Filtraciones con o sin filtro
El juicio al Fiscal General del Estado, en el que se habla de la filtración de algo que era verdad, ha servido, al menos, para que veamos que también hay buenos periodistas


Las filtraciones son tan viejas como el mundo, y la primera fue apoteósica: Dios le filtró a Noé que iba a caer un diluvio universal. Desde entonces hemos visto de todo, y si los tribunales y la UCO tuvieran que dedicarse a investigar todas no harían otra cosa. Ahora bien, que se denuncie una y que hasta llegue a juicio es bastante asombroso. Es tan difícil pillar a alguien que ahora recuerdo casos donde ni se intentó. Y eran graves, filtraciones de falsedades, contra adversarios políticos. Octubre de 2012, antes de las elecciones catalanas: El Mundo publicó que se investigaba al presidente de la Generalitat, Artur Mas, por tener dinero en Suiza. Salía de un informe de pega, era falso, él denunció, se archivó porque la fuente, dijo el juez, era fiable (el Ministerio de Interior del PP, con Jorge Fernández Díaz). Octubre de 2014, antes de las municipales catalanas: El Mundo publicó que se investigaba al alcalde de Barcelona, Xavier Trias, de CiU, por tener dinero en Suiza. El banco lo desmintió a los tres días, era falso, denunció, se archivó porque la fuente, dijo el juez, era seria (aunque era otra vez Interior, cuando el ministro decía: “Esto la Fiscalía te lo afina”). Por cierto, testificó un periodista del diario Abc, Javier Chicote, que dijo que tenía la información, pero no la publicó porque era dudosa y no la pudo contrastar [luego le señalaron en OkDiario: “Este es el periodista (sic) que echó una mano al corrupto Trias en el juicio de su cuenta suiza”]. Mayo de 2016, OkDiario publicó que Pablo Iglesias, líder de Podemos, tenía dinero en las Islas Granadinas. Era falso, denunció, se archivó y le condenaron a pagar las costas (30.000 euros). Como para ponerte encima a denunciar y que busquen quién lo filtró.
En cambio, en el juicio al fiscal general del Estado se busca quién filtró algo que era verdad, tras otra mentirijilla por los canales habituales. Ya casi nos olvidamos del origen de todo: un señor al que pillan por un fraude de 350.000 euros, tras sacarse 2 millones en comisiones vendiendo mascarillas en la pandemia, y que luego compra un piso de lujo donde vive con su pareja, la presidenta de la Comunidad de Madrid. Todo lo que viene después son fuegos artificiales. Imponentes, eso sí, nunca se llegó tan lejos. Pero es que vivimos tiempos excepcionales, una auténtica dictadura, ya saben. Me ha recordado otra reacción impresionante que se produjo con la misma señora, cuando en 2022 el presidente del PP, Pablo Casado, dijo: “La cuestión es si es entendible que el 1 de abril, cuando morían en España 700 personas, se puede contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros de beneficio por vender mascarillas”. Ya recordarán, se lo cargaron. Y, qué gracia, el propio Casado tuvo que defenderse de quien decía que se lo había filtrado La Moncloa.
Al menos este juicio ha servido para que veamos que también hay buenos periodistas. Porque normalmente no los ves: casi todos los que han ido a declarar son desconocidos para el público, ni se sabía qué cara tenían. Yo sí, algunos han sido compañeros míos. Por eso estaban ahí, porque son los serios, los que dan noticias importantes, no tonterías. Se suele pensar que los periodistas son los que más salen en la tele, pero algunos me recuerdan a Umbral cuando le preguntaron si en su vida había dado una noticia: “No, por Dios, qué horror” . Los otros son personas normales —José Precedo, Miguel Ángel Campos, José Manuel Romero— que hacen un trabajo extraordinario y solo lo cuentan obligados, en el Supremo, porque creen que eso es lo normal, hacer bien tu trabajo. Aunque parece que no lo es tanto.
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