La mano de las Azores
Fue en Madrid, en una cena entre amigos a la que asistió el presidente del Gobierno. La guerra de Irak estaba ya en marcha. La compañía era toda de la misma cuerda, comprensiva, amable, indulgente incluso. El más anciano de todos, un viejo banquero que ya ha fallecido, no pudo contenerse con el joven presidente. Esa foto era un error. Tuvo que recordarle que siempre le había votado e incluso que nadie le ganaba a conservador y proamericano. Pero esa foto era un error que bien pudo evitarse. Pero, sobre todo, la mano. Lo peor es esa mano imperial que se posa condescendiente sobre el hombro ancilar. La noche cayó glacial sobre una cena y una relación que ya no tuvieron arreglo.
Aquella foto da mucho juego. Hay tres personajes en ella. Tony Blair, que toma posición y distancia propia, y la parejita formada por Bush y su valet de chambre, con ese mechón que le cae por la frente. Blair ya prepara las maletas para instalarse en Jerusalén, donde le aguarda una curiosa misión: en teoría, dedicarse a echar una mano a Abbas para construir el futuro Estado palestino; en la práctica hurtarle al Cuarteto y sobre todo a Javier Solana, el representante de la política exterior europea, todo protagonismo en una mediación que la Casa Blanca quiere controlar toda entera. Blair quiere redimir así sus pecados con la guerra de Irak, y sobre todo cobrarse de Bush las facturas que le debe de aquellos tiempos, cuando accedía a sus deseos a cambio de que resolviera la cuestión palestina.
Hay otro personaje notable, al que no se ve y que con excesiva frecuencia se olvida. Es José Manuel Durao Barroso, el anfitrión de la Cumbre, que es quien recibe y organiza. No eran tres, eran cuatro, pero el cuarto se escaquea de la imagen –todo lo contrario de Aznar- y se lo cobra haciéndose nombrar presidente de la Comisión Europea y dejando a su partido tirado en manos Pedro Santana Lopes, que perderá las elecciones. Hay pocas dudas sobre quién es el más listo y más pícaro de los cuatro. Su presidencia de la Comisión Europea no pasará a la historia, que es exactamente lo que esperaban quienes promovieron su candidatura.
Aznar ha recibido el ciento por uno de su siembra. Pero los premios le han llegado de manos privadas y en especies. Rupert Murdoch, el magnate de las comunicaciones que más ha hecho en favor del pensamiento y la práctica neocons, le ha colocado en el consejo de News Corporation, el holding de empresas que preside él mismo y que prepara ahora el asalto a The Wall Street Journal. También le ha fichado el fondo de riesgo Centaurus. Sigue presidiendo la FAES, convertida ya en uno de los más potentes y mejor financiados think tanks de Europa. Tiene muchos medios y mucha influencia sobre su partido, pero se ha quedado noqueado en la esquina del ring de la historia contemporánea, marcado por esa mano de la que no consigue librarse. No creo que consiga recuperarse, algo que exige siempre un cierto ejercicio de reflexión crítica. Su empecinamiento se traduce en una radicalización sin topes, que funciona mientras encuentre un público que le aplauda. La única duda es saber si tiene todavía poder para exigir a su partido que siga ahí con él, también arrinconado, o aflojará su ambición y le permitirá algún día, esperemos que más pronto que tarde, que regrese al centro del cuadrilátero.
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