El porno es prostitución filmada
El consumo de contenido pornográfico, cada vez más violento por parte de los hombres, transforma su cultura emocional y da soporte ideológico a la misoginia del siglo XXI, escribe para ‘Ideas’ la profesora de Sociología Rosa Cobo
La pornografía impregna la cultura contemporánea. La alta y la baja cultura: la publicidad, el cine, la literatura o la televisión acusan la influencia del imaginario pornográfico. Las mujeres hipersexualizadas que habitan los relatos pornográficos se han convertido en parte de las imágenes que recibimos diariamente a través de diferentes medios de comunicación de masas. Natasha Walker advierte sobre el peligro que entraña la pornificación de la cultura popular. Sin embargo, el porno no es solo discurso y representación simbólica, también es práctica social y negocio internacional. Pornografía y prostitución son las dos caras de la misma moneda. Las mujeres en prostitución son las mismas de los relatos pornográficos. Por eso, la pornografía es prostitución filmada. Ambos negocios forman parte del núcleo económico de la industria de la explotación sexual.
Conviene, sin embargo, aclarar algunos tópicos sobre el porno. El primero es el que sostiene que la pornografía es ficción, magia, fantasía o transgresión. Sin embargo, una mirada atenta nos muestra que las grabaciones no son simuladas, son reales. Para que los pornógrafos puedan consumir pornografía y experimentar placer, las mujeres deben ser sometidas a humillación y violencia. De hecho, la pornografía se ha convertido en la verdadera pedagogía de la prostitución, de la violencia sexual y de la masculinidad hegemónica.
El porno, lejos de ser ficción, se configura como una de las instancias de disciplinamiento de las mujeres. El endurecimiento de los contenidos y el surgimiento de nuevos imaginarios de violencia contra las mujeres, como el incesto, los golpes y la violación, crece sostenidamente en el universo pornográfico.
En segundo lugar, en el epicentro de la narrativa pornográfica se encuentra la sexualidad. Sin embargo, es preciso interrogarse acerca de si la pornografía encarna la sexualidad. Desde luego, lo que sí puede afirmarse es que la pornografía ha encontrado un suelo firme en el que crecer a causa de la relevancia que ha tomado la sexualidad en el mundo contemporáneo. La cultura de la abundancia sexual ha contribuido sin duda a la libertad sexual de millones de personas en todo el mundo.
Ahora bien: ¿es la pornografía una manifestación de la libertad sexual?
La propuesta de libertad sexual se inscribe en el complejo legado de la Modernidad ilustrada. Las ideas de igualdad y libertad, entre otras, ofrecen un marco para la reclamación de libertad sexual. Y como tal, esta demanda tiene un carácter emancipatorio. Sin embargo, la estructura emancipatoria de la libertad sexual es negada en la pornografía y se convierte en una demanda antifeminista y reaccionaria. El potencial liberador que llegó a tener la libertad sexual en Occidente ha sido colonizado por el mercado, pero también por los intereses patriarcales, pues la violencia que se ejerce contra las mujeres en los relatos pornográficos niega radicalmente esa libertad. La producción de imágenes visuales de mujeres hipersexualizadas se ha convertido en la metáfora de la abundancia sexual. Y sobre esa fantasía ha crecido la pornografía.
La pornografía se alimenta de dos lenguajes culturales: el del placer y el del poder. Los relatos pornográficos afirman la soberanía del deseo masculino, silencian el deseo de las mujeres y muestran que el placer sexual masculino está teñido de violencia. Por eso, porque se alimenta del lenguaje del poder, la pornografía no tiene efectos emancipadores. El porno erotiza la subordinación de las mujeres y las transforma en una fuente de placer masculino. Ahí encontramos el placer del poder.
¿Qué logra la pornografía? ¿Cuál es su eficacia? El porno es una narrativa sexual que ancla el yo en la sexualidad, pero también es un lenguaje dispuesto a transformar la masculinidad y la feminidad. La pornografía pone en pie un nuevo orden de designaciones sobre lo femenino. Y esa es una parte de su agenda oculta. Desde este punto de vista, debe ser interpretada como un magma de significaciones que tiene efectos socializadores y normalizadores para las mujeres, pero también para los varones.
Las mujeres son representadas en la pornografía como seres hipersexualizados y carentes de individualidad. Son mostradas como objetos y no como sujetos. Como seres pasivos y no activos. Como proveedoras del placer masculino y como negadoras del propio. La pornografía no reconoce a las mujeres como sujetos de su deseo. Por el contrario, anuncia la aniquilación simbólica de lo femenino. En la propuesta pornográfica las mujeres son representadas entre la insignificancia y el no ser. Entre la indistinción y la ausencia de individuación. Carecen de individualidad y de subjetividad. Son tratadas como lo infrahumano, pues solo así podrán ser receptoras de violencia. Y ahí, en esa conceptualización de las mujeres como seres sexuales que deben ser disciplinadas con violencia encontramos la misoginia.
Al mismo tiempo, el porno contribuye a rearticular el yo de muchos varones. Es una narrativa eminentemente masculina que prescribe cómo ha de organizarse la masculinidad normativa. La reiteración serial de prácticas abusivas es el eje de esa propuesta de masculinidad. El porno es un dispositivo para conquistar la soberanía masculina sobre las mujeres y sus cuerpos.
El alto consumo de pornografía por parte de los varones está contribuyendo a la transformación de la cultura emocional y a la puesta en pie de nuevas formas de sociabilidad con el propósito de rearticular la jerarquía patriarcal. De esta forma se fortalece la dimensión sexual de las mujeres, pero también la definición de los varones como seres agresivos y violentos.
Con esta nueva cultura, el yo masculino experimenta transformaciones que tienen como consecuencia nuevas formas de relación con las mujeres. El porno introduce un estilo emocional nuevo caracterizado por el dominio sexual, exhibición de la virilidad, desconexión de sentimientos de empatía, clausura de la intimidad y exaltación del deseo propio, unilateral y no negociado.
La pornografía está envuelta en múltiples capas discursivas que enmascaran su carácter patriarcal. Sin embargo, el discurso de las mujeres como el mal que ha de ser extirpado con violencia está en el corazón de la pornografía. El discurso pornográfico proporciona uno de los nervios ideológicos a la misoginia del siglo XXI.
Rosa Cobo (Cantabria, 1956) es escritora y profesora de Sociología de la Universidad de A Coruña. Este es un texto escrito para ‘Ideas’ al hilo del lanzamiento de su último libro, ‘Pornografía. El placer del poder’, de Ediciones B.
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