El zar y el emperador salen de pesca
Después de insinuar una nueva Guerra Fría llega una Cumbre de los dos grandes, uno que lo es a pesar de sus errores, y otro que ya no lo es pero intenta fingir que sigue siéndolo. El presidente norteamericano se halla en el desapacible otoño de su presidencia y todo lo que le proporcione calor y protagonismo le sirve para compensar lo que tiene que aguantar del Congreso y del Senado, de los jueces y de los periodistas. El presidente ruso, en cambio, tiene a su país cada vez más en un puño, con una ley contra el extremismo a punto de aprobación, pero además asoman las elecciones parlamentarias en diciembre y las presidenciales tres meses después, por lo que no va nada mal sacar pecho, hacerse ver y tratar a la única superpotencia de tú a tú. (Aunque la Constitución rusa no le permite presentarse, a menos que la reforme a toda prisa, todo apunta a que querrá convertirse en el poder en la sombra: de ahí que esté terminando su presidencia con la misma velocidad y energía que otros las empiezan).
La Rusia de Putin quiere tener el derecho a ser consultada en todo lo que afecta a su vecindario. En el fondo, quisiera ver reconocido el droit de regard sobre todo lo que se refiere a Europa. El Consejo Rusia-Otan, del que se celebran ahora los cinco años de su creación, es el marco que quisiera utilizar Putin para que el ejercicio de este veto. Verdaderamente siniestro para todos los europeos, sobre todo los que saben por experiencia del imperialismo moscovita, y vergonzoso para los grandes países europeos.
Hay un pulso subterráneo entre Moscú y Washington por ver hasta dónde llega cada uno en su capacidad de decisión sobre los países europeos. Bush ha reconocido ya la independencia de Kosovo, cuando Putin todavía sigue vetando el plan del finlandés Martti Ahtisaari. El tema de Kosovo tiene el inconveniente de que no admite demora: la tensión en la región y entre serbios y kosovares puede aumentar tanto si se aplica el plan europeo de independencia vigilada y controlada como si no se aplica. Es, por tanto, un conflicto ineludible que compromete seriamente a la UE y a la presidencia portuguesa que acaba de empezar.
El pulso se expresa de forma optativa, en cambio, en el caso del escudo antimisiles que Washington quiere instalar en Polonia y República Checa, dos países de la ‘Nueva Europa’ con gobiernos proamericanos, que valoran mejor las relaciones transatlánticas que su propia pertenencia a la UE. Es optativo por los dos lados: ni el sistema sirve para mucho ni crea peligro alguno para Rusia. Pero si se opta por él es también para demostrar quién manda aquí. En ningún caso los propios europeos. Es el fuero y no el huevo. Bush reivindica su derecho a instalar misiles y radares a poca distancia de Rusia y Putin reivindica exactamente lo contrario, y por eso realiza contraofertas.
Ambos envites sólo se explican por las dificultades de la UE para reivindicar unas reglas de juego propias e imponerlas sobre rusos y norteamericanos. No es ajeno todo ello a la larga crisis sobre la Constitución y a las divisiones entre los europeos. Pero ambos envites pueden profundizar todavía más en estas divisiones. Las fotos de la pesca en Kennebunkport, en el barco de para Bush, son la otra cara de la foto de familia de la cumbre de Bruselas. Bush y Putin dicen que están de acuerdo en el mensaje a mandar a Irán para que no siga con su programa de enriquecimiento de uranio. Pero ni siquiera en esto está claro que haya acuerdo alguno, salvo sustraer de nuevo a la UE su protagonismo.
El zar y el emperador se pelean educadamente en su fin de semana ante el océano, pero quienes reciben las bofetadas son los europeos. Por eso los dos están tan felices y contentos.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.