Polarizados
Francia navega la incertidumbre mientras es calificada como una “democracia defectuosa”
El rasgo político que mejor describe a los principales países europeos es la polarización, una tendencia al enfrentamiento que se ha desbocado en los últimos años. Por ejemplo, el 52% de los ciudadanos franceses opinan que la división entre ellos es la principal característica con la que se abordan las elecciones presidenciales de hoy. En España ese porcentaje llega al 45%. Así se dice en el estudio titulado Navegando la incertidumbre, elaborado por la organización More in Common.
En enero de 2021, a través de las imágenes de la fallida toma del Capitolio en Washington, muchos creyeron ver confirmados los peores presagios acerca de las consecuencias de la polarización extrema: era la culminación de un proceso de profunda división de la sociedad americana que se llevaba gestando durante décadas. El sociólogo Luis Miller, en el prólogo a un estupendo libro sobre el descenso de EE. UU. a la división y a la disfunción generalizada (Por qué estamos polarizados, de Ezra Klein; Capitán Swing), distingue al menos tres procesos distintos que se entremezclan y refuerzan: la polarización ideológica (izquierda-derecha, en las diferentes cuestiones: impuestos, emigración…), la afectiva (partidismo o sectarismo) y la social y territorial (que alcanza a los lugares de residencia, a los gustos y a los estilos de vida).
Cuando se dice que un país como Francia se está “archipielaguizando” (espacio público cada vez más fragmentado, islas que a menudo no se hacen caso unas a otras), ello se refiere a esta triple polarización, que se refuerza entre sí: los partidos se han homogeneizado ideológicamente, las emociones positivas y negativas han inundado las evaluaciones políticas y la segregación socioespacial ha crecido, y los ciudadanos viven crecientemente en lugares donde comparten gustos estéticos, aficiones, etcétera, con sus vecinos. Analizar la polarización significa tener en cuenta también cuestiones estructurales como la desigualdad y el paro, ya que aquellos países en los que hay mucho desempleo o el índice de Gini se hace más alto (más inequidad), la polarización asciende.
Los analistas indican que Francia se enfrenta a dos peligros: la huelga de urnas (la abstención) y el importante voto a favor de fuerzas en los extremos del arco ideológico, una vez triturados los partidos políticos tradicionales. El profesor de Sciences Po Pascal Perrineau escribe que el 45% de la intención de voto apunta hacia candidatos antisistema, a derecha e izquierda, lo que sería el reflejo de “una sociedad malhumorada que cuestiona cualquier reforma y desconfía de la política” (Vanguardia Dossier). Perrineau cita un barómetro del Centro de Investigaciones Políticas de su institución que pone en cuestión la calidad democrática del país: el 60% considera que la sociedad es injusta; el 55% opina que la democracia no funciona bien; el 59% desconfía de la institución presidencial y el 79% lo hace también de los partidos; el 80% piensa que los representantes políticos no se preocupan de los ciudadanos y que son más bien corruptos (el 65%); finalmente, casi el 50% de los ciudadanos franceses ha dejado de interesarse por la política. En la calificación anual de The Economist, Francia es calificada como una “democracia defectuosa”.
Con estos mimbres ha de construirse el futuro y tras las elecciones presidenciales abordar las legislativas. Todo es posible dentro de este desastre en el que el declive de la nación parece siempre inminente e irrefrenable, aunque nunca acabe de llegar, y en el que se desarrollan espasmos sociales como el de los chalecos amarillos (que estalla por la subida del precio del diésel), que en esta coyuntura de alta inflación encuentra mayores condiciones objetivas para volver a las calles.
Hay un agotamiento frente a la división y al tribalismo político, pero la percepción de solidaridad y cohesión social que asomó en el primer trimestre del año 2020, durante el confinamiento frente a la covid, ha desaparecido prácticamente. En su ya clásico Cómo mueren las democracias (Ariel), Levitsky y Ziblatt muestran que cuando las sociedades se dividen de un modo tan profundo que las fuerzas políticas se atrincheran en visiones del mundo incompatibles, las democracias están en peligro.
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