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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Los Napoleones de las grandes tecnológicas: el peligro del empresario convertido en dictador ególatra

La acumulación de poder en una sola persona implica riesgos, como demuestran los casos de Sam Bankman-Fried, en FTX, Elon Musk, en Twitter y Mark Zuckerberg, en Meta

Bill Emmott
Mark Zuckerberg, de Meta, espera a testificar en Washington el 23 de octubre de 2019.
Mark Zuckerberg, de Meta, espera a testificar en Washington el 23 de octubre de 2019.PETE MAROVICH (PETE MAROVICH / New York Times /)

Hace mucho tiempo que las empresas tienen que gestionar el “riesgo de la persona clave”, llegando inclusive a contratar seguros contra la posibilidad de perder a sus altos ejecutivos por muerte, enfermedad o lesiones. Pero el colapso de la Bolsa de criptomonedas FTX, el derrumbe del precio de las acciones de Meta y el caos de Twitter luego de ser comprada por Elon Musk sugieren que la “persona clave” puede plantear un tipo muy diferente de peligro. Llamémoslo riesgo del “fundador napoleónico”. Quizá los inversores y los prestadores deberían exigir una prima para cubrir el riesgo de que un empresario estrella algún día se convierta en un dictador ególatra, quemando dinero en el camino.

El riesgo no es nuevo, por supuesto. La historia empresarial está plagada de ejecutivos que se vuelven deshonestos con fondos corporativos o de empresarios exitosos que no toman conciencia de que las empresas maduras y cotizadas no son sus juguetes personales. Pero con cada ciclo comercial pareciera que hay que volver a aprender las viejas lecciones.

Luego de la crisis de las puntocom a comienzos de este siglo, el histórico inversor norteamericano Warren Buffett ironizó diciendo que “sólo se puede averiguar quién está nadando desnudo cuando baja la marea”. Ése es el ciclo comercial moderno: fluye eternamente del optimismo al pesimismo y del apogeo al colapso. Sin embargo, Buffett podría haber agregado que las mareas altas optimistas son los momentos en los que se deben poner en práctica precauciones. Una vez que uno se enfrenta a la verdad desnuda, tal vez ya haya perdido su dinero.

Esto en efecto es lo que pasó en el caso de Sam Bankman-Fried y FTX, que fue valuada en 32.000 millones de dólares a comienzos de este año. Algunos se solidarizarán con quienes han perdido dinero con el colapso de la compañía. Más allá de la pretensión de Bankman-Fried de ofrecer una versión madura de criptomonedas, todos los involucrados deberían haber sabido que era un casino. Y cualquiera que le prestara atención al estilo de vida extravagante de Bankman-Fried se debería haber dado cuenta de que no era ningún Buffett.

Sin duda, a los inversores les resulta difícil tomar precauciones contra este tipo de bucaneros. Quienes respaldan a una compañía como FTX buscan apuestas de alto riesgo con el potencial de recompensas gigantescas. Aun así, el inversor inteligente tendría que poder detectar señales de que un bucanero se está convirtiendo en algo parecido a un pirata. Con Bankman-Fried había indicios por todas partes: administraba la compañía con unos pocos amigos cercanos desde un penthouse en las Bahamas.

De la misma manera, el ex primer ministro británico David Cameron debería haber sospechado que algo no estaba bien con su papel de asesor altamente remunerado en Greensill Capital mucho antes de que la firma quebrara en 2021. Después de todo, ¿qué hacía el fundador-bucanero de la firma, el australiano Lex Greensill, con cuatro aviones privados, todos mantenidos con fondos de la compañía?

Ya que la inversión tiene que ver con hacer apuestas sobre un futuro desconocido, la confianza, la fiabilidad y el arte de vender son una parte importante del juego. Si bien los inversores están respaldando nominalmente planes comerciales, su confianza en ese plan muchas veces depende de su confianza en una persona. La fundadora de Theranos, Elizabeth Holmes, que acaba de ser sentenciada a prisión por fraude, puede haber creído o no que su firma podía desarrollar una tecnología que revolucionaría la industria de las pruebas de diagnóstico. Pero lo que importaba era su capacidad de convencer a los inversores de que, con suficiente dinero, su visión milagrosa se haría realidad.

Una cartera diversificada es la principal defensa contra las pérdidas por fraude o pensamiento ilusorio. Toda la industria de capital de riesgo descansa en la idea de que, si uno apuesta a empresas nuevas lo suficientemente ambiciosas, los réditos de las escasas historias de éxito compensarán con creces las pérdidas generadas por todos los fracasos y los bribones. Durante el largo periodo de capital ultrabarato —combinado con los mercados potencialmente globales disponibles para las empresas tecnológicas—, los argumentos de venta se volvieron más atractivos, y las apuestas, mucho mayores. Pero los principios básicos siempre han sido los mismos.

Con empresarios superestrellas curtidos por batallas como Mark Zuckerberg, de Meta, o Elon Musk, de Twitter, la cuestión es más compleja. Tras haber demostrado su valía en los últimos 20 años, ahora son más CEO veteranos que fundadores de start-ups. Sin embargo, vale la pena recordar que Napoleón Bonaparte también era un veterano político y militar cuando lanzó su desastrosa invasión de Rusia en 1812.

A medida que el éxito se va construyendo sobre el éxito, y mientras los miles de millones se acumulan y los imperios crecen, suceden dos cosas. Primero, la empresa —o, en el caso de Musk, el imperio comercial— se vuelve tan grande y compleja que necesita gerentes profesionales, estructuras formales y muchos controles y contrapesos. Pero, en segundo lugar, quienes crean compañías multimillonarias de la nada muchas veces tienden a manifestar una sensación de derecho e impunidad y se comportan como si todo este andamiaje no hiciera más que obstruir su visión.

Los muchos años de capital barato —­una marea alta aparentemente permanente— eclipsaron esta tendencia. Los buenos tiempos continuaron durante tanto tiempo que muchos inversores olvidaron lo esencial, mientras que los políticos, felices de ver creación de empleo y crecimiento en nuevas industrias, se volvieron demasiado indulgentes con los multimillonarios tecnológicos, que muchas veces se convirtieron en fuentes importantes de donaciones de campaña.

Meta es un ejemplo. Cualquier titular de acciones de la compañía debería haber reconocido los riesgos asociados con la estructura accionaria de clase dual. Si bien Zuckerberg tiene sólo el 13% de todas las acciones, es dueño de alrededor del 55% de los derechos de voto, y así cuenta con una carta blanca en la toma de decisiones de la compañía. En los buenos tiempos, esta estructura —compartida por otras firmas tecnológicas, como Alphabet (Google)— puede haber parecido sensata. Pero después de que el precio de las acciones de Meta cayera tres cuartas partes el año pasado, y frente a la apuesta de Zuckerberg de invertir miles de millones de dólares en la creación de una experiencia de realidad virtual (metaverso), los inversores han puesto el grito en el cielo, aunque sólo pueden culparse a sí mismos.

¿Acaso Musk —o sus prestadores e inversores— aprenderán esta lección? El comportamiento de Musk en Twitter hasta el momento sugiere que todos los involucrados pagarán un precio alto por esta lección. Ya ha despedido a la mitad del personal de la empresa, posiblemente incumpliendo leyes de empleo en el proceso. Ahora debe encontrar la manera de hacer que Twitter sea lo suficientemente rentable como para justificar el precio de compra de 44.000 millones de dólares. Eso es mucho pedir. Si bien la atención general que se le viene prestando a Twitter puede haber aumentado, muchos anunciantes reconocidos —la principal fuente de ingresos de la plataforma— ya han suspendido sus campañas.

Napoleón libró más batallas después de su retirada de Moscú, algunas con gran destreza, pero nunca recuperó su repu­tación de invencibilidad. Nadie puede no ver a un emperador desnudo.

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