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Trabajar cansa
Columna
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La Superliga o la obsesión ‘premium’

Hay en el ser humano una pulsión pija tan poderosa como las feromonas en primavera o la sed en verano

Íñigo Domínguez
Protesta contra la Superliga este 20 de abril en Londres.
Protesta contra la Superliga este 20 de abril en Londres.Rob Pinney (Getty Images)

A todos nos pasó de pequeños. En mi clase estaban los que tenían zapatillas de marca caras y los demás. Se reían de ti porque las tuyas eran Nisu (Ni Su Padre Las Conoce), y ya ni te cuento si eran de un nombre que buscaba la emulación por la vía de la confusión semántica desesperada, tipo Alidas, o más tarde cosas como la ginebra Lirios. Desde muy pronto veías cómo se establecían clases, hay en el ser humano una pulsión pija tan poderosa como las feromonas en primavera o la sed en verano. Recuerdo un cartel enorme que vi en una carretera del Mediterráneo español hace muchos años. Era tan alucinante y tan directo que paré a hacer una foto. Decía así: “Destáquese del vulgo en Villaricos”. Era de una urbanización de adosados, otro mito nuestro. Es curioso porque en España está mal visto destacar, supongo que desde la dictadura, o por la envidia hispánica, algo sobre lo que hay tanto consenso quizá por eso mismo, para que todos tengamos idéntica cantidad. Hay cierta mentalidad gregaria de súbditos. Es mejor hacer bulto y pasar inadvertido en el mogollón, como en la mili: “Hijo, tú sobre todo no te distingas por nada”, le dijeron en casa a un amigo mío.

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Esta idea de que cada uno tiene su sitio y mejor que se quede donde está se acentúa en momentos de dificultad. A más desigualdad, más deseo de alejarse de los pobres. Es cuando los partidos de derechas se ponen estupendos con la seguridad como palabra mágica, como si todo lo que conocemos, nuestras propiedades, la misma forma de vida, estuviera en riesgo y fuéramos a dejar de sentirnos superiores a alguien. Por eso en el fondo todos somos de derechas, aunque no lo sepamos. La vida en la tierra es de derechas, la ley del más fuerte. En fin, que de todo esto veo yo la culminación natural en la Superliga, una verdadera señal de los tiempos. Es significativo que lo intentaran, se ve que han visto que últimamente cuela todo. Nos domina hace tiempo una obsesión premium, de sentirnos en el lado caro de la historia.

Esto de la Superliga lo comentabas y a cualquiera le parecía fatal, tristísimo incluso, pero luego al menos yo he tenido la impresión de que aquí todos estaban muy calladitos. De los propios futbolistas ya mejor ni hablar. En fin, que si no es por los aficionados ingleses, que salieron a armarla, aquí nos lo habríamos comido con patatas sin rechistar. No sé si es porque al menos media España que es del Real Madrid, del Barcelona o del Atlético de Madrid se consolaba pensando que al menos así ellos eran la élite, y se siente por los demás.

Llevo todo el rato pensando cómo enlazar esto con las elecciones madrileñas, que las tenemos de fondo como la radio, pero lo cierto es que no se me ha ocurrido nada, y sentía una gran liberación. Hasta ahora, lo siento: esta Superliga política de debates a seis, siete o más es un horror. Si ya pasa en algunas cenas, que seis es demasiada gente, qué vas a esperar de una reunión de líderes políticos. En discusiones así se puede esconder perfectamente no ya la falta de ideas, sino de conversación, que es como conoces a la gente y ves cómo piensan. Sería mejor volver al modelo clásico del uno contra uno, mano a mano, enfrentamientos por parejas. Ayuso contra Gabilondo. García contra Iglesias. Bal contra Ayuso. Gabilondo contra Monasterio. Bastarían 45 minutos, no estas torturas de dos horas. Sin guion, que la charla fluya por donde tenga que fluir y se les escape lo que piensan de verdad.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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