Sarko tiene poderes
La primera página de nuestro colega Le Monde expresa en una sola frase todo un estado ánimo: “Quiero un crecimiento del 3 por ciento”. Nicolas Sarkozy, el autor de tan expresivo deseo, está convirtiendo la política en el arte del conjuro. En muchos casos sigue la técnica del gallo al amanecer: canta y comprueba que efectivamente consigue que salga el sol. En otros se arriesga a expresar su voluntad como un niño, con reiteración y empeño, para ver si el mantra, pronunciado con la debida concentración, termina produciendo sus efectos sobre la realidad. Algún día Francia volverá a crecer al 3 por ciento, un punto por debajo de la España zapaterista en recesión según Zaplana y las casandras del PP. Entonces se habrá cumplido el mandato de este sumo hacedor presidencial.
Para convencer a los otros hay que convencerse antes a uno mismo y Sarkozy está profundamente convencido de sus poderes sobre la economía, la marcha de Europa o la política mundial. Es verdad que en algunos casos no parece haber dudas sobre sus poderes: los tiene sobre el partido socialista y sus líderes, a los que ha ido llamando y desgajando uno detrás de otro. Tampoco hay muchas dudas sobre sus poderes mediáticos: los patronos de prensa parecen también obedecerle con unos reflejos tan vivos como los de los socialistas. Quienes empiezan a estar un poco cansados son sus colegas europeos, como ha podido comprobarse en el malestar expresado por los miembros del Ecofin (consejo de ministros de Economía de la UE) de Oporto este fin de semana ante la entrevista concedida por Sarkozy al diario Le Monde de fecha domingo-lunes.
Sarkozy utiliza la entrevista para regañar al presidente del europrupo (consejo de ministros de los países del euro), Jean-Claude Junker, y al presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, por falta de iniciativa ante la crisis financiera, y cuestionar el propio papel de la máxima institución monetaria. La teoría de Sarkozy es conocida: quiere un euro más débil frente al dólar, un banco central que no se ocupe únicamente de la inflación y unas autoridades políticas más activas y protagonistas. Inyectar liquidez en el sistema bancario como ha hecho el BCE ante la crisis norteamericana de las hipotecas subprime, ha dicho Sarkozy, es favorecer a los especuladores y no a los empresarios.
El problema que tiene Sarkozy es que ha rebajado impuestos en 15.000 millones de euros para las rentas más altas, tiene un décifit de las cuentas públicas del 2’3 por ciento, un crecimiento mucho menor de lo previsto (el presupuesto se hizo en previsión de un 2’5 y está en una previsión del 1’9), y encima se dedica a dar lecciones a todos en vez de acometer ya de una vez las famosas reformas que ha prometido para ajustarse así al calendario de equilibrio presupuestario en 2010 (y no 2012 como se empeña Sarkozy para tener más márgenes de maniobra).
En el fondo todos saben que lo que quiere es otra cosa. Una vez convertido en la única voz audible dentro de Francia, convertir la voz de esa Francia por él encarnada en la única voz audible en Europa. Pero eso no puede ser. Los europeos preferimos la autoridad independiente del Banco Central, cuyo consejo y presidencia son elegidos por gobiernos democráticos, que atender a las llamadas perentorias y las interferencias de un monarca republicano francés salido de una votación plebiscitaria como es la elección presidencial francesa a dos vueltas. ¿Quién se ha creído que es el presidente de la República francesa para entrometerse en las tareas del BCE y para dar lecciones a los otros 26 socios europeos sobre el funcionamiento de la UE, o a los otros 12 miembros del eurogrupo sobre cómo debe gobernarse el euro? “Reveillez vous, européens” clama Sarkozy. Y el eco debiera responderle: “Es usted quien debe despertar de su sueño. La Europa democrática no puede permitir derivas bonapartistas”.
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