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¿Puede un tuit ser una obra de arte?

Con los ‘non fungible tokens’ (bienes infungibles) se expande el mercado para el uso de criptomonedas, pero también nace una posible vía innovadora de ingresos para los artistas y un nuevo coleccionismo de arte basado en conceptos

Laura Fernández
Imagen del vídeo 'Rokoko Monolith', subastado por la cantante Grimes y su hermano, Mac Boucher.
Imagen del vídeo 'Rokoko Monolith', subastado por la cantante Grimes y su hermano, Mac Boucher.

El 21 de marzo de 2006, Jack Dorsey, por entonces un veinteañero de Misuri que acababa de fundar Twitter, tecleó el primer tuit de la historia: “Just setting up my twttr”, es decir, “configurando mi twttr” (así se llamaba entonces la red social). A aquel mensaje le siguieron miles de millones más. Twitter creció y creció. Y entonces alguien pensó que ese tuit podía ser una obra de arte. O, mejor, algún tipo de pieza de coleccionismo que nadie iba a poder tocar, pero que de todas formas podía poseer. Lo lanzó a subasta. Y ya hay alguien dispuesto a pagar por la cosa, la frase, al menos 2,5 millones de dólares. No, no es un cuadro, pero, dicen, puede lucir como tal.

¿Un tuit colgando de una pared? Sí, algo parecido. El tuit es un ejemplo de non-fungible token (NFT), algo así como bienes infungibles. Se trata de contenidos digitales únicos que para probar su autenticidad incorporan tecnología blockchain o de cadena de bloques. El blockchain funciona como una especie de base de datos común, de la que todos los integrantes de una red guardan una copia. Contiene la historia completa de todas las transacciones que se han ejecutado en la Red y, si se produce algún cambio, todas las copias lo registran. Los usuarios de Twitter podremos reproducir el mensaje de Dorsey, pero solo una persona será el dueño legítimo de aquel tuit original.

¿Para qué, exactamente? ¿Está el capitalismo feroz, en un intento desesperado por no detenerse ni ante la inexistencia del objeto, inflando aún más la burbuja del arte, o deformándola para encontrar una salida en el caso de que esta explote? ¿O está la criptomoneda inventándose un mundo de objetos virtuales alternativos para asentarse, de la misma manera que asientan el dinero real inexistente las transacciones por obras de arte únicas en casas de subastas como Christie’s y Sotheby’s? ¿Qué supone para un creador disponer también de activos digitales? ¿Importa el aspecto de esos activos cuando un mero tuit vale tanto como un klee?

La banda Kings of Leon va a convertir su tercer disco en uno de esos NFT. Pondrá en circulación seis unidades de un álbum que, de facto, permitirá a sus propietarios acceder gratis a todos sus conciertos. No hay una compañía discográfica detrás del lanzamiento, sino una start-up especializada llamada YellowHeart. Al fin y al cabo, el producto tangible de los músicos, el disco, ya se ha extinguido o está haciéndolo. La cantante Grimes montó una subasta a principios de mes con vídeos que había hecho con su hermano, Mac Boucher. Diez piezas artísticas de tirada limitada en algunos casos y en otros únicas —una de ellas alcanzó en subasta los 400.000 dólares— que hicieron que se embolsara, en total, seis millones de dólares.

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“El hipercapitalismo prospera en el movimiento constante, en el intercambio de información, en los pulsos de valor y en los conceptos. Si tomamos el arte como el reflejo con esteroides de la realidad, olvidemos de una vez el objeto, porque lo único que importa es el concepto y el significado que a este se le da”. La que habla es Chris Kraus, escritora, ensayista, artista audiovisual, autora de la famosísima novela convertida en serie Amo a Dick y experta en el mundo del arte —en 2018 el grupo Consonni publicó Video Green, su volumen de ensayos sobre el bum del arte en Los Ángeles a finales de los años noventa—. Evidentemente, el valor que esas piezas pueden tener depende del valor que le den aquellos que pujan por ellas. “Al final, es un acuerdo social”, resume el artista barcelonés Fito Conesa.

Para Conesa, la maniobra “parece una manifestación más del disparate por el que ya se tiene al arte contemporáneo, esa especie de cajón de sastre en el que todo cabe”. En lo que se refiere al asunto de Dorsey y su famoso tuit, puede interpretarse como una manera de sacudir el mercado o de criticar desde dentro lo que pasa, dice Conesa. Se trata, por cierto, de lo primero: Dorsey ha confesado que intenta dar visibilidad al fenómeno NFT. Un fenómeno en el que cree firmemente porque cree firmemente en la criptomoneda. ¿Y qué necesita un mercado para existir sino activos que poder comprar y vender? ¿Y qué otra cosa puede crearse para un dinero que solo existe virtualmente que activos que solo existan también de forma virtual?

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La pregunta es qué consecuencias puede tener eso para el artista. Kraus cree que ninguna. “El artista no tiene nada que temer nunca. Porque no todo es arte. Sí, puede que alguien cuelgue un tuit de una pared, pero eso no lo convierte en un cuadro. El arte está hecho con una intención feroz. Nada puede equiparársele”, argumenta. Eso sí, puesto que, más que el arte, en el mundo del arte lo que importa es el dinero, no es de extrañar que Christie’s y Sotheby’s se interesen por lo que ocurre en Valuables, el servicio de subasta de tuits, en el que se puja ya por unos 400 mensajes. ¿Y qué ocurre con los derechos de autor? ¿A quién le corresponden? “Si el tuit no está protegido por derechos de autor, cualquiera puede utilizarlo sin citar ni pedir permiso. Si lo está, se necesitaría el permiso del propietario y además debería citar al autor, que es quien conservaría el derecho moral de paternidad. El dueño tendría a lo sumo el derecho patrimonial de reproducción y comunicación pública”, expone el abogado Ignacio Temiño, experto en plagio. ¿Pero alguien podría poseer los derechos de una frase tan simple como la del tuit de Dorsey? “Cuanto menos elementos tenga, menos capacidad tendrá de ser original”, contesta. Aunque ha habido litigios incluso por anuncios por palabras. “Hay una duda abierta al respecto en el Tribunal de Justicia de la UE, debe juzgarse caso por caso”, apunta Temiño.

Aunque las casas de subastas convencionales aún no han puesto un pie en el universo de los tuits, sí lo han hecho ya en el de la obra digital. Esta misma semana Christie’s cerró la venta de Everydays - The First 5000 Days, una obra de 21.069 × 21.069 píxeles que reúne centenares de imágenes (es decir, un archivo JPG) de Mike Winkelmann, el artista digital conocido como Beeple, por 69,3 millones de dólares. La subasta, que tuvo lugar en línea, ha durado casi un mes y, aunque partía de una cifra modesta —100 dólares—, pasó en los últimos segundos de los 30 millones a esos 69 que la han convertido en la obra digital más cara de la historia y en la tercera obra de arte más cara jamás subastada en Christie’s de un artista vivo. ¿Los otros dos? Jeff Koons y David Hockney. “No es el fin de nada”, insiste Kraus. “Solo es el capitalismo ampliando las reglas del juego. Ya lo ha hecho antes. Lo hace todo el tiempo”.

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Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.

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