Vals de aniversario
Dos cosas me gustan o interesan de esta columna: los versos de Gil de Biedma y el recuerdo de la Guerra Fría, en estos días en que desde Moscú o desde Varsovia unos y otros parecen añorar aquellos buenos y tenebrosos tiempos en que el continente se hallaba partido en dos bloques armados hasta los dientes.
Del alfiler al elefante
Por MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
“Nada hay tan triste como una habitación para dos cuando ya no nos queremos demasiado...”. Así empieza uno de los mejores poemas de la literatura española contemporánea. Poco podía sospechar Jaime Gil de Biedma, su autor, que algún día el poema serviría para titular una crónica sobre el 25 aniversario de la formación de la OTAN. Luns, secretario de la organización desde 1971, ha recomendado que los socios del club atlántico se armen más y mejor; Nixon, desde Washington, les ha pedido que no se dejen llevar por intereses nacionales estrechos; los franceses se plantean qué va a pasar con la Alianza Atlántica si el desastre gaullista se consuma. Veinticinco años después de la firma del Tratado del Atlántico Norte, la triste realidad de una Europa con la soberanía limitada es una evidencia que no se puede enmascarar con ninguna clase de oratoria política.
Soberanía limitada en el Este y soberanía limitada en el Oeste. Hasta ahora, los rusos han dado el espectáculo de imponer este principio a trancazo limpio. Con otros procedimientos, los Estados Unidos han demostrado continuamente que tenían la sartén europea por el mango, y cuando se ha producido algún conflicto nacional que pudiera implicar la pérdida de un territorio europeo, el tanque de la OTAN también ha hecho su aparición mejor o peor camuflado: apareció el tanque de la OTAN en Grecia en los años cuarenta y reapareció allí mismo 20 años después; y el tanque de la OTAN apareció como pilar de De Gaulle en 1958 y en 1968. El general, cuando vio que había perdido la batalla en las calles del Barrio Latino, se fue a ganarla a la frontera alemana, donde Massu estaba al frente de divisiones blindadas francesas. La OTAN no sólo defiende a Europa del peligro de una invasión soviética. La defiende de la tentación de cambiar de orientación histórica. El Pacto de Varsovia no sólo defiende a la Europa socialista de la contrarrevolución infiltrada desde el Oeste; la defiende de la tentación incluso de entender la construcción del socialismo de manera diferente a la URSS.
Veinticinco años después, la OTAN y el Pacto de Varsovia demuestran que se necesitan mutuamente. La URSS necesita la existencia de la OTAN para justificar el Pacto de Varsovia, y viceversa. El nuevo sistema mundial acordado tras la segunda guerra universal se basaba en este juego de disuasiones mutuas, que, entre otros efectos, ha conseguido paralizar aquel proceso de cambio acelerado a que la humanidad parecía abocada en el periodo de entreguerras. A todos los niveles, el mundo de los años veinte y treinta era más lúcido y dinámico, no estaba aletargado por la digestión del consumo, ni por el terror distribuido científicamente por las computadoras, ni por el uso y abuso del telepoder. La brutalidad era entonces más evidente que ahora y armaba las conciencias. Ahora la brutalidad es subterránea.
Banderas al viento, un sencillo discurso, escuadrillas de aviones sobre los cielos de Bruselas. Ésta ha sido la conmemoración del 25 aniversario de la OTAN, del 25 aniversario de la reconstitución de la Santa Alianza. Cuando se fundó, el lenguaje de los socios era vibrante, estaba cargado de coartadas históricas. Ahora se ha recurrido a un sobado lenguaje, como ese latín de los curas viejos en los entierros con poco público.
05 de abril de 1974. Tele/eXpres
A Manuel Vázquez Montalbán, primera entrada del blog (21 de abril)
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.