Queremos ser como Havel
“Algunos han dicho que me consideraban un ‘presidente disidente’. Si apoyar la libertad en el mundo me convierte en un disidente, yo acepto este título con orgullo”. Esta frase es de George W. Bush y no es un chiste. Fue pronunciada el 5 de junio en Praga, en la Conferencia organizada entre otros por José María Aznar, ahora consejero del conglomerado de medios News Corporation y del fondo de capital riesgo Centaurus. Casi a la misma hora en que Bush pronunciaba su discurso, su política antiterrorista recibía dos nuevos y serios reveses: dos jueces militares rechazaban el enjuiciamiento por una comisión militar de dos detenidos de Guantánamo según la legislación especial impulsada por la Casa Blanca y seis organizaciones de defensa de los derechos humanos denunciaban la desaparición en cárceles secretas de 39 de presuntos terroristas, detenidos en manos de Estados Unidos, y entre ellos varios niños, hijos de sospechosos.
La Conferencia de Praga debería explicar cómo casa el justo apoyo a quienes sufren las dictaduras y combaten por la libertad en el mundo con una política antiterrorista que se fundamenta en la liquidación de toda la legalidad y la creación de limbos ajenos a todo derecho y a toda convención internacional, en los que se tortura y probablemente se asesina impunemente en nombre de la defensa de los valores y libertades occidentales. ¿Con qué autoridad quieren Bush y sus amigos, Aznar incluido, exigir a las dictaduras que liberen a los presos políticos, que dejen de torturarles, que les devuelvan las libertades y los derechos arrebatados? ¿No se dan cuenta de que la guerra preventiva, las invención de las armas de destrucción masiva, las mentiras y manipulaciones sobre la autoría de los atentados del 11-S y las inexistentes relaciones entre Sadam Hussein y Al Qaeda, el campo de Guantánamo y las prisiones secretas de la CIA, las entregas ilegales de prisioneros y la legalización de las torturas les han dejado sin la más leve autoridad para alzar la voz ante nadie? ¿Qué otras pruebas necesitan para darse cuenta del grave daño que han ocasionado al combate por la libertad y el derecho en el mundo?
Es una auténtica pena que en esta ceremonia de la confusión, cuyo resultado final avala la metabolización de los comportamientos terroristas por parte de los Estados democráticos, se haga en nombre de los valores y de una pretendida y pretenciosa claridad moral. Y todavía es más penoso que quien dé el aval personal a todo ello sea una persona tan digna y ejemplar como Vaclav Havel, a quien todos seguiremos admirando por lo que hizo bajo la dictadura y por sus esfuerzos a favor de una Europa unida y democrática, pero en ningún caso por su complacencia con el Gal de las Azores que organizaron Bush, Blair y Aznar. Debemos por cierto todo nuestro agradecimiento a los dos jueces militares norteamericanos y a las seis organizaciones no gubernamentales, también algunas de ellas norteamericanas, de las que hablaba al principio y que han proporcionado sendos disgustos a Bush. Ellos son quienes demuestran con su esfuerzo que hay un abismo todavía entre nuestras sociedades y las dictaduras del signo que sea.
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