Fracaso catastrófico
Es difícil que las campañas electorales no queden secuestradas por las habilidades de los discípulos de Trump
La campaña electoral para la Comunidad de Madrid puede ser un buen laboratorio para analizar cómo se desarrollan actualmente esos periodos de fuerte carga política y en qué se convierten. El llamado “incidente de Vallecas” de esta semana, por ejemplo, responde a una estrategia que es antigua, pero que alcanzó su mejor exponente en la campaña de Donald Trump en 2016: lograr a cualquier precio repercusión en los medios de comunicación. Vox tiene todo el derecho a celebrar mítines en Vallecas (histórico centro obrero de Madrid) y los militantes de extrema izquierda del barrio lo tienen también a manifestar pacíficamente su desagrado. Conseguir que los dos derechos deriven en un enfrentamiento físico es un éxito de quien más necesita publicidad (muchos programas de televisión y tertulias le dedicaron atención preferente y obtuvieron buenos réditos de audiencia) y un fracaso de quienes piensan que nadie debería ofrecérsela. Si se hacen idioteces, decía Napoleón, estas al menos deben dar resultado. Sin necesidad de fantasear sobre campañas anteriores, nada modélicas, está claro que la campaña electoral de Trump en 2016 supuso una guía que ha sido, y es, extremadamente imitada y que tuvo un impacto formidable en el mundo del periodismo, hasta el extremo de que su cobertura ha sido descrita en muchos estudios académicos como “un fracaso mediático catastrófico”.
Lo importante no fue solo que muchos periodistas fueran incapaces de intuir la victoria electoral de Trump, sino, sobre todo, que en muchas ocasiones, y sin pretenderlo, pusieron sus medios para que esa victoria fuera posible. Obviamente, en las elecciones de 2020 las cosas no fueron tan confusas y ya habían aprendido algo respecto a las formidables cataratas de desinformación y a cómo se introduce la propaganda en la mismísima descripción de la realidad, con los famosos “hechos alternativos”, o el abrumador efecto de la insinuación sistemática y permanente.
Lo que, pese a todo, sigue siendo problemático es cómo lograr que las agendas, es decir, los temas de los que se habla en las campañas electorales, estén de acuerdo con las necesidades de los ciudadanos y no queden secuestradas por las habilidades de los discípulos de Trump, capaces de conseguir que los medios no encuentren tiempo ni recursos para hablar de aquello que profesionalmente consideran relevante. Hay algunos datos que ilustran muy bien ese problema. Por ejemplo, las grandes cadenas de televisión americanas dedicaron en 2015, el año anterior a las elecciones, 327 minutos a hablar de Trump y 121 a hablar de Hillary Clinton (Informe Tyndall 2015). El presidente de la cadena de televisión CBS lo expresó sinceramente: “Trump no será bueno para América, pero es muy bueno para la CBS”. El problema no fue que la CBS defendiera a Trump, sino que, incluso para contradecirle, le dedicó muchas horas de emisión, con un gran éxito de audiencia. Ese es el truco: lo que benefició a la cadena (audiencia) benefició al candidato y a sus mentiras. ¿Por qué? Porque la mayor parte de las 20 grandes historias periodísticas de la campaña de 2016 partieron de noticias falsas que Trump y blogs hiperpartidistas pusieron en circulación. El 70% de las declaraciones de Trump fueron falsas, mayoritariamente falsas o mentiras (PolitiFact), pero consiguieron que los medios, sobre todo digitales y televisiones, estuvieran pendientes de esa agenda la mayor parte del tiempo. Como resultado, no hubo ni espacio ni recursos para investigar otros asuntos que debieron haber decidido los propios periodistas de acuerdo con su criterio profesional.
Es exactamente el mismo riesgo que existe en la cobertura de la campaña de la Comunidad de Madrid. En este caso existe una puerta de entrada que debería ayudar a mejorar el enfoque: ahora hay un periodo de gestión ya realizada que puede ser objeto de análisis e indagación. El incidente de Vallecas, lamentable, no debería ocupar el espacio necesario para averiguar cómo se gestionó la pandemia en las residencias de la Comunidad de Madrid (que tienen un 52% de exceso de mortalidad sobre la media española, según la plataforma web colaborativa Envejecimiento en Red), por qué hubo tanta falta de transparencia en los datos ofrecidos o por qué se cambió repentinamente el protocolo de rastreo de pruebas diagnósticas.
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