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Columna
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Por alusiones

Yo ya sabía que era tonto, pero lo llevaba en secreto, hasta que el presidente de Iberdrola lo ha hecho oficial

Sanchez Galan Iberdrola
Jose Ignacio Sanchez Galan, presidente y consejero delegado de Iberdrola.Julián Rojas
Íñigo Domínguez

Yo ya sabía que era tonto, pero lo llevaba en secreto, hasta que el presidente de Iberdrola lo ha hecho oficial y ahora ya lo sabe todo el mundo. Hasta ahora solo se comentaba en mis círculos más cercanos, pero ya lo mejor es asumirlo y me haré unas tarjetas de visita que lo ponga. Me atrevería a decir que ha violado la confidencialidad de nuestro contrato, en el que ellos saben que soy tonto, pero al menos queda entre nosotros. No me consuela que haya trascendido que hay más tontos, como los de Podemos, que llegan tarde a las elecciones andaluzas por un lío con las actualizaciones del ordenador (aunque ahí me he identificado mucho), o en la izquierda madrileña, donde la escisión Más Madrid y sus propios escindidos andan denunciándose a navajazos para escindirse en pedacitos aún más pequeños.

Vivimos como sociedad un momento catártico de ataques de sinceridad y cruda eclosión de la verdad, con el espionaje, escuchas de corruptelas, declaraciones de precisión (“No le acepto el término destitución, sino el de sustitución”), que puede ser desastroso. No tiene sentido saberlo todo. Por ejemplo, ha contado El Periódico que Puigdemont recibió a un señor ruso emisario de Putin el día antes de declarar la independencia de Cataluña, que digo yo que el día antes de una declaración de independencia tienes que estar liadísimo, pero bueno. Ahora bien, qué nos aporta esto, me pregunto. Solo confusión y descontento, desconfianza en nuestros más preclaros líderes y en los demás.

El propio presidente de Iberdrola, que está impu­tado en la Audiencia Nacional, debe de pensar parecido porque su empresa ha demandado a El Confidencial y le pide 17,5 millones de euros por su “sobreinformación” del tema. Pero por eso mismo debería ser sensible a estos detalles. Investigan a la compañía por pagar un millón de euros al excomisario Villarejo por cinco presuntas operaciones de espionaje. A empresarios y también, por ejemplo, a políticos y ecologistas en Arcos de la Frontera, en Cádiz, que se oponían a una central térmica. La compañía se indignó con el juez por sacar todo esto a la luz y en un escrito muy severo dijo que todo esto le causaba un enorme “daño reputacional”. Pues eso, ¿cómo creen que me siento yo ahora, que sé que soy tonto, con este daño reputacional? Voy por la calle y pienso que todo el mundo me mira y sabe que soy tonto, y las piedras cuando paso me dicen tonto, y las nubes, y los pájaros. Como en La Celestina: “Si va entre cien mujeres y alguien dice ‘¡Puta vieja!’, sin empacho voltea la cabeza y sonríe. Si pasa cerca de los perros, a ‘¡Puta vieja!’ suenan sus ladridos; si cerca de las aves, otra cosa no cantan que no sea ‘¡Puta vieja!’. Los ganados lo pregonan, las bestias rebuznan diciendo ‘¡Puta vieja!’ y las ranas en los charcos no suelen mentar otra cosa”. Y eso era antes de las redes sociales.

Yo soy uno de esos que se fían con la factura de la luz y no la leen, y me explota la cabeza si tengo que estar comparando tarifas. Vivía como un tonto, pero vivía feliz, ya ven. Ahora la verdad me está haciendo un ser cínico y receloso, echo de menos mi despreocupación, como cuando eras joven y creías que eras inmortal. Ya pienso que todos me pueden timar, que hasta un presidente autonómico o de una empresa del Ibex pueden estar mezclados en cosas raras. Con todos estos disgustos la vida no es lo mismo. Estaba mejor cuando era tonto y solo lo sabían ellos.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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