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Por qué los políticos nunca piden perdón

La reciente petición de disculpas de Angela Merkel sorprende en tiempos de polarización. ¿Puede estar gestándose un cambio de paradigma en la comunicación política?

Berna González Harbour
La canciller alemana Angela Merkel en el Bundestag el pasado 24 de marzo.
La canciller alemana Angela Merkel en el Bundestag el pasado 24 de marzo.Krisztian Bocsi (Bloomberg)

La estrategia que hoy se practica en política es tan competitiva, tan amarrada a la apariencia de certezas y a la culpabilización del contrario que el perdón que ha pedido Angela Merkel por sus errores se ha convertido en noticia. El Entschuldigung (lo siento) pronunciado el pasado 24 de marzo por la canciller alemana ante la prensa, dando marcha atrás a un nuevo confinamiento extremo que generaba gran resistencia, ha resonado con fuerza en un contexto complicado por la pandemia y por la crisis, pero, sobre todo, por una cultura política que no contempla pedir perdón.

En los años setenta y ochenta se abrió paso desde Estados Unidos una adaptación de la estrategia militar a las campañas electorales que implicaba un espíritu de guerra abierta, de no dar ni agua al rival y de defender cada palmo de terreno ganado sin reconocer errores, cuenta María José Canel, catedrática de Comunicación Política de la Universidad Complutense. Esto se extendió a la comunicación de los gobiernos y dio paso a este tiempo en que el hecho de que un jefe de Gobierno pida disculpas constituye una muestra inconcebible de vulnerabilidad. Como veremos, esto puede cambiar. “En la ley de la política, que premia a los más fuertes, pedir perdón puede ser interpretado como una debilidad y por tanto como un modo de autoexcluirse de un partido de tenis en el que la clave es ganar el último punto”, señala Javier Gomá, autor de la Tetralogía de la ejemplaridad. Lo que es signo de fortaleza humana puede ser interpretado como fragilidad política.

Pedir perdón no fue solo la opción de Merkel en su rueda de prensa del mes pasado, sino de Hillary Clinton después de perder las presidenciales de EE UU en 2016; de la ministra principal del Gobierno autónomo de Escocia, Nicola Sturgeon, por un examen erróneo a estudiantes el año pasado, o de la británica Theresa May, en 2017, por su gestión del Partido Conservador. En España hay pocos precedentes, pero uno de ellos ha sido el ministro Salvador Illa, el más votado en las elecciones de febrero en Cataluña al frente del PSC. No solo pidió disculpas por asistir a una fiesta, sino que reconoció errores en la gestión de la pandemia y —el summum de la antipolítica actual— se atrevió a señalar virtudes de sus adversarios. “La base de la política es la credibilidad y para mantenerla, si tienes conciencia de que te has equivocado, debes reconocer el error”, analiza ahora. “Supongo que no se practica más porque parece que facilitas la crítica al contrario, pero ya hay una ciudadanía muy adulta en términos políticos. Yo tuve claro desde el primer momento que el requisito para que la gestión de la pandemia funcionara bien era no sacar rédito de ello”.

Los manuales de liderazgo aconsejan mostrarse seguros, no dejar pasar ninguna oportunidad de denigrar al adversario y cooperar solo cuando sea imposible competir, sin reconocer errores ni pedir nunca disculpas, sostiene el filósofo Daniel Innerarity. Solo tendría sentido pedir perdón cuando hay segundas oportunidades. “Y uno de los problemas actuales de la política tan acelerada es que apenas concede segundas oportunidades”, afirma. “Genera políticos ansiosos”. Para el asesor de comunicación Antoni Gutiérrez-Rubí prima una estrategia de supervivencia y beligerancia política que no deja espacio a matices. “España está en una fase competitiva de tintes dramáticos”, apunta.

Ante los riesgos de reconocer errores, los políticos optan por el viejo manual de: 1) negar las crisis, 2) reconocerlas solo si no hay más remedio aunque sin atribuirse la responsabilidad, y 3) echar la culpa a un tercero. Es la estrategia que ha llevado a la polarización extrema en Madrid de una forma que, según Verónica Fumanal, presidenta de la Asociación de Comunicación Política, no tiene marcha atrás. “Ayuso ha optado por culpabilizar al Gobierno como estrategia política. Si ahora asumiera otro discurso y hablara de gestión se hundiría, porque ha hecho su estrategia de esa culpabilización ajena y ahora no la puede cambiar”. Para Fumanal, Pedro Sánchez también tendría que haber asumido que se precipitó al dar por derrotado al virus. “Debió reconocer ante la sociedad que esta pandemia tiene una cuestión contingente que escapa a nuestro control. No somos omnipotentes”.

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La necesidad de que los líderes sean infalibles, de que tengan siempre respuestas e infundan confianza, está agudizada por la pandemia, sostiene la politóloga Cristina Monge. “Los miramos como a las azafatas en un vuelo con turbulencias; si ellas están nerviosas, mala señal. Cuando hay turbulencias en la sociedad, miramos a los políticos. Y pedir perdón significa que no tienen esas respuestas”. En algunos países nórdicos existe un formato de legislación provisional de prueba-error (sunset law) que permite a los gobernantes ensayar fórmulas y corregirlas rápidamente si no dan resultados. En España, opina Monge, sería impensable reconocer que no se tiene la verdad absoluta.

La disculpa y el perdón pertenecen a un terreno de conciencia muy arraigado en la cultura religiosa europea y con matices muy distintos según el origen luterano o católico. El ejemplo por antonomasia en España fue aquel “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir” que entonó el rey Juan Carlos en 2012 tras su caída en un safari en África mientras el país se sumía en la honda recesión. “Fue balsámico por el halo divino de la Monarquía, y fue buena la ejecución: en el pasillo, con muleta, una persona frágil que parecía un igual, alguien que podía equivocarse como cualquiera”, dice la comunicadora Fumanal. Pero no estuvo acompañado de algo imprescindible, apunta: el propósito de enmienda. Los católicos, al fin y al cabo, pudieron siempre conseguir el perdón mediante bulas, sin necesidad de rectificación ni contrición, analiza el asesor de comunicación Gutiérrez-Rubí.

Es más fácil pedir disculpas en la recta final de un mandato, como ha hecho Merkel, cuando uno ya no se juega los votos. Pero mientras están en lucha, prima la defensa propia y la culpabilización del enemigo. La conoce bien Illa: “En Cataluña la victimización de los independentistas y la culpabilización al otro por no facilitar recursos o competencias, lo que llamo el pimpón político, ha sido corriente, pero es cada vez más una mala estrategia”. Ese “cada vez más” aúna las esperanzas de los consultados. Cansados de polarización, de enfrentamientos, algunos encuentran en la sociedad un apetito de confianza y honradez que puede ayudar a cambiar de paradigma: “La sinceridad, la responsabilidad y la autenticidad pueden ser muy valiosas para cambiar las dinámicas”, asegura Marta Rebolledo, profesora de Comunicación Política. “Pedir perdón da la oportunidad de reconectar con los ciudadanos y diferenciarte de los rivales que no son capaces de hacerlo”, añade Gutiérrez-Rubí. La sociedad es hoy más ilustrada y exigente: está pidiendo moralidad, ejemplaridad más allá del cumplimiento de las normas, opina el filósofo Javier Gomá. La tarea moral pendiente ya no es ser libres, sino ser libres juntos, afirma, y esto consiste, entre otras cosas, en sentir “asco” ante determinados comportamientos que atropellan la dignidad. “Hemos conquistado la mayoría de los derechos en época moderna por el asco que nos producía su atropello”, subraya. Esa evolución hacia una sociedad más exigente es clave en estos momentos de incertidumbre, señala la catedrática Canel: “La comunicación más auténtica es la única que puede triunfar. Se va abriendo camino un estilo en que eres más digno de confianza si reconoces lo que has hecho mal que si no lo haces. Y lejos va quedando esa estrategia de guerra que se aplicó desde los setenta”. El tiempo dirá.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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