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Un de Gaulle para Portugal

La Revolución de los Claveles había empezado hacía apenas unas horas cuando Manolo escribió esta columna. Está escrita con todo el tiento y sin ningún triunfalismo. Se esperaba lo que dice el propio título, pero lo que había empezado llegó mucho más lejos, supuso el final de las colonias portuguesas y condujo a nuestros vecinos a la democracia de forma más rápida y tajante que en España. El régimen observaba con enorme preocupación lo que ocurría en nuestro país vecino. Tomaba nota e intentaba aprender para evitar que la ruptura política también se produjera en España. Más de tres décadas después, las comparaciones y las relaciones entre ambos países llevan por otros derroteros, como demuestran las polémicas declaraciones iberistas de José Saramago.

Del alfiler al elefante

Por MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

La situación portuguesa en 1974 recuerda la de Francia en 1958, aunque sólo sea en la dimensión de cómo se liquida un imperio colonial. Los políticos no lo habían conseguido en Francia con todo el poder que les daba la autoridad democrática y tampoco lo han conseguido en Portugal, tal vez por toda la autoridad que les quita la dictadura totalitaria. La cuestión es que ha sido necesario que un militar conservador como Spínola, con importantes intereses económicos personales en ultramar (concretamente en la Guinea portuguesa), dijera las primeras palabras legales medianamente sensatas sobre la realidad de la relación entre Portugal y su imperio.

La declaración de Spínola a través de su libro fue un tanteo para ver qué respuestas provocaba. El test surtió efecto. El Ejército se dividió en dos bandos y la opinión pública demostró, por una parte, una abstinencia política lógica tras casi cincuenta años de dictadura y, por otra y minoritaria parte, una adhesión a la imagen del Portugal imperial que ha transmitido generación a generación en los libros de texto y en los discursos. El fallido golpe de los oficiales de Caldas da Rainha no fue tan de zarzuela como en un principio pareció. Fue un error táctico. No se dio a tiempo la orden de dejar para otro día el golpe y la guarnición de la villa residencial se lanzó a la carretera.

Las asépticas noticias que nos llegan sobre el nuevo golpe militar confirman que está siendo dirigido por oficiales de tendencia spinolista, aunque no se sabe si el general aparece en primer plano o se reserva para ese momento sublime en que, vencida la resistencia del poder, deba sacrificarse por el bien de la nación y todo lo demás. La cuestión indudable es que, por una vía evolucionista, Portugal no tiene otra salida inmediata que asumir el tenue reformismo de Spínola, que abrirá las puertas y los ojos a lo irremediable: la liquidación de un imperio obsoleto que tal como está no sirve para nada y para nadie, ni a los portugueses (sea cual sea su nivel social) ni a los colonizados. El imperio portugués tal como está sólo sirve para justificar el monopolio político de la burocracia salazarista y postsalazarista.

Ahora bien. Si el movimiento de los jóvenes oficiales termina en las manos de Spínola, no puede decirse que las cosas empeoren, pero tampoco mejorarán con la exigencia que pide la gravedad del problema. Spínola es un autoritario radical, sin una fuerza política que le respalde y sin la menor intención de apoyarse en la oposición. Spínola es, pues, una evidente solución de emergencia para liquidar un expediente concreto y la importancia de su gestión histórica radicaría en su lucidez para saber cuándo debe hacer mutis por el foro después de haber entregado Argelia a los argelinos, Túnez a los tunecinos, etcétera, sin que Portugal pierda lazos económicos que en el futuro serían claves para el relanzamiento económico congelado desde hace décadas.

Incierto el resultado del golpe, no por eso niega la evidencia del planteamiento de un problema. Se trató de mixtificarlo mediante la política y ahora se trata de afrontarlo con la espada.

25 de abril de 1974. Tele/eXpres

A Manuel Vázquez Montalbán, primera entrada del blog (21 de abril)

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