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Alessandro Baricco: “Los jóvenes nos pasarán la cuenta de esta crisis”

El escritor italiano, autor del superventas ‘Seda’, publica un libro autofinanciado de reflexiones sobre la pandemia. Lo ideó para que sea leído en el móvil

Alessandro Baricco en Roma el pasado 12 de mayo.Vídeo: Foto y vídeo de Antonio Faccilongo
Daniel Verdú

Alessandro Baricco (Turín, 63 años) estaba hace un año y tres meses en un sótano de París escuchando a una banda con unos amigos. Desde aquel lugar pequeño y lleno de humo se despidió de la vida normal. A su regreso a Turín se encontró con un país confinado, una cuarentena obligatoria y el inicio de algo monstruoso cuya magnitud comprendió cuando cerró la escuela de escritura que dirige (Holden). Vinieron semanas de aburrimiento, varado por primera vez en la misma casa con una mujer a la que no hacía tanto que había conocido. “La pandemia es un acelerador, y algo que quizá me hubiera llevado tres años sucedió en pocos meses”, bromea el autor de Seda en un hotel del centro de Roma. Sin demasiadas ganas de nada, entendió que debía contar lo que sucedía a través de un formato distinto. Al fin y al cabo, el mundo tampoco volvería a ser ya igual. Y así salió Lo que estábamos buscando (Anagrama, 2021). Un librito sobre la pandemia que primero se construyó como ensayo fragmentado para móviles, y con el que vaticina la muerte del ensayo tradicional.

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Pregunta. ¿Cómo pensó este libro?

Respuesta. Lo medité mucho, no quería contar banalidades. Cargué todas las ideas y luego lo escribí en una semana. Lo importante era encontrar la forma. Y era bastante extraño, iba a ser gratis, con movimientos laterales. Se podía leer desordenado y también escucharlo leído por mí. Esa era la mitad del proyecto. Ahora ha salido el libro físico, que es la parte más simple. Lo otro fue distinto: lo escribí y en una semana había 100.000 personas en Italia que habían entrado. Lo pagué yo, costó 2.000 euros. Quería dar a conocer estas ideas lo antes posible. Que se pudiera leer de pie, mientras esperas… Casi diría mientras haces otra cosa. La edad media del lector era de 25 a 30 años. Pero no lo leía nadie de más de 50, así que sacamos el libro físico.

P. Dice en el libro que la pandemia debe concebirse como un mito.

R. Pensar en resolverla con números o con el relato médico es una locura. Lo mismo que gestionarla con el sentido común de los políticos. Es algo más complejo, un evento que hemos permitido que sucediera y quizás, incluso, esperado o provocado colectivamente. Simplemente, no tomándolo en serio, no defendiéndonos.

P. En el mito hay una enseñanza moral. ¿Nos merecíamos esto?

R. Hay un punto de disponibilidad al accidente. Hemos elegido tirar todos los muros y hemos querido el riesgo: podía ser un virus o cualquier otra cosa. Cuando haces viajar a un número enorme de humanos por el mundo es obvio que puede haber problemas de salud. Hemos ido directos a esto, quizá para tener una excusa para cambiar muchas cosas. Un puñetazo para transformar el mundo.

P. Usted cita a Jung, quien aseguró que podía prever la llegada de Hitler al poder a través de los sueños de sus pacientes en los meses precedentes. ¿Cree de verdad que esto era algo previsible a través del inconsciente?

R. Creo que inconscientemente una parte de nosotros buscaba ese accidente que le digo. Y cuando no llegaba, se lo inventaba: la inmigración, el terrorismo islámico, fenómenos presentes, asuntos que venían muy amplificados por una sed de emergencia, por un hambre de trauma. Es una tendencia inconsciente colectiva.

P. El mundo se vuelve cada vez más difícil de entender para los no especialistas. Se suponía que esta pandemia iba a suponer el regreso de los expertos y nos iba a librar de los populismos.

R. El populismo no sabemos cómo acabará. Pero esta pandemia ha sido la última función solemne y gloriosa del especialista. El saber médico sale de esta pandemia muy redimensionado; hemos entendido que los números cuentan relativamente. Con la vacuna, la ciencia ha dado indicaciones durante toda la pandemia que nos parecerán delirantes en unos años. Números que se revelarán falsos. Hay sitios del mundo donde no se pueden contar los muertos. Así que colectivamente se saldrá pensando que la ciencia puede ser útil, pero que no basta para superar los límites y los sufrimientos.

P. ¿No se habrá vuelto negacionista?

R. No, no. El negacionismo es una forma de rabia infantil. Incluso comprensible, pero no compartible. Es ingenuo e inútil. La alternativa no es el veredicto de la ciencia, sino una comprensión de la realidad llevada a cabo, en parte, con la comprensión de la ciencia. Pero completada con una capacidad de sentir la parte irracional del mundo y construir un relato para recoger todos los indicadores de la realidad.

P. La ciencia ha dado hasta ahora todas las respuestas...

R. La ciencia médica ha calculado en modo impreciso las consecuencias médicas del virus: enfermos, contagiados, muertos. Pero no puede contar el sufrimiento, el malestar, la soledad, la depresión, el cansancio, el envejecimiento… No tiene un solo índice que mida todo eso. Y no se puede tomar una decisión sensata teniendo solo en cuenta lo que afecta a nuestro cuerpo y no a nuestro ánimo. Pero lo hemos hecho.

P. ¿Le parece oportuno comparar la pandemia con una guerra?

R. No es lo mismo, claro. Pero es útil. Un punto claro es que cuando todo esto se difumine en una cotidianidad normal, la gente querrá ser recompensada, como después de la guerra: he combatido, lo he superado, ahora quiero un premio. Esto pasaba entonces y pasará ahora. Cuando sales de una guerra y vas a comprar la leche y es la misma que antes es muy decepcionante. Has atravesado toda esta tragedia y esperas que la leche tenga algo nuevo. Esa irracional ansia de vida tendrá un impacto sobre todas las cosas.

P. ¿En quién tendrá más efectos?

R. En los jóvenes. De los 50 en adelante el impulso es volver a poner las cosas en la mesa tal y como estaban antes del terremoto. Pero los jóvenes tendrán el instinto de ese mundo distinto. Están muy nerviosos. Hay un resentimiento que crece porque han sido los grandes sacrificados. Tenían un riesgo de mortalidad nulo y les han robado un año y medio de vida. El objetivo principal de un chico de 14 años es liberarse de su familia. Pero, en cambio, han sido obligados a encerrarse con ellos en casa. La proporción entre riesgo y sufrimiento ha sido muy alta. Así que nos pasarán la cuenta, y es justo que sea así.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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