Joya o baratija
Sarkozy estuvo ayer espléndido en La Moncloa. Un jefe de Estado debe tener sentido de Estado. Y Sarkozy lo tiene, tal como demostró junto a Zapatero en relación a la política antiterrorista del Gobierno español. Zapatero llevaba en la rueda de prensa un traje azul, camisa blanca y corbata roja: bleu, blanc, rouge. Hay unas fotos en las que creo que el presidente Sarkozy le hace bromas sobre el detalle de vestirse con la bandera francesa, los colores de Marianne. Además de sentido de Estado tiene sentido del humor. No está mal.
En su nueva y vibrante cartera de presidente recién elegido, Sarkozy lleva un proyecto realmente innovador y sorprendente, del que ya desgranó algunas palabras en la campaña electoral. Quiere hacer una Unión Mediterránea, en la que se vayan integrando los países de las dos orillas a partir, sobre todo, de un primer estrechamiento de relaciones entre los países del Magreb y la Europa del sur, es decir, Portugal, España, Francia, Italia, Grecia, Chipre y Malta. Temas para suscitar la cooperación intergubernamental y construir incluso una arquitectura europea propia no faltan: inmigración irregular, terrorismo, medioambiente, desarrollo económicok, derechos humanos y libertades, por supuesto… Todo lo que se haga para incrementar la solidaridad entre los propios europeos y superar la fosa mediterránea será poco, como demuestra el comportamiento abiertamente antieuropeo del Gobierno maltés con los pesqueros españoles que socorren a quienes naufragan en su intento de llegar por mar a las costas europeas.
Se ha dicho y escrito que esta UM tiene que ver con la negativa de Sarkozy a la entrada de Turquía en la UE. Pero es evidente que este proyecto no sirve como alternativa a la adhesión. La creación de una estructura mediterránea puede convencer a los turcos si es complementaria y no condiciona el ingreso. En caso contrario el primer enemigo de la UM puede ser un gran país mediterráneo como es Turquía, lo que es la mejor garantía de su fracaso.
La idea de Sarkozy es dotar a esta asociación de instituciones propias, hasta sacarla de la Unión Europea. ¿Tendrá una asamblea parlamentaria razonable, dada la escasa credibilidad democrática de los parlamentos de la orilla sur? En todo caso, precisará de un banco, de cumbres y consejos de ministros regulares y quizás incluso de una secretaría. Por fin Francia podrá liderar algo, dicen los más malévolos. España, que está obligadamente interesada en las políticas mediterráneas, puede perder protagonismo y voz si todo esto significa eliminar de un plumazo el llamado Proceso de Barcelona y estrechar el campo de juego al Instituto del Mediterráneo de Barcelona. O puede presentar su candidatura para las instituciones en nombre precisamente del Proceso de Barcelona, iniciado con la presidencia española de la UE a cargo de Felipe González, en los tiempos en que contaba con el apoyo de Jordi Pujol, que es lo que permitió llevar la Conferencia a la capital catalana en 1995 y celebrar su décimo y pálido aniversario diez años después.
Lo cierto es que la UE de 15 miembros, la de 25 y ahora la de 27 se ha ido ocupando mucho más de ampliarse en dirección al este que de establecer unas relaciones fuertes y serias en relación al sur. También es verdad que Francia ha estado muy ensimismada y con escaso protagonismo en la política mediterránea, pensando probablemente más en la correlación de fuerzas respecto a Alemania e inhibida por el conflictivo Magreb y su proyección en las banlieues francesas. Pensar en una UM fuera de la UE tiene una ventaja: manda un claro mensaje a los países no mediterráneos, en el sentido de que o se hacen solidarios con los del sur o los del sur deberán tirar por su propio camino. Pero tiene un serio inconveniente: la verdadera fuerza y el verdadero sentido es que sea toda la UE la que mire hacia el sur y levante el norte de Africa.
También se ha dicho que ya existe la llamada política de vecindad de la UE y que este proyecto será redundante. Pero hay que señalar que la política de vecindad abarca desde las repúblicas ex soviéticas asiáticas hasta el Magreb, es decir, peras y manzanas. Sarkozy quiere una política de vecindad específica para los vecinos nuestros. Y quizás una política de fondos estructurales también pensada de forma específica para ellos. Y en eso lleva toda la razón.
Hay un acierto bastante indiscutible en todo ello. El proceso de Barcelona situaba en su centro la resolución del conflicto entre Israel y Palestina. Correspondía a la época de desarrollo de los Acuerdos de Oslo. Esto ahora ha terminado, desgraciadamente. Y el conflicto se ha convertido en un lastre para la región entera. Todo lo que venga condicionado por los esfuerzos de paz entre israelíes y palestinos quedará neutralizado o se esfumará. Para avanzar en la política mediterránea hay que dejar los obstáculos para otro momento del trayecto: sucede con Palestina, pero también con Turquía.
Un último elemento. Aseguran los periodistas franceses que el inventor de todas estas ideas es Henri Guaino, la brillante pluma que ha fabricado los discursos más gaullistas y soberanistas de Nicolas Sarkozy, una eminencia gris que viene del gaullismo social de Philipe Séguin. Si es así, no me parece un dato muy alentador. De esta zona ideológica suelen salir ideas más retóricas y pomposas que prácticas. Pero todavía es muy prematuro para dictaminar si es joya o baratija este artefacto que no nos ha sido ni siquiera presentado formalmente y que de momento ha servido para que brillara como arsenal electoral y ajuar de los primeros viajes presidenciales.
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