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Expectativa ‘versus’ posibilidad

Los primeros en pasarse a la acera de la posibilidad laboral tras la pandemia serían directivos: el 77% planea dejar su compañía

Nuria Labari
Un poster que dice "nos volveremos a abrazar" en Dublín, Irlanda, el 22 de noviembre de 2020.
Un poster que dice "nos volveremos a abrazar" en Dublín, Irlanda, el 22 de noviembre de 2020.CLODAGH KILCOYNE/REUTERS (REUTERS)

La pandemia ha machacado nuestras expectativas, las de todos. Las que teníamos sobre nosotros mismos, la vida, el futuro, el trabajo, la política, la familia… La covid-19 ha sido una verdadera trituradora en este sentido. Y eso es una excelente noticia dado que las expectativas nunca cumplen lo que prometen. No sirven para nada y podemos ser mejores sin ellas.

En el mundo precovid las redes sociales se habían convertido en las generadoras de expectativas por excelencia. A través de su uso aceptamos que con arreglo a ciertas condiciones materiales hay cosas que pueden suceder y que de hecho sucederán. Es decir, que si aparezco en una red social rodeada de cierta realidad material (paisaje idílico, casa familiar, presentación de un libro, salida nocturna) significa para mí y para los que me observan que ciertas cosas están sucediendo o van a suceder: que soy afortunada, que quiero a mi familia, que tengo éxito o que me lo paso bien.

Esto, evidentemente no es así y la realidad está harta de demostrarlo. Tanto que en Instagram ha estallado el movimiento “Expectativa versus realidad” para liberarnos de esta torpe manera de sentir el mundo. El objetivo de esta nueva tendencia no es otro que denunciar el postureo y reivindicar una realidad más auténtica y sin filtros.

Que las expectativas derrapan en lo que a construcción personal respecta, parece que está claro. Pero conviene recordar que tampoco funcionan en ninguna clase de construcción política. El fracaso de las expectativas sociales ya lo destapó el marxismo. Marx pensó que cuando la clase proletaria se supiera explotada se iba a montar la revolución mundial. Y lo que pasó es que la clase explotada siguió currando para pagar la hipoteca. Eso es porque las expectativas no mueven el mundo, solo lo llenan de ruido (Marx) o de filtros (Instagram).

La pandemia ha venido, insisto que por suerte, a liberarnos del yugo de la expectativa personal y ojalá que también social. Y gracias a ello quizás nos atrevamos a abrir la puerta a esa cosa misteriosa que llamamos posibilidad. A diferencia de la expectativa, la posibilidad no está ligada a la realidad material sino a la imaginación. Y quiere decir que si algo se puede imaginar, es porque puede suceder.

Hasta ahora las expectativas se han vendido mejor que las posibilidades por una sencilla razón: son más baratas. Por eso Marx se las regaló a todos los pobres de la tierra. Las posibilidades en cambio son caras y hay que pagarlas con dinero o con pensamiento. De hecho no existen para quienes carecen de ambas cosas. A lo mejor por eso los primeros en pasarse a la acera de la posibilidad laboral tras la pandemia han sido los CEO. Se han dado cuenta de que las expectativas que tenían sobre su vida no servían para nada. Y por primera vez han abierto una puerta a la posibilidad: el 77% de los directivos planea abandonar su compañía, según un estudio de la consultora Smart Culture.

El mundo parece más estrecho y difícil cuando eliminamos nuestras expectativas. Sin embargo, puede servirnos para fortalecer nuestro pensamiento. La mayoría no podemos pagar nuestras posibilidades con dinero, pero sí podemos pensar de otra manera. Y eso es importante, dado que el pensamiento es un arma más poderosa para cambiar nuestra vida (y nuestro mundo) que ninguna realidad material. Adiós pues expectativa. Hola posibilidad.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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