La Berlinale cierra un capítulo de su historia y dice adiós a su director
La Berlinale cerrará mañana un capítulo de
la historia y dirá adiós a su director, Moritz de Hadeln, quien deja
el cargo tras más de dos décadas de gestión con el orgullo de haber
ofrecido un festival de alto nivel.
De Hadeln se ha prometido no caer en la melancolía cuando mañana,
con la proyección de "2.001: una odisea del espacio" y el reparto de
los Osos, ponga fin a su etapa como "Señor de la Berlinale".
Nacido en Gran Bretaña en 1940 y formado entre Italia, Francia y
Suiza, desembarcó en la Berlinale en 1980 tras recibir una llamada
del ministerio alemán del Interior, de quien dependía el festival.
"Estaba haciendo la siesta y me sobresalté, porque pensaba que
ese departamento solo se ocupaba de cosas relacionadas con la RAF
(Fracción del Ejército Rojo)", explicó a EFE.
A la enigmática llamada siguió su contratación y un largo periodo
equivalente a "más de cinco legislaturas", dice, durante las cuales
han pasado por sus manos más de 700 filmes.
Sus 22 años de gestión han sido polémicos y le han llovido palos:
en los 80 tuvo una "revuelta de directores alemanes" por su supuesta
falta de apoyo al cine anfitrión; también se le ha acusado de estar
"vendido" a Hollywood y no haber conseguido dar a su festival el
"glamour" de su directo rival europeo, Cannes.
Pero ni siquiera sus detractores negarán que la "era Moritz" se
cierra con un festival redondo, donde ha habido lugar para el mejor
cine de EEUU -"Traffic"-, producciones arriesgadas -la argentina "La
ciénaga"- o de industrias aún en mantillas -la bellísima "Little
Senegal"- y, por supuesto, cine europeo -"Intimacy" o "Chocolat"-.
"Siempre he intentado ofrecer el mejor festival", responde de
Hadeln, con una sonrisa de autocomplacencia, a la pregunta de si
quiso hacerse un "regalo de despedida" y dar una lección, de paso, a
quienes le han achacado en estos años falta de olfato para el cine.
"Lo que se muestra no depende siempre del director, sino de lo
que hay a mi disposición. Esta no ha sido una Berlinale fácil,
porque muchas películas han estado a punto en el último minuto y
otras sencillamente no estaban disponibles", continúa.
Otra dificultad añadida fueron los "defectos formales" de su
despedida, de los que responsabiliza a Michael Naumann, hasta hace
unos meses responsable de Cultura del gobierno alemán.
"La manera en que se puso fin a mi trabajo tuvo algo de golpe de
estado a la soviética", dice de Haldeln, quien recuerda que la
decisión de Naumann saltó a la prensa la pasada primavera, desde
Cannes, sin serle consultada y ni darle opción a prepararse.
"Hubiera sido mejor hablar conmigo, concertarlo, contactar con un
sucesor...", dice de Hadeln, quien a duras penas puede disimiular su
antipatía o rencor por Naumann.
Al margen de su interés por constatar ese aire moscovita de su
cese o de hablar del buen nivel de su última Berlinale, a de Hadeln
se le notan ganas de presentar su "cuaderno de buenas notas".
"Mi máximo logro ha sido sobrevivir", dice en broma, "pero quizás
de lo que más orgulloso me siento es de haber abierto la Berlinale a
Asia", añade.
El cine asiático es su "segunda patria cinematográfica" y ello se
ha reflejado en la sección a concurso año a año -este 2.001 hay
cinco títulos entre 23 concursantes-, especialmente desde que Zhang
Yimou se llevó el Oso de Oro con "Hong gaoliang", en 1988.
Otro de sus logros, dice, es haber "actuado de eje" entre las
cinematografías del este y el oeste de Europa y haber superado tanto
las dificultades derivadas del aislamiento berlinés, durante la
Guerra Fría, como la gran mudanza, tras al caída del Muro.
"Desde aquí, ahora, todo se ve muy fácil", dice, en alusión a la
Potsdamerplatz, el corazón del "nuevo Berlín" y también la actual
sede de la Berlinale.
"Sin embargo, trasladar el festival desde su emplazamiento en los
años de división, en el oeste, hasta aquí no estaba exento de
riesgos", apunta, en referencia a las incomodidades y algún que otro
desliz ocurrido el pasado año, primero tras la mudanza.
A pesar de que él ya no estará ahí, De Hadeln se muestra
convencido de que la Berlinale seguirá siendo un festival de primer
orden porque, por mucho que las productoras se gasten millones en
otros tipos de promoción, "siempre es más barato concentrarse en un
lugar al que acuden 3.500 periodistas".
Eso sí, no esconde el riesgo derivado de la extensión de nuevas
tecnologías, como la digitalización, que impondrán otros métodos de
distribución.
"Internet es más rápido que nosotros y las distribuidoras deberán
estrenar sus películas en cuanto estén, sin esperar a un festival",
dice, por lo que será más difícil para Berlín, Cannes o Venecia
convencer a un productor de que se sujete a su calendario.
A punto de concluir su "mandato", de Hadeln insiste en que no
habrá lágrimas en su adiós ni siquiera en la ovación de gala, cuando
caiga el último telón de "era Moritz".
Sin embargo, esta claro que, en ese momento y por una vez, la
"estrella" de la Berlinale no serán los actores o realizadores, sino
su director.
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