está bregando para un puesto más importante, para que se le nombre y reconozca como líder europeo y mundial. El pasado fin de semana dio una entrevista a ‘Le Monde’; esta semana se la da al International Herald Tribune y a The New York Times, ambos pertenecientes a la misma empresa editora, acompañando a su desembarco en Nueva York, donde Naciones Unidas celebra su Asamblea General y se produce la ritual concentración de jefes de Estado y de Gobierno. En ambos casos, dos fines de semana seguidos, Sarkozy ha obtenido los beneficios de los grandes titulares, no tanto por lo que dice, como por las expectativas que genera y la atención con que se leen sus palabras.

Ahora mismo Sarkozy está tomando gusto en desmentir y desautorizar a sus ministros, empezando por François Fillon, el primero de todos ellos y principal responsable del Gobierno ante la Asamblea Nacional (el presidente no lo es), y el más famoso y brillante, su titular de Exteriores, Bernard Kouchner. Fillon todavía no ha digerido que ‘le petit Nicolas’ le calificara de mero colaborador del presidente, el único político que piensa, decide y cuenta en Francia ahora mismo. Y dos son los pescozones dirigidos a Kouchner, el French Doctor: el presidente subraya con insistencia que no él no emplea el término de guerra para hablar de Irak y asegura que ahora no es el momento de viajar a Teherán, tal como había sugerido el jefe del Quai d’Orsay.

El comentarista del Washington Post, David Ignatius, dio en el clavo hace ya unas semanas sobre el estilo de Sarkozy: nos recuerda que la política es un deporte de contacto. Y lo hace con amigos y con adversarios, sin que se sepa a veces si abraza o aplica a una llave pugilística. Ahora ha dado abundantes titulares con su anuncio sobre el regreso de Francia a la estructura militar de la OTAN, que abandonó Charles De Gaulle hace 46 años. Pero las condiciones que anuncia no parecen las de alguien que quiera regresar sino de quien controla el ingreso de los otros: Estados Unidos deberá permitir que la Unión Europea realice progresos sustanciales en su defensa común si quiere que Francia se incorpore de nuevo en el comando integrado (y puntualiza: “Una Europa capaz de defenderse a sí misma independientemente no significaría riesgo alguno para los americanos”); pero además Francia deberá contar con una presencia sustancial de sus representantes en las instituciones de gobierno atlánticas. Hay que decir que si Sarkozy se sale con la suya en estas dos cuestiones se ganará el respeto de todos, incluidos quienes ahora no tienen o tenemos más remedio que tomar distancia respecto a toda su prosopopeya.

Este es el punto, según mi parecer, más interesante de la entrevista, que los dos grandes diarios publican resumida y con abundantes citas literales entre comillas, pero sin utilizar la técnica de reproducir las preguntas y las respuestas. Una larga transcripción incompleta de la conversación entre el presidente y las dos periodistas, Elaine Sciolino y Alison Smale, permite hallar algunas perlas más, fruto del atolondramiento de este presidente apresurado. Después de expresar su amor por América, advierte que “Francia no excluye la posibilidad de relaciones incluso con gente que tiene relaciones difíciles con Estados Unidos. Nadie puede prohibirme que hable con Hugo Chávez por el hecho de que tenga un problema con Estados Unidos”. Que tomen nota los amigos de Sarko en España.

Está tan admirado de sí mismo y de su propia biografía, que cree ver dobles de Sarkozy donde le interesa, a costa de la precisión y la exactitud: “Desde hace más de 20 o 21 años el secretario de Estado no es un americano, o mejor es un americano de fuera (from outside): Madeleine Albright, Colin Powell, Condi Rice…un gran ejemplo a seguir”. La señora Albright nació en Praga, ciertamente, y llegó con 11 años a Estados Unidos; Powell es hijo de inmigrantes jamaicanos, pero nacido en el Bronx y plenamente americano; y Rice es americana por los cuatro costados. Si se refiere a Kissinger, nacido en Alemania, fue secretario de Estado hace mucho más de 20 años, en la década de los 70. Quizás tiene en la cabeza a Zbigniew Brzezinski, nacido en Polonia, que no fue secretario de Estado, sino consejero nacional de seguridad del presidente Carter, también hace más de 20 años. Y en cambio, en los últimos 21 años nos encontramos con los plenamente americanos Warren Cristopher, Lawrence Eagleburger, James Baker y George Shultz en la secretaría de Estado.

Tercera y última perla de este hombre que tiene mucho más ímpetu que conocimientos: “Somos (Estados Unidos y Francia) países que creen –y no todos los países lo creen- que nuestras culturas son universales. (…) Es extraño encontrar países en el mundo que piensen que sus ideas son universales. No lo piensan los alemanes, tampoco los españoles o los italianos. Ni los chinos. Piensan que son universales para ellos mismos, quiero decir, dentro de sus imperios. En Estados Unidos y en Francia, pensamos que nuestras ideas están destinadas a iluminar el mundo”. Respecto a esta desproporcionada reflexión sobre filosofía de las naciones, se esperan también comentarios de los admiradores españoles del presidente francés.

Como colofón y contrapunto, otra cita, pero ésta de las declaraciones de Hans Magnus Enzensberger al semanario Le Nouvel Observateur (sin enlace: está en cerrado): “El nazismo me dejó como herencia un odio visceral a la dictadura. Más tarde, he despreciado a Franco, a los coroneles griegos, Pinochet o Sadam…En 1955, tras mis estudios, decidí que ser alemán no era una profesión. Necesitaba romper esta prisión interior. Entonces viajé, pasé ocho años en Noruega, en Italia, en la Unión Soviética, en Estados Unidos y en Francia. Aprendí lenguas. Quería escaparme, respirar. Hoy Alemania es tan habitable que está dirigida por un ama de casa. Es mucho mejor así. Es tranquilizante. Sueño que la política sea un servicio público como cualquier otro, útil como la recogida de basura. Que la política no esté contaminada por las pasiones que nos han hecho tanto daño”.

De Merkel, Sarkozy dice en la entrevista que coinciden en convicciones, valores y temperamento. Las entrevistadoras aseguran que son amigos. Pero ni lo uno ni lo otro es verdad. Merkel y Sarkozy, a pesar de las fotos, tienen unas pésimas relaciones y representan dos formas distintas y distantes, quizás incluso en abierta contradicción, de entender la política y la democracia.