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Jack Dorsey, el millonario de Twitter que vende austeridad

El CEO de la compañía hace gala en las red de sus hábitos de vida espartanos, que incluyen ayunos y meditaciones "dolorosas"

El consejero delegado de la red social Twitter, Jack Dorsey.
El consejero delegado de la red social Twitter, Jack Dorsey.GETTY
José Manuel Abad Liñán

Hay una cosa que el dinero no puede comprar: la pobreza. Pero Jack Dorsey (San Luis, Misuri, 42 años) se ha empeñado en que 5.200 millones de dólares (4.700 millones de euros) sí pueden dar para cierta austeridad. No es original el cofundador y CEO de Twitter en el paisanaje de los plutócratas de Silicon Valley. Allí el estoicismo es ahora un nuevo bien de lujo. También cuajó entre los poderosos de la antigua Roma ese afán de contención de las pasiones y las quejas. Las reflexiones estoicas del emperador Marco Aurelio se agruparon bajo el nombre de cosas para mí mismo. Pero si eres uno de los fundadores de la red social del pájaro azul y, además, te siguen más de cuatro millones de personas, ¿por qué deberías guardártelas solo para ti?

Entre las medallas que se cuelgan los millonarios neoausteros como Dorsey refulge una: la meditación. El antaño desarrollador de software difundió en su cuenta de la red social imágenes de su retiro de 10 días en Myanmar para practicar vipassana, una vieja técnica budista que describe como “dolorosa en extremo y exigente de un trabajo a la par físico y mental”. “Mi habitación es básica”, mostró en Twitter. “Sin aparatos electrónicos, ni lectura, ni escritura, ni música, ni nada tóxico, ni carne, ni conversación, ni siquiera contacto visual con otras personas. Es gratis”. Le llovieron las críticas por mantenerse tan concentrado como ajeno a la limpieza étnica contras los rohingya. Él replicó que Twitter también era una herramienta para que la gente diera a conocer esa tragedia.

También ha usado la red que cofundó en 2006 para promover sus hábitos de alimentación. O más bien de hambre. Cuando uno puede permitirse los mayores manjares, solo hay un lujo mayor: no comer. Dorsey solo lo hace una vez al día, por la noche, y a veces ni eso.

“Los días parecen mucho más largos cuando no los interrumpes con el desayuno, comida y cena. ¿Alguien más ha vivido esta experiencia?”, lanzó el pasado enero a las hordas de contestatarios que pueblan la red, con 1.328 retuits y 13.723 me gusta. "A eso sabe la pobreza, señor", le replicó un seguidor desde Nigeria. No se le afea solo la falta de tacto, sino sobre todo que difunda costumbres tan extremas sin supervisión médica y las lance al universo descontextualizado de las redes, donde pueden pescarlas desde adolescentes con anorexia a víctimas de magufadas a las que ya solo les falta que un triunfador les regale doctrina.

Atribuye Dorsey al ayuno el don de potenciar la productividad. Y dice que necesita dosis extras cuando se dirigen dos compañías: además de Twitter, cofundó Square, dedicada entre otros menesteres a los pagos a través del móvil. En esta última también ha querido dar muestras de austeridad, pero de otro tipo: en su sede no tiene despacho.

Y otra, mayor, dio Dorsey cuando volvió a asumir el cargo de CEO de Twitter en 2015, tras una de las peores épocas de la compañía que desembocó en el despido del 8% de la plantilla. Para alentar a la desanimada tropa, donó un tercio de sus acciones a los empleados. “Prefiero tener una parte pequeña de algo grande a tener una gran parte de algo pequeño”, sentenció al desprenderse del 1% de la empresa.

Ha hecho gala de que el hábito hace tanto al monje como al gurú en un conocido podcast a principios de este año. Con su característica voz pausada, monótonamente grave y de timbre robótico, describió su rutina diaria ante el micrófono de Ben Greenfield, un escritor que proclama, contra la evidencia científica reiterada que ha demostrado lo contrario tras analizar centenares de miles de casos, que la vacuna triple vírica causa autismo. No entró en esa cuestión Dorsey, aunque en las redes se le criticara que diera cuartelillo a Greenfield. Se limitó a describir su rutina, una suerte de Regla de san Benito para los ricos del siglo XXI.

“Los días parecen mucho más largos cuando no los interrumpes con el desayuno, comida y cena. ¿Alguien más ha vivido esta experiencia?”, publicó en Twitter. "A eso sabe la pobreza, señor", le replicaron desde Nigeria

Y es esta. Se levanta a las seis y cuarto. Practica vipassana una hora. Usa la aplicación Seven para guiarlo con unos cuantos ejercicios muy intensivos (no tiene entrenador personal) y luego se mete en una sauna que alcanza los 50 grados, durante 30 minutos o una hora. De ahí, ya más espartano que estoico, se sumerge en una bañera con agua justo por encima del punto de congelación. Luego, va al trabajo. Caminando. Le lleva una hora y quince minutos, pero dos días a la semana, martes y jueves, hace teletrabajo. En su oficina usa un escritorio alto (lo usa de pie) y una bombilla de luz cercana al infrarrojo. De vuelta a casa, y tras la frugal o inexistente cena, repite sauna y baño helado: 15 minutos de calor extremo y tres de pseudocongelación. Un esquema que este empresario soltero que hizo sus pinitos como modelo y también probó suerte como masajista repite tres veces antes de meditar de nuevo.

Con parquedad zen se mueve en Twitter. Salpica sus tuis de vagas referencias autodespectivas a la propia red y a Internet, y de recomendaciones de clásicos musicales prácticamente inertes a las críticas habituales en esa caja de resonancia y odio. No obstante, los trolls y haters están al acecho cuando retuitea al polémico Elon Musk, su tuitero favorito. Incluso dan el salto al mundo real y lo culpan de varios males. Pero en la red social Jack Dorsey, millonario, emprendedor, gurú, es simplemente @jack, y figura sin biografía. Basta poco, eso sí, para caer la cuenta de que acredita un honor insuperable: haber lanzado el primer tuit de la historia, en marzo de 2006.

Encuentro con Trump

Trump, adicto a Twitter, recibió a Jack Dorsey el pasado jueves en el despacho oval, en plena polémica por un tuit del presidente contra la musulmana Ilhan Omar que alentó una oleada de amenazas de muerte. Cree el mandatario que el pájaro azul pía en su contra, y que la melodía de la red suena demasiado antirrepublicana. Llamó a Dorsey a capítulo en una reunión a puerta cerrada. Y allí se presentó el copropietario de Twitter vestido de manera mucho más formal que la que acostumbra, aunque las fotos del encuentro no permiten ver si se quitó su característico arete de la nariz. Acudió con un traje negro de aire amish y una camisa blanca. Delante de ese fondo de armario abundan "franciscanas" sudaderas con capucha negras o grises y gorros de lana que hacen indistinguibles a los gurús entre sí, pero también de cualquier precario vociferante en las redes. El Washington Post relata que Trump se le quejó de que pierde seguidores en la red, aunque en la palestra de la red presidente y CEO se refirieron a la bondad del diálogo y a que la compañía contribuya a la conversación pública de manera "sana".

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Sobre la firma

José Manuel Abad Liñán
Es redactor de la sección de España de EL PAÍS. Antes formó parte del Equipo de Datos y de la sección de Ciencia y Tecnología. Estudió periodismo en las universidades de Sevilla y Roskilde (Dinamarca), periodismo científico en el CSIC y humanidades en la Universidad Lumière Lyon-2 (Francia).

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