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ensayos de persuasión
Columna
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¡Europa, despertemos!

Está en juego el alma europea, si la UE es un proyecto de élites y si puede democratizarse

Elecciones Europeas
Protesta contra la ultraderecha y el movimiento fascista el pasado 19 de mayo en Madrid.Miguel Candela ( Zuma Press / Contacto)
Joaquín Estefanía

Ha tenido que ser el más viejo de todos, Edgar Morin, de 103 años, intelectual comprometido, el que ha tenido que publicar este bocinazo (¡Despertemos!, Paidós) para alertar sobre la situación de la Tierra y cómo abordarla bajo un pensamiento complejo. Y es una suerte poder leerlo en medio de la campaña de las elecciones europeas, pues Europa es una de las zonas más afectadas por la emergencia climática. Morin hace un llamamiento a despertar las conciencias ante un conjunto compuesto por los atentados terroristas, crisis económicas, el hundimiento del mito del progreso eterno, la incertidumbre que suscita el presente y todavía más el futuro y, finalmente, la policrisis de la pandemia. Ello ha generado una fuerte angustia en la ciudadanía y, en ausencia de un gran movimiento político portador de esperanza, estas inquietudes favorecen el repliegue identitario, revitalizan los racismos que se confunden con las raíces, y despiertan los supremacismos.

Las últimas elecciones al Parlamento Europeo, en 2019, estuvieron marcadas por las movilizaciones. Hong Kong, París, Beirut, Argelia, Santiago de Chile, Bogotá, etcétera, hasta el punto de que aquel año quedó marcado como “el año de las protestas”. El estallido de ira visibilizó el descontento, la desigualdad y la polarización política. Se habló de la globalización del malestar, de la ira global. Pronto se fueron los Trump, Bolsonaro, Piñera, Boris Johnson, etcétera, y llegaron los Gabriel Boric, Lula da Silva, Biden, etcétera. En España la doble cita electoral dejó un escenario de inestabilidad. Nunca hubo tanto desconcierto, nunca el mañana pareció tan imprevisible. La sentencia del procés y las consiguientes protestas callejeras en Barcelona, el descalabro de Ciudadanos y el ascenso de Vox preludiaban otros tiempos. No en todos los lugares las movilizaciones tuvieron idénticas causas. Hubo una reivindicación democrática pero también protestas contra la corrupción, la desastrosa situación de los servicios públicos, el aumento de los precios, del desempleo y de las desigualdades. Y la ineptitud de los gobiernos.

Ahora, ante las elecciones de estos días al Parlamento Europeo, todos los sondeos indican que hay un giro hacia la derecha, e incluso hacia la extrema derecha. Y en EE UU existe la posibilidad nada irreal de que Donald Trump vuelva a ocupar la Casa Blanca. La cuestión es que esas fuerzas extremas (entre las que se ha instalado la española Vox) se salen de casi todos los parámetros (ampliación, financiación, inmigración,…) y están fuera del consenso europeísta. Por ello se han convertido estas elecciones en tan significativas. Es factible una nueva mayoría que recoja el malestar social. Además, la brecha urbano-rural, que se ha plasmado en las manifestaciones continuas de agricultores y ganaderos, describe una nueva “geografía del descontento” a la que parece haberse sumado una parte al menos de la derecha tradicional. Se estima que alrededor del 70% de la legislación nacional tiene su origen en decisiones comunitarias.

Entre los asuntos que deberá tomar el nuevo Europarlamento (y la nueva Comisión) están la agenda verde, la ampliación de la UE a nuevos miembros (con decisiones tan sustantivas como qué hacer con Ucrania), la política de defensa y la autonomía estratégica de la región, y el debate sobre los recursos propios de la Unión. Si los ultras avanzan mucho se endurecerá aun más una errática política migratoria, se fulminará el pacto verde, la defensa de la familia tradicional conllevará retrocesos en los derechos del colectivo LGTBI, se promoverán de nuevo las políticas económicas de ajuste y control del gasto independientemente de las condiciones de cada país y, sobre todo, tratarán de recuperar el poder “nacional” (la soberanía) que la UE les ha confiscado. Todo ello supondría destruir una buena parte de lo que se ha construido en las últimas décadas.

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Los más europeístas entienden que en estas elecciones está en juego el alma de Europa. La cuestión de fondo es si Europa es un proyecto de élites y si puede democratizarse más.

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