Un mundo demasiado oscuro
Todavía tengo el catálogo anotado de mi mano con una frase que copié de un pie de foto: “Este mundo es demasiado oscuro”. La pronunció Wu Bingyuan, técnico de una fábrica de Harbin, el 5 de abril de 1968, y a continuación cerró los ojos y no los volvió a abrir nunca más. Eran los días de la Revolución Cultural, en los que los jóvenes guardias rojos podían hacer cualquier tropelía, como detener a unos cuadros del Partido Comunista o a unos dirigentes de una fábrica y ejecutarlos sumariamente después de una farsa de juicio popular. Es lo que le sucedió a Wu Bingyuan. (La referencia de la exposición en la que anoté la frase puede verse en el portal sobre el fotógrafo Li Zhensheng, cuya visita recomiendo).
China ha cambiado muchísimo desde entonces. El bienestar y la riqueza se han extendido por todo este ancho y admirable país. Se cifra en unos 600 millones de personas los que han salido de la pobreza. También se ha convertido en uno de los grandes protagonistas de la economía y de la política mundial. Se ha abierto de par en par al comercio y a los capitales internacionales. Mientras escribo estas líneas puede decirse que China se está convirtiendo en el tercer país del mundo en términos de PIB, por delante ya de Alemania y por detrás sólo de Estados Unidos y Japón.
Pero no consigo sacarme de la cabeza la frase de Wu Bingyuan, cuyo eco reaparece en mi mente cada vez que llegan noticias de difícil comprensión para nosotros. En las últimas semanas ha sido ejecutado el ex director de la agencia del medicamento china, culpable de aceptar sobornos. También ha sido ejecutado el sujeto que hacía funcionar una fábrica de ladrillos con mano de obra infantil y esclava.
Los dos han recibido un castigo que se quiere ejemplar y ha sido muy rápido, a un año justo de los Juegos Olímpicos de Pekín, pero esta forma tan rápida y contundente de resolver los problemas no hace más que crear malestar e incomprensión. China como marca ha sufrido en los últimos tiempos algunos duros reveses como sinónimo de fraude y de adulteración, algo que es injusto en términos generales, y se percibe desde China como parte de una ofensiva extranjera, sobre todo norteamericana, ante la pujanza de su economía. Pero que tiene también una base de sustento sólida: basta visitar y revisar con atención los mercadillos de Pekín o de Shanghai, o en España las tiendas de todo a cien chinas para darse cuenta de la dimensión de la catástrofe comercial que tenemos encima.
China debiera proponerse como objetivo, en el estadio al que ha llegado, la fabricación de calidad y no el comercio fácil. Un excelente periodista norteamericano, Jim Hoagland, ha expresado la situación en términos paradójicos: “Los comunistas de China han sido siempre expeditivos a la hora de ejecutar a los disidentes políticos como advertencia respecto a la línea ideológica del partido. Ahora el régimen ejecuta sumariamente a la gente por ser malos capitalistas”.
China es un mundo demasiado oscuro todavía para nosotros. Las enormes dosis de libertad que se han introducido a través de la apertura económica no han conseguido la alquimia de alcanzar plenamente a los derechos de las personas, al equilibrio de poderes, al control de los poderes públicos, a la transparencia y a la libertad de expresión. Escribo esto con pesadumbre porque me gusta este gran país, su gente, su cultura; admiro el esfuerzo que está haciendo para levantarse y echar a andar, para modernizarse, para vivir dignamente.
Pero China no ha cruzado todavía el Rubicón: sus tribunales no ofrecen garantías suficientes; sus autoridades en todos los niveles actúan sin controles ni contrapoderes, echándose especialmente en falta la existencia de una prensa y unos medios de comunicación libres y con capacidad de crítica; todavía es el país del mundo con el mayor número de ejecuciones al año, aunque nadie da unas cifras exactas; los casos de corrupción que se descubren se confunden con los ajustes de cuentas y luchas de tendencias y de camarillas dentro del partido; y todo se debe al monopolio y a la concentración del poder en manos de una estructura única, cerrada, opaca, inexplicable en su funcionamiento para el común de los mortales, como es el Partido Comunista.
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