Ciudadano de la libertad
Del alfiler al elefante
Por MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Picasso es un eslabón fundamental, y lo será para siempre, en la evolución de la capacidad de ver del público. Pero Picasso es también un eslabón fundamental en la cadena que liga el Arte a la Historia. Alcanzó la suficiente altura para estar por encima del bien y del mal y no quiso quedarse. Apostó por un sentido de la Historia, en la creencia tal vez de que no lo tenía y por eso precisamente había que encontrárselo.
Y siempre desde la misma actitud de encontrar, no de buscar. Encontraba las nuevas formas y las convertía en propuestas de visión, en educación para la retina humana. Encontraba la maldad histórica y la convertía en propuesta de reflexión y repulsión. Muy pocas veces en toda la historia de la cultura coinciden en una sola persona el mérito indiscutible del oficio con el mérito indiscutible del valor moral. Su contribución a la revolución artística del siglo XX sólo puede medirse con dimensiones geológicas: trazó el ecuador que separa la vieja sensibilidad con la nueva. Esto era tan indiscutible que los dogmáticos no valían ante sus creaciones y sus obras penetraron en los reductos más antagónicos. Sólo desde niveles de mezquindad se pudo negar a Picasso, a veces incluso mediante el atentado directo contra su obra, en una grotesca e inútil rabieta de destruir parte de la geología plástica y moral del mundo.
Hace dos años, la Unión Soviética montó en París una exposición de los picasso acogidos en pinacotecas de la URSS. Pude ver entonces cuadros casi mitológicos como la famosa fábrica de Horta de Ebro o los retratos barceloneses de la época azul. Picasso había conseguido imponer su estética en el reducto del estalinismo, en unos años en que el mecanismo más grosero trasladaba los esquemas de la urgencia histórica a todo tipo de actividad humana. Expresión de la libertad de búsqueda y del riesgo del error, la pintura de Picasso era como el símbolo de la insatisfacción y la superación perpetuas, y en este sentido tenía que entrar en conflicto con cualquier conservadurismo de los ojos o las manos, contra cualquier programa de paralización pictórica o histórica.
Por eso, los enemigos de Picasso han procedido siempre de las filas de los paralíticos de la razón, irritados por la obscenidad de su incontenible libertad. Cualquier intento que ahora se haga de aprobación del genio de Picasso será inútil si no se valora que ante todo su patria fue la libertad.
Y que quizá su obra entera no haya sido otra cosa que un intento de buscar los cuatro puntos cardinales a tan extraño reino o de construirlo más allá de los códigos de las academias, más allá de los códigos del poder.
09 de abril de 1973. Tele/eXpres
A Manuel Vázquez Montalbán, primera entrada del blog (21 de abril)
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