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‘El Padrino’, inspiración para el imperialismo de EE UU

‘Ideas’ adelanta un extracto del libro de conversaciones entre el pensador Noam Chomsky y el historiador Vijay Prashad. Washington, plantean, tiene una actitud mafiosa para proteger a las élites occidentales

Soldados estadounidenses juran la bandera de su país sobre un tanque iraquí calcinado, el 27 de febrero de 1991.
Soldados estadounidenses juran la bandera de su país sobre un tanque iraquí calcinado, el 27 de febrero de 1991.Eric BOUVET (Gamma-Rapho via Getty Images)

En cada una de estas guerras —Afganistán, Irak, Libia—, la posibilidad de alcanzar una solución negociada se mantuvo al margen del conflicto. En Afganistán, los talibanes eran conscientes de la gravedad que entrañaba un ataque estadounidense tras el 11-S y dejaron claro que estarían dispuestos a entregar a Osama Bin Laden y la red de Al Qaeda a un tercer país; dado que en 1998 ya habían sufrido un limitado ataque de EE UU contra diversos objetivos (…), estaban familiarizados con la potencia del ejército estadounidense. Pero su petición de acuerdo fue rechazada. En 1990, el Gobierno de Sadam Husein comprendió que había cometido un error al invadir Kuwait. Quiso llegar a un acuerdo para abandonar el país sin que ello entrañara una humillación total. Las tentativas de negociar una retirada fueron acogidas con desdén por EE UU, que en 1991 sometió a Irak a una intensa campaña de bombardeos. De ahí que Sadam Husein se mostrara más que dispuesto a hacer concesiones a EE UU tras el 11-S, permitiendo un creciente número de inspecciones de la ONU —cuyos inspectores no encontraron armas de destrucción masiva— y ofreciendo todo tipo de medios para que los estadounidenses comprobaran que Irak no tenía malas intenciones hacia ellos. Una vez más, Washington ignoró las súplicas de Bagdad y siguió adelante con su campaña militar, bautizada como Shock y Pavor. En Libia, el Gobierno estaba ansioso por aceptar el plan de paz diseñado por la Unión Africana, cuya misión se vio inicialmente imposibilitada de viajar a Trípoli por los bombardeos de la OTAN; más tarde, cuando (…) Gadafi aceptó sus condiciones, los rebeldes, con la ventaja que les proporcionaba su condición de aliados de la OTAN, se negaron a firmar el acuerdo. A los estadounidenses, sencillamente, no les interesaba un acuerdo de paz o siquiera una rendición preventiva. Cuando EE UU quiere guerra, la consigue.

Hay algo marcadamente mafioso en la forma en que EE UU ha ejercido históricamente su poder, un hecho que se remonta a los tiempos del genocidio de los pueblos indígenas de Norteamérica, que intentaron negociar con los colonos, pero, en su lugar, tuvieron que enfrentarse al cañón Hotchkiss. Cuando en 1811 el jefe Tecumseh de los shawnees trató de negociar con el gobernador de Indiana, William Henry Harrison, el Gobierno federal utilizó la fuerza militar para perseguirle hasta Canadá; por su parte, Harrison se convertiría en presidente de EE UU, obteniendo una recompensa por apoderarse de aquellas tierras. Esta actitud tiene sus raíces en una cultura de ocupación colonial que expandió el territorio estadounidense, inicialmente establecido en la costa atlántica, hacia las tierras de las sociedades amerindias, apropiándose asimismo de una tercera parte de México y, más tarde, de los territorios franceses y rusos de la Costa del Golfo y California. Una vez consolidado el territorio continental estadounidense, siempre por la fuerza de las armas, se formaron ejércitos para apoderarse de archipiélagos e islas lejanas (Hawái, Guam, Puerto Rico, Filipinas), así como para establecer su dominio de todo el hemisferio americano mediante la Doctrina Monroe de 1823. En 1898, en la guerra estadounidense contra Filipinas, el general Jacob Smith ordenó a sus tropas “matar a todos los mayores de 10 años” y dejar tras de sí un “páramo inhóspito”. Medio siglo después, en Vietnam, una unidad de helicópteros estadounidense pintó el lema “La muerte es nuestro negocio y el negocio va bien” en una pared de sus cuarteles. Había que pacificar el paisaje, o destruirlo. El espíritu subyacente quedó plasmado en las palabras del presidente estadounidense Lyndon B. Johnson: “Es estúpido hablar de cuántos años pasaremos en las selvas de Vietnam cuando podríamos pavimentar todo el país y pintarle rayas de estacionamiento, y aun así estar en casa por Navidad”. La idea de que EE UU —la ciudad en la colina (una expresión bíblica utilizada por John Winthrop en 1630 para describir su nuevo país como un “faro de esperanza” para el mundo)— tiene derecho a definir el destino de América y a exportar esa actitud a otras tierras, especialmente a diversas partes de África y Asia, se deriva de su historia de ocupación colonial.

La Segunda Guerra Mundial devastó la mayoría de los países industriales avanzados; sin duda así ocurrió en Europa, Japón y la URSS. EE UU, en cambio, no vio afectada ninguna de sus bases industriales. En este país, la producción bélica potenció la industria nacional, y el superávit financiero estadounidense revestiría al dólar de un carácter sagrado del que carecían todas las demás monedas (…). EE UU empezó a definir agresivamente la trayectoria de sus aliados en Europa y Japón, además de utilizar todos los medios para subordinar el movimiento de descolonización y demonizar a la URSS mediante el sistema de la Guerra Fría, impuesto en gran medida por los estadounidenses. Los golpes de Estado y las intervenciones militares constituyen el rasgo definitorio de la era de la Guerra Fría, desde el golpe instigado por EE UU en Irán (1953) hasta la intervención militar estadounidense en Irak (1991). Durante esos 40 años, la fuerza de EE UU se vio frenada por la presencia de la ­URSS y sus aliados, además de por el surgimiento del Tercer Mundo como actor político. Aun así, EE UU actuó con absoluto desprecio al derecho internacional, y no hubo forma de limitar su poderío militar y diplomático ni el funcionamiento de las multinacionales con sede en Europa, Japón y el propio territorio de EE UU.

Esta actitud típica de un padrino mafioso experimentó una progresión geométrica tras la desintegración de la URSS, cuando la élite dirigente estadounidense comprendió que ahora constituían la única superpotencia. Los hitos de esta nueva era fueron la guerra en Irak (1991) y la creación de la Organización Mundial del Comercio (1994): la primera, un puro despliegue de poderío militar, y la segunda, una institución diseñada para atraer a los diversos países del mundo a un marco comercial que EE UU confiaba en dominar. Las guerras contra Afganistán (2001) e Irak (2003) se produjeron sin tener en cuenta apenas la opinión mundial, y menos aún la posibilidad de evitar la guerra mediante la negociación. EE UU, como el primero entre desiguales, consideraba que no tenía que rendir cuentas a nadie. Esa es la actitud característica de un padrino mafioso.

La actitud del padrino no es irracional. Se exhibe para proteger la propiedad, los privilegios y el poder de las élites dirigentes de EE UU y sus aliados más cercanos en Europa, Japón y unos cuantos países más. Estas élites son conscientes de que sus privilegios no pueden garantizarse de forma permanente mediante la libre competencia (…). De vez en cuando surgen dos tipos de amenazas económicas: la primera es la movilización de los trabajadores y campesinos de los países productores de materias primas clave, que se niegan a aceptar la imposición de los salarios infrahumanos que posibilitan que la cadena productiva mantenga los costes bajos y los beneficios altos; la segunda se da cuando los países donde se producen avances tecnológicos amenazan el poder monopolístico de las multinacionales europeas, japonesas y estadounidenses. EE UU o bien utiliza la violencia o bien respalda su uso por parte de sus representantes autorizados (dictadores y jefes de policía) contra los trabajadores y campesinos que se rebelan, y contra los gobiernos que estos podrían crear para diseñar una trayectoria distinta. Asimismo, fomenta políticas comerciales —especialmente leyes de derechos de propiedad intelectual— que impiden avanzar a los demás países en sus capacidades científicas y tecnológicas. Si se produce un movimiento en contra de sus intereses, EE UU utiliza su control sobre las instituciones internacionales para sancionar a los países en cuestión o bien emplea la violencia para disciplinarlos. Esa violencia y esas leyes tienen sus raíces en la actitud del Padrino, otra forma de denominar al imperialismo.

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