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ensayos de persuasión
Columna
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Un ardor deudor recorre el mundo

Antes de que acabe la década, el planeta trabajará solo para pagar el dinero prestado

Deuda externa
Joaquín Estefanía

Unas 3.300 millones de personas, alrededor del 40% de la población mundial, viven en países que gastan más en pagar sus deudas que en educación o salud. Viven en la trampa de la deuda. Según las últimas estimaciones hechas públicas recientemente por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la deuda pública global superará a todo lo que produce el planeta entero en un año (100% del PIB) antes de que acabe la década. Trabajar solo para pagar. Es el mayor nivel desde la segunda posguerra mundial.

Un ardor deudor recorre el conjunto del globo desde la pandemia de la covid, en el año 2020, y ante los nuevos desafíos a los que nos enfrentamos. La ortodoxia de un déficit y una deuda pública máximos pertenece al territorio de los recuerdos neoliberales. Ello es porque los países, en distinto grado e independientemente del color político de quienes los gobiernan, tienen que enfrentarse a riesgos que antes estaban en segundo plano. Por ejemplo, un mayor gasto en defensa en un mundo más militarizado. La guerra está otra vez de moda. Los políticos que la invocan ganan elecciones. En los últimos cinco años los gastos en armamento han crecido un 34%. Antes del ardor deudor está el ardor guerrero que lo genera. Ya no es cosa solo de regímenes autoritarios. Personas como Angela Merkel, Romano Prodi… han pasado al rincón de la historia calificados de ingenuos, o, lo que es peor, de cobardes, frente a la inexorable dureza de los tiempos que corren.

Otros elementos que engordan la deuda pública son el envejecimiento de la mayor parte de la población (necesidades crecientes de los mayores en términos de pensiones y gasto sanitario); el cambio climático, que requiere ingentes cantidades para hacer la transición ecológica y combatir los desastres a que da lugar; también la aceleradísima transición tecnológica, y los riesgos existentes de que la deuda soberana no haya aflorado todavía en toda su dimensión y haya superpaíses (por ejemplo, China y sus corporaciones locales) que añadan gasto al gasto, etcétera.

Se podría afirmar que hay dos tipos de reacciones genéricas a esta situación. La primera la expresan con mucha naturalidad en su libro más conocido (Esta vez es diferente. Ocho siglos de necedad financiera, Fondo de Cultura Económica) los economistas Carmen Reinhart y Kenneth S. Rogoff: “El endeudamiento excesivo es la madre de todas las crisis financieras”. La segunda la representan Stephanie Kelton, ex economista jefe del Comité de Presupuestos del Senado de EE UU (El mito del déficit, Taurus), y los representantes de la Teoría Monetaria Moderna, que sostienen que un Estado soberano monetariamente tiene una capacidad ilimitada para pagar los bienes que desea comprar o cumplir los pagos comprometidos; la insolvencia y la bancarrota de ese Estado no son posibles, ya que siempre puede pagar, a cuenta de que controle la inflación. Para Kelton, es un mito que los gobiernos deban diseñar los Presupuestos como lo haría una familia o un hogar, porque no tiene en cuenta que los gobiernos cuentan con el poder de emitir deuda. Así que no habría que volver a pensar en los Presupuestos Generales del Estado como quien maneja una economía doméstica.

No se trata solo del tamaño de la deuda, sino de su coste. No existe un porcentaje máximo que señale el nivel óptimo de un pasivo para un país. Ello remite al debate de cómo pagarla, por lo que nos introducimos una vez más en el análisis de los impuestos. La retórica de más o menos impuestos parece superada por la propia realidad. La cuestión es que desde la covid se han evitado grandes crisis echando mano del incremento de deuda (soberana y privada). ¿Qué margen, por ejemplo, les queda a los países más endeudados si a todos los retos citados se añadiese una crisis financiera que volviera a hacer precisas cantidades ingentes de dinero público para ayudar a los bancos?, ¿o nuevos conflictos bélicos?, ¿o la capacidad para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible?

Otra sentencia, esta de Franklin Delano Roosevelt: “La deuda no es un pecado si se contrae para construir el futuro”.

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