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¿Están los ‘hobbies’ (tal y como los conocemos) en peligro de extinción?

Asistimos a la imparable mercantilización de las aficiones: unos las monetizan por conseguir unos ingresos extra; otros, por la necesidad de sentirse productivos y de sacar partido al tiempo invertido. Hacer algo por puro placer, sin objetivos ni plazos, es calidad de vida

Hobbies. Portada suplemento Ideas 31/03/24
Cristina Estanislao
Karelia Vázquez

En la era del culto a la productividad y la optimización, hay algo peor que no hacer nada, y es hacerlo sin un propósito económico, terapéutico o productivo. Hacer lo que sea por puro gusto, sin método ni hoja de ruta, parece que fuera el mayor de los pecados. Los que todavía conservan un hobby sin monetizar y no tienen intención de hacerlo son la resistencia.

Empieza la última temporada de The Crown y Clara S. [que prefiere no identificarse], de 37 años, se pone en modo turbo. Se concentra. Dobla la velocidad de reproducción de la serie. Abre un Excel en el ordenador y su cuenta de X (antes Twitter) en el teléfono. En la primera pantalla se suceden las idas y venidas de la nobleza británica y en las otras dos se multiplican las notas, los datos, las sumatorias. Clara es realmente rápida en lo suyo y consigue ser la primera en encontrar gazapos en el guion; en separar el grano de la paja, la realidad de la ficción. Nadie lo hace mejor que ella. Sus notas van a engordar su marca personal de experta en la realeza británica y a alimentar el guion de varios pod­casts especializados en casas reales. Ella cree que es afortunada, ha convertido su hobby en un trabajo. También escribe artículos en varias revistas y está terminando un libro. Algún día podrá vivir de ello, elucubra, pero de momento su hiperactividad solo supone un discreto sobresueldo. Cuando salen los créditos del final cierra de golpe el ordenador. Suspira. Está exhausta.

¿Ver una serie de televisión a doble velocidad, tuiteando y llenando un Excel es ocio o negocio? ¿Cuándo empieza un hobby a dejar de serlo? Hacienda es taxativa al respecto: si lo tienes que meter en la declaración de la renta ya no es un hobby. ¿De verdad es una suerte transformar lo que hacemos por puro placer en una fuente de ingresos?

Por definición, un hobby es lo que se hace por placer, sin plazos de entrega y sin presión por hacerlo bien, pero en la última década las expectativas parecen estar cambiando. Estamos llamados a optimizar nuestra vida, cada minuto debe ser productivo, y el ocio, para algunos, es casi una pérdida de tiempo. Plataformas como Etsy o Instagram nos prometen que cualquier hobby puede convertirse en un bolo más o menos lucrativo que complete los ingresos cada vez más precarios de nuestro trabajo principal. Se llama gig economy o economía del bolo. Según las cifras que maneja el Banco Mundial, en el mundo existen 435 millones de personas que juntan varios bolos para apuntalar sus ingresos. Los gig workers —así los llaman— se incrementaron un 170% entre 2019 y 2021. Aquí entran los que trabajan unas horas en Uber, los que exhiben partes de su cuerpo en Onlyfans o los que han monetizado sus pasatiempos para hacer algo de dinero con una afición que solía ser improductiva, o incluso cara (aunque en la mayoría de los casos no mejore sustancialmente su situación económica). Se calcula que más de la mitad son mileniales y de la generación Z, los grandes actores de la precarización laboral y de una cultura que glorifica estar siempre ocupado (hustle culture, en la denominación académica anglosajona) en una carrera en la que solo importa el producto final: la pretendida mejor versión de uno mismo.

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En ese contexto, el tiempo libre y las aficiones son material para la optimización: la vida social se convierte en networking; leer, en un torbellino de post-it y subrayados que impiden disfrutar de la historia; bordar, en una terapia; cocinar, en un ejercicio estético apto para ser subido a Instagram, y ver una serie (visualizar se dice), en un ejercicio veloz de recopilación de datos.

Un coleccionista de sellos estudia varios ejemplares durante la Exposición Mundial de Sellos en mayo de 2013, en Melbourne, Australia.
Un coleccionista de sellos estudia varios ejemplares durante la Exposición Mundial de Sellos en mayo de 2013, en Melbourne, Australia.Scott Barbour (GETTY IMAGES)

Ananya Chaudhari estudia segundo curso de Economía y Finanzas en Northeastern University y le gusta pintar. Es su hobby, de momento. Cada vez que enseña uno de sus cuadros suele escuchar lo mismo: ¿y por qué no lo vendes? En su opinión, la gente se ha puesto demasiado perfeccionista y eso no los deja disfrutar de sus aficiones. “El propósito de un hobby es el placer que nos proporciona por sí mismo, independientemente de que seamos mediocres o virtuosos en su práctica”, cuenta en conversación con EL PAÍS. Chaudhari es la autora del artículo La muerte de los hobbies no es nuestra culpa, publicado en The Huntington News, el periódico independiente de los estudiantes de su universidad. Ella afirma que “la capitalización de cada rincón de internet” es la responsable, y no la generación Z. “Un espacio inherentemente personal [internet] que, sutilmente, nos ha hecho pensar en nosotros como seres monetizables. Así que si eres bueno pintando, ¿por qué no vendes los cuadros?, si te gusta pinchar música, ¿por qué no montas un estudio?, si cocinas bien, ¿por qué no lo publicas en TikTok? Esta compulsión de mercantilizar los hobbies los ha despojado de su propósito fundamental, nuestra realización personal”.

Las aplicaciones nos animan a evaluar los libros y las películas, pero también el último viaje en Uber y la música y los pod­­casts que escuchamos. Nos tienen todo el día trabajando como jueces no remunerados de la economía de la atención y aceleran la tendencia a relacionarnos con nuestras aficiones de una manera cuasi profesional y basada en datos.

La académica Lina H. R. Cho, profesora de Literatura Comparada en la Dunster House, adscrita a la Universidad de Harvard, cree que los hobbies, tal y como los hemos conocido, están a punto de desaparecer. “Los resultados ya están a la vista y son horribles. El arte se ha convertido en contenido y la creatividad en producción mientras avanzamos lenta, pero inexorablemente a la extinción de los hobbies. Para monetizar cada minuto de nuestro tiempo hay que ser más obediente que creativo”, escribe en un artículo publicado en Harvard Crimson (uno de los periódicos de la Universidad de Harvard). Digamos que la hiperproductividad estimula la literalidad y mata las maneras desestructuradas y caóticas de pensar que estimulan la imaginación.

Cinthya Molina es psicóloga clínica con consulta en SHA Wellness Clinic. La primera pregunta que hace a sus pacientes es: ¿tienes hobbies? “No tenerlos es signo de que no se le dedica suficiente tiempo al autoplacer y se sobrevive atrapado en la díada cíclica trabajo-familia, familia-trabajo. Quien tiene un hobby se conoce mejor, es más consciente de lo que necesita para estar bien, y los que no, no suelen tener interés por cultivar su goce interior. Una afición es síntoma de salud mental. Saber que alguien come bien, duerme bien, tiene buenos amigos y algún hobby me da mucha información sobre una persona”.

Esta compulsión de monetizar los hobbies los ha despojado de su propósito: nuestra realización personal”
Ananya Chaudhari, estudiante

Los hobbies nos hacen mejores y más felices. Un estudio de 2016 de la Universidad de Drexel demostró que dibujar durante 45 minutos reducía significativamente los niveles de cortisol, la hormona que regula la respuesta al estrés. Otro trabajo de 2017 publicado en la revista Arts & Health probó que colorear activaba la corteza media frontal y mejoraba el ánimo, la autopercepción y la capacidad de solucionar problemas. En 2015, un equipo de la Universidad de Merced reveló que los individuos que se concentraban en un hobby estaban menos estresados y su frecuencia cardiaca era más baja. “Lo que importa es cómo practicamos nuestras aficiones, y la clave es conseguir salir de nuestra propia cabeza”, escribió Matthew J. Zawadzki, autor principal del estudio.

Participantes del Brick Fest Live de Worcester, Massachusetts, en octubre de 2023.
Participantes del Brick Fest Live de Worcester, Massachusetts, en octubre de 2023. JOSEPH PREZIOSO (AFP/GETTY IMAGES)

De las definiciones que aparecen en el libro Hobbies. Leisure and The Culture of Work in America (1999), un texto clásico sobre el asunto de Steven M. Gelber, los círculos académicos ponen su atención en lo que parece esconder un oxímoron: “el ocio productivo” u “ocio serio”, un término acuñado por Robert Stebbins, profesor emérito de Sociología de la Universidad de Calgary. En su marco teórico, el entretenimiento y la socialización son actividades demasiado pasivas para merecer la consideración de hobbies, las clasifican como “ocio informal”. Un hobby, según Stebbins, debe ser “ocio serio”, puesto que requiere un esfuerzo basado en “conocimientos, entrenamiento o habilidades especiales”, y quienes lo practican intentan a menudo progresar y mejorar con el tiempo. Evidentemente, en la era de la optimización total esta inversión no tiene sentido sin un retorno.

Según los expertos del equipo de Stebbins, “el ocio serio” aporta un tipo de satisfacción diferente al de la relajación o al del trabajo remunerado, y ayuda a desarrollar una identidad independiente de la profesión que nos da de comer, ya que un hobby apuntala la autoestima: uno no corre, es runner; no solo lee, es un gran lector, y no ve series de televisión, es un seriéfilo; no disfruta de la comida y el vino, sino que es gourmet, y, más recientemente, foody. Un hobby confiere prestigio y cierta autoridad. Según Stebbins, el ocio serio es necesario para tener una vida plena.

Que alguien coma y duerma bien, tenga amigos y algún hobby habla de su salud mental”
Cinthya Molina, psicóloga clínica

Algunas señales avisan cuando un hobby se empieza a perder por el ingrato camino de la productividad, los deadlines y las obligaciones. Cinthya Molina recuerda una conversación con un paciente de vida frenética, analista de mercados financieros. Su vía de escape, su pasión, era su barco. Hace poco consiguió un amarre en Mallorca y decidió que cuando no estuviera navegando lo alquilaría, así se pagaría el amarre y quizás podría comprarse un segundo barco que trataría de amortizar cuanto antes. “Lo dejé hablar y luego le dije: ‘Bueno, ya sabes que tu barco ha dejado de ser una fuente de placer, ahora es un generador de estrés, has monetizado tu única fuente de bienestar, ahora es una responsabilidad: tienes que amortizar la inversión. El día que salgas en el barco solo pensarás que no lo estás aprovechando y que estás perdiendo 2.000 euros”.

Aquellos que un día se creyeron afortunados por su habilidad para mezclar ocio y negocio hablan de unos primeros tiempos luminosos que se van apagando a medida que empiezan a dejar de hacer lo que les apetece para conseguir objetivos, audiencia o engagement, o hasta que algo se tuerce —y en internet esto pasa con frecuencia, concretamente, cada vez que un algoritmo cambia y caen el tráfico y la visibilidad—, entonces la sensación de fracaso contamina la capacidad de disfrute. El éxito perdido no se vive como la consecuencia de un cambio tecnológico del que no somos responsables, sino como una derrota personal, y el antiguo hobby se transforma en una fuente de frustración. De ese modo, difícilmente se puede volver a perder la noción del tiempo mientras uno se deja llevar disfrutando con lo que más le gusta. El psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, profesor del Centro de Estudios Avanzados de Ciencias de Comportamiento de la Universidad de Stanford, describió en sus experimentos el “estado de flujo” como la absorción total en una actividad que proporciona placer y disfrute. El tiempo vuela, los pensamientos desaparecen, toda la energía está concentrada en una actividad que genera una completa satisfacción. “Un estado de experiencia óptima” muy cercano a la felicidad. Solo por eso deberíamos proteger nuestros hobbies del culto a la optimización. No pasa nada por vivir unas horas del día sin ser productivos.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.
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