¿Por qué ha perdido la izquierda en Francia?
Ahora todo es Sarkozy. Los análisis se centran en preguntarse el por qué de tanto éxito. Pero también habrá que ocuparse de los derrotados. De Sègolène Royal por supuesto. Pero sobre todo, de quien sale rotundamente castigada en esta elección, sin paliativo alguno, y éste es el caso de la izquierda en su conjunto, que queda en una difícil posición y con un complicado horizonte, y más todavía si nos referimos al Partido Socialista, que se ha convertido de forma bien nítida en la única fuerza con peso específico en un universo fragmentado y heteróclito. Royal quizás conseguirá levantar cabeza, e incluso hacerse con las riendas del PS. Pero su propio futuro y la eventualidad de una nueva candidatura suya a la presidencia de la República en 2012 dependerán de cómo queda este hemisferio de la sociedad política francesa.
De todos los argumentos más o menos de oportunidad utilizados por Sarkozy durante la campaña, hay uno, el de hacer tábula rasa del Mayo del 68, que tiene un indiscutible sentido efectivo. La izquierda francesa venía de la experiencia de cinco años de gobierno de la ‘gauche plurielle’ con Lionel Jospin como primer ministro y de la irritante derrota del candidato socialista en la primera vuelta de las elecciones de 2002 en manos de Jean-Marie Le Pen. La nueva catástrofe de 2007 profundiza en lo que ocurrió en 2002 por partida doble: en primer lugar porque fracasa su candidato a la presidencia de la República por tercera vez y en esta ocasión contando con el plus de enfrentarse desde la oposición contra un candidato teóricamente desgastado por el poder en los últimos cinco años; en segundo lugar, porque si la plétora izquierdista de 2002 fue lo que liquidó a Jospin ya en la primera vuelta, la anemia ahora de la izquierda de la izquierda es lo que le ha faltado a Royal para vencer. No es ocioso recordar que François Mitterrand alcanzó la presidencia en 1981 gracias a la alianza con un Partido Comunista todavía muy fuerte, que situó ministros en sus primeros gobiernos. De forma que tiene toda su lógica que no haya un presidente de izquierdas cuando el PCF se ha convertido en menos que un grupúsculo y el conjunto de los grupúsculos de la izquierda han perdido peso respecto a la elección anterior.
A pesar de la pericia que demostró Jospin, aguantando cinco años en el Gobierno (algo insólito en Francia, con cohabitación o sin ella), y a pesar de que su balance no fue ni mucho menos malo, aquella ‘gauche plurielle’ ha demostrado que ni supo mantenerse entonces como conglomerado de fuerzas de Gobierno ni ha sabido existir ahora como adición de votos suficientes para situar a uno de los suyos en la presidencia. De todo el proyecto reformista de Jospin (una especie de alternativa francesa a la Tercera Vía del New Labour y al Neue Mitte de Gerhard Schroeder, debidamente acompañados por el reformismo de Bill Clinton) apenas queda nada. Y en cualquier caso poca cosa de lo conseguido ha sido capitalizada ni puede considerarse como un activo de futuro. Las 35 horas, que llegaron a convertirse en su mayor emblema, han acabado convertidas en un chicle sin apenas significado pero del que no hay forma de despegarse. Aunque sea como leve nota al pie hay que decir, por el contrario, que sí queda algo de la Tercera Vía y del Neue Mitte, a pesar del desastre de Irak de Blair y de la rápida adscripción de Schroeder al nuevo capitalismo putiniano: hay en otros países europeos una izquierda que es y aparece como fuerza natural de Gobierno, con la misma legitimidad y naturalidad que pudiera ofrecer la derecha, cosa que todavía sigue sin ocurrir del todo en Francia.
El PS se debatirá ahora entre la continuación del jospinismo a cargo del ala moderada (Strauss-Kahn, Hollande, Royal) y el izquierdismo oportunista de Fabius, en una especie de recreación del mitterrandismo sin partido comunista a su izquierda. Pero el problema es que la partida se juega en el centro: no en la clásica contraposición francesa entre socialdemocracia y socialismo (que en España quedó superada con la llegada al poder en 1982), sino en la adaptación de la socialdemocracia al mercado, a la globalización y al liberalismo. Así de duro: los franceses de izquierdas serán quizás los últimos en verlo, pero de ello dependerá que Royal levante cabeza y que el ciclo de Sarkozy sea más o menos largo e intenso. El resto de Europa ha hecho ya este viaje, al que todavía no se ha incorporado la izquierda francesa. En su descargo hay que decir que la derecha también ha tardado veinte años en incorporarse a esta nueva geometría: pero Chirac le ha estado guardando la silla a Sarkozy, que ahora deberá tener fuerzas para emprender las reformas atrasadas.
Consecuencia: el argumento sobre Mayo del 68 es bueno referido a este capítulo estrictamente político. La cuestión de los valores es otro cantar mucho más complejo y en el que lo de Sarkozy sólo puede entenderse como un guiño oportunista dirigido al tendido de su derecha. Aquella revuelta significó el auge y triunfo del izquierdismo frente a la izquierda institucionalizada. Las dos últimas elecciones presidenciales consagran precisamente la liquidación política del izquierdismo (una reliquia francesa en la Europa actual), convertido en un buen sistema para tirar el voto. El ciclo iniciado hace casi 40 años en las barricadas de París ha quedado clausurado y como testimonio ahí está el porcentaje miserable obtenido por el Partido Comunista Francés, que no llega al 2 por ciento y era entonces uno de los más poderosos de Europa y del mundo.
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