Quién nos salvará de las redes sociales
Es un hecho. Hemos concedido a la tecnología el poder de la persuasión, y a los técnicos, el prestigio de explicarnos el mundo
Estos días arrasa entre lo más visto de Netflix El dilema de las redes sociales, el documental de Jeff Orlowski sobre el peligro de las redes y el daño que están causando al mundo en general y a los individuos en particular. En los primeros cinco minutos se apunta de frente a la manipulación electoral, las fake news, la venta de datos personales, el espionaje tecnológico, el deterioro de la salud mental de los usuarios y el fin del mundo en general. Lo que viene después es la explicación de la distopía. No sabemos quiénes somos ni adónde vamos, pero sí cómo hemos llegado hasta aquí. Y para explicarlo Orlowski recurre a los creadores del sistema: exempleados arrepentidos de Google, Facebook, Instagram y demás gigantes del ramo.
Lo más curioso de este trabajo —que recomiendo a pesar de las pegas que voy a exponer— es que resulta tan manipulador como las redes que denuncia. De hecho, está construido con los mismos parámetros: mantener la atención, minimizar el pensamiento y endiosar la tecnología. En realidad, el documental no plantea ningún dilema, sino que viene a afirmar que la tecnología puede dominar y explicar el mundo. Por eso, la cinta es una sucesión de testimonios de gurús digitales y ex altos cargos en los campus tecnológicos más importantes del mundo. Porque la tesis oculta —y quizás inconsciente— es que los algoritmos y quienes los comprendan dominarán el mundo. Así que sus mentes superiores intentan explicarnos de manera sencilla (con un grafismo un poco bochornoso) por qué cerrar nuestros perfiles sociales es la mejor defensa contra el mundo que nos ataca. Más o menos.
En el documental no hay rastro de ningún pensamiento humanístico, no aparecen voces discordantes ni se presenta ambivalencia alguna. Porque esa es la manera de pensar de la tecnología: la persuasión constante. Persuasión que, paradójicamente, el documental denuncia tanto como encumbra. De modo que el data es nuevo, pero el debate, viejo. Como cuando decían que la televisión debía servir para educar a los espectadores, como si esa responsabilidad pudiera dejar de estar alguna vez en los maestros, los libros y las aulas. Como si el mundo lo creasen de verdad los algoritmos en vez de las personas.
En un momento dado, un investigador demuestra con gráficos —la forma preferida de construir una forma de verdad de cualquier ingeniero— que de 2010 a esta parte la tasa de suicidios entre los jóvenes ha crecido en Estados Unidos, y asocia su crecimiento al uso y abuso de las redes sociales. El mismo investigador podría haber demostrado con gráficos que los jóvenes se deprimen más porque leen menos. O que tienen más tendencias suicidas porque llevamos demasiado tiempo sin una guerra mundial que anime el cotarro. Y se hubiera quedado tan ancho. Y nos podría haber convencido si los gráficos fueran lo suficientemente buenos.
Es un hecho. Hemos concedido a la tecnología el poder de la persuasión —hasta aquí nada nuevo—, y a los técnicos, el prestigio de explicarnos el mundo. Y esto último puede que resulte más peligroso que cualquier algoritmo. Si ven el documental, no hace falta que cierren sus redes al terminarlo, pero háganse el favor de abrir un libro. Sin duda, el gesto más seguro para el futuro de la humanidad.
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