Demostrar que la democracia funciona
Biden se preocupa también por las ‘infraestructuras humanas’ y pide subidas de sueldos
Tenemos que demostrar que la democracia funciona”. Con este principio llegó Joe Biden a la Casa Blanca, traumatizado el país por dos acontecimientos excepcionales: la invasión del Capitolio por una horda de supremacistas blancos, muy cercanos a su antecesor, y una pandemia vírica asesina. Sus primeras medidas, además de la vacunación masiva, dieron para que se hablase de un cambio del paradigma dominante: de la revolución conservadora a un momento Roosevelt. Seis meses después llegan las rebajas.
Biden ha situado en la agenda dos asuntos centrales. Primero, que la “teoría del goteo” (si crece la economía para los más ricos, tal crecimiento llegará en forma de bienestar a los demás —aunque sea como migajas—) no funciona. Por tanto, es hora de hacer crecer a la economía desde abajo hacia arriba y desde el centro hacia fuera. Segundo, que no es cierto que haya escasez de trabajadores, como se quejan algunos empresarios, sino que la escasez es de trabajadores bien pagados; en una reciente conferencia de prensa, el presidente americano lanzó su gran eslogan: “¡Pay them more!” (¡págales más!) y dijo a los empleadores: “Vais a tener que competir y empezar a pagar a los trabajadores un salario decente”.
En la comisión conjunta de la Cámara de Representantes y el Senado del pasado mes de abril estaban vigentes los dos planes de estímulo que, a regañadientes o no, se habían aprobado en la legislatura de Trump, por valor de 2,6 billones de dólares. Biden anunció dos planes más: el Plan por el Empleo Americano (fundamentalmente, inversión en infraestructuras), de 2,3 billones, y el Plan de Familias Americanas (para aumentar la protección social), con un monto de 1,8 billones. Se hablaba pues de un gasto cercano a los 7 billones para transformar y recuperar la economía americana (más las ayudas monetarias puestas en marcha por la Reserva Federal).
Las infraestructuras ya llegaron al Senado, donde, para ser aprobadas, requerían el apoyo de algunos republicanos (se necesitan 60 votos, y los demócratas tienen solo 50 y el voto de calidad de su presidenta, la vicepresidenta Kamala Harris). La inversión pública en infraestructuras ha caído estrepitosamente en EE UU desde los años sesenta del siglo pasado, y el país con la economía más grande del mundo desciende al puesto decimotercero en cualquier calificación sobre la calidad de las mismas. El Plan de Empleo de Biden se convirtió en un acuerdo (de principio) bipartidista y ha quedado descrestado justo a la mitad: 579.000 millones en nuevas inversiones en cuanto sea aprobado, que ascienden a casi un billón en cinco años y finalizan en 1,2 billones en ocho años. Con ese dinero se tendrán que reparar carreteras y puentes, sustituir los autobuses escolares convencionales por otros eléctricos, se reemplazará el contaminante sistema de tuberías de plomo, habrá mejoras en la red eléctrica y se dotará a cualquier ciudadano de banda ancha de internet; asimismo, se reforzará la seguridad de las infraestructuras más importantes ante la posibilidad de ciberataques o de catástrofes naturales, como las que se han dado en los últimos tiempos.
Sin embargo, la comisión de cinco demócratas y cinco republicanos que negoció en el Senado el plan de infraestructuras físicas no llegó a un acuerdo (o no abordó) sobre lo que Biden denomina “infraestructuras humanas”, una inversión de 400.000 millones en asistencia sanitaria primaria, atención infantil, etcétera. Tampoco se conoce cómo se van a financiar los 1,2 billones, aunque las partes pusieron dos líneas rojas: los demócratas, que no se subiesen los impuestos a las clases medias, y los republicanos, que los beneficios otorgados a los más ricos (siguiendo la “teoría del goteo”) por la reforma fiscal de Trump, de 2017, no decaigan.
Demasiadas contradicciones sobre las diferencias entre lo que se planifica y lo que se logra. He aquí un ejemplo de los límites de la política y de la confrontación permanente entre la realidad y el deseo. El acuerdo marco sobre infraestructuras no es definitivo y es difícil prever ahora su final. Aunque Biden sea el hombre más poderoso del mundo.
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