Contraindicaciones del complejo de superioridad
El escenario político actual ya lo teníamos clarísimo la misma noche electoral. Entonces, ¿por qué han pasado dos meses y seguimos en el mismo sitio?

A veces está bien guardar los periódicos. Tengo delante los del lunes 24 de julio, al día siguiente de las últimas elecciones. Estaba todo clarísimo. EL PAÍS decía que una investidura de Sánchez dependía de Junts. El Mundo: “Feijóo gana pero Puigdemont podrá hacer presidente a Sánchez”. Uno de sus articulistas admitía su pesar por el hecho de que el juicio mayoritario de los españoles “no coincida con el expresado individualmente en tantas columnas”. Ya, es increíble. A mí me pasa al revés con las mías, nunca sé si tengo razón. ABC: “Puigdemont o bloqueo”. También, un artículo honesto de su director: “Nos equivocamos”. La Vanguardia: “Junts tiene la llave para investir a Sánchez o forzar unas nuevas elecciones”. En fin, todo esto ya lo sabíamos la misma noche electoral. Entonces, ¿por qué han pasado dos meses y seguimos en el mismo sitio?
No conozco nadie que haya seguido los trámites ni los debates que no sea periodista (como mucho, como periodista, los conocidos te piden que les resumas lo que pasa, en plan favor). Se le ha concedido a Feijóo —para ser precisos, ha sido el Rey— una especie de escaparate de consolación, para que se le pase la rabieta a toda la derecha, medios de comunicación incluidos, que pese a verlo tan claro aquella noche, y cómo se habían equivocado, necesitaban tiempo para asumirlo y montar un nuevo mecano de argumentación donde todo vuelva a ser culpa de Sánchez. Si se repiten las elecciones, dado que el antisanchismo como campaña electoral fracasó, yo no sé qué nos espera.
El pánico existencial del PP es comprensible: se asoman a la perspectiva de no gobernar en la vida. Y además porque no quieren, como ha proclamado Feijóo. No soy capaz de imaginar los efectos en la cabeza de sus dirigentes y votantes ante un planteamiento existencial de este tipo (en el ala trumpista del PP, donde todo vale, llamarán a los loqueros en breve para que se lo lleven si esto no resulta). Supongo que la principal secuela es atribuirse el monopolio de la dignidad y pasear por el mundo con desdén, todo el día enfadados, con lo malo que es eso para la salud, y para la convivencia de todos. En fin, un complejo de superioridad de toda la vida, siendo minoría en el Congreso. Lo cierto es que desde que en España hay que pactar (2015, y ya han pasado ocho años), solo gobernarán los que sepan hacerlo, al margen de la altura de los principios desde los que miren a los demás por encima del hombro, como si el resto no tuvieran.
Decía Andreotti que el poder desgasta, pero desgasta mucho más no tenerlo. Creo que en Italia esto lo habrían resuelto rápido. Son muy prácticos, no se engañan sobre la realidad. Si acaso se engañan entre ellos, que es de lo que se trata ahora aquí, y en eso también son muy buenos. En cambio, en España el sentido práctico está mal visto, solo tienen prestigio los altos ideales, aunque te lleven a la tumba, o incluso mejor si lo hacen. Me es muy ajena esta épica del suicidio colectivo, tanto la del PP como la del independentismo catalán, y estar atrapado entre ellas es de lo más desesperanzador. Veremos quién se estrella mejor, con más altivez. No deja de ser gracioso que el idealismo de Feijóo solo tenga sentido como táctica electoral, si hay comicios, y se vería enseguida si funciona o no. Lo más fascinante es cómo en este escenario un partido como Bildu puede pasar por sensato. Después de estar locos tanto tiempo, ahora son los más prácticos. Simplemente esperan su momento.
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