_
_
_
_
Días Contados
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Todos merecemos volver a casa por Navidad

Necesitamos volver a casa más que ningún año pues somos más otros que nunca. La buena noticia es que llegamos vivos

Nuria Labari
Un hombre con su hijo en el Mercado de Navidad de Santa Lucía en Barcelona.
Un hombre con su hijo en el Mercado de Navidad de Santa Lucía en Barcelona.Paco Freire/ Getty Images

Nunca creímos que llegaríamos a diciembre de 2020 tan cansados. Atravesamos ese instante de la carrera en que sabemos que hace ya kilómetros que lo dimos todo. Nos duelen mucho las piernas y el único músculo que puede correr por nosotros es, en este momento, el corazón. Por si fuera poco, la meta se aleja y la Navidad se acerca. Puede que esto sea el fin.

Ya hemos atravesado una Semana Santa, varios puentes y un agosto pandémicos. Pero la Navidad es otra cosa porque es un relato simbólico compartido, uno de los pocos que quedan, quizás el último. La Navidad es por definición la hora del regreso al hogar, con todo su esplendor y con todo su dolor. Y es un regreso antiguo, el que venimos cantando desde la Odisea hasta el último anuncio de turrones El Almendro. Ateos, religiosos, consumistas, grinchs o Reyes Magos. Al final, nadie se libra de su particular regreso. Ya sea hacia la familia elegida o la tradicional, con bronca mediante o sin ella, con cabrito o langostinos, es la hora de volver. Y lo sabemos. Por eso, hay que ser muy ignorante o muy bruto para recomendar que no volvamos a casa por Navidad cuando nuestro deber nos obliga a todos al regreso.

Sin embargo, la primera Navidad pandémica se está gestionando como todo hasta ahora: con normas, con números y sin relato. Con la recomendación de quedarnos en casa lejos de los nuestros y sin ningún aliento para que podamos entender cómo demonios hacerlo. Muchos de quienes nos lo explican desde el televisor (y no hablo solo de políticos) no necesitan entenderlo porque van a reunirse con los suyos. Algunos hasta tienen PCR reservadas para sentirse seguros. Pero ¿qué pasará en el corazón de todos los que no puedan? Los que estén demasiado lejos o demasiado asustados o demasiado solos. Si vamos a hablar de volver o no a casa por Navidad, parece sensato preguntarnos qué es un regreso y qué es una casa. Qué es un cierre perimetral importa más bien poco. Sobre el regreso tendríamos que recordar que quienes vuelven nunca son los mismos que partieron. El regreso ha de ser pues transformador. En este sentido, este año el viaje más importante ya está hecho. Y por primera vez regresamos de un lugar que ha dejado de existir para siempre: nosotros mismos antes de la covid. Necesitamos volver a casa más que ningún año porque somos más otros que nunca antes. La buena noticia es que hemos llegado vivos hasta aquí.

Pero ¿dónde es aquí? ¿Dónde queda ahora nuestra casa? La casa es desde la Odisea el espacio que hace posible el regreso y la memoria. No existe hogar si no hay alguien que espera. Entonces, ¿no será esperar una forma de encontrarnos con los nuestros? De hecho lo es. Por eso, para volver a casa esta Navidad basta con preguntarnos si alguien nos espera en algún sitio. Y cuánto tiempo podría esperar por nosotros. Si tiene prisa, entonces es mejor no ir a su encuentro. Si su espera es firme, es que ya está con nosotros. También podemos aprovechar para preguntarnos si somos nosotros capaces de esperar por alguien. Si la respuesta es sí, entonces hemos llegado a casa, incluso aunque esté vacía. Si es que no, no tendrá sentido ningún viaje. Recordemos pues que la espera forma parte del regreso y sintamos cuánta gente cabe en una casa vacía. Este año no habrá regreso sin poesía. Como tampoco debería haber política sin ella.

Ideas que inspiran, desafían y cambian, no te pierdas nada
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_