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Un asunto marginal
Columna
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Los cómplices

A Samuel Paty también le asesinaron quienes callaron y ahora dicen que el mayor peligro es la “islamofobia”

Enric González
Homenaje al profesor francés Samuel Paty en la fachada del Hotel de Region en Montpellier, el pasado 21 de octubre.
Homenaje al profesor francés Samuel Paty en la fachada del Hotel de Region en Montpellier, el pasado 21 de octubre.PASCAL GUYOT/AFP/GETTY IMAGES (AFP via Getty Images)

Por primera vez en mi vida, creo, estoy casi completamente de acuerdo con una encíclica papal. Me refiero a Fratelli tutti. No sé si es muy lógico que el texto de un pontífice le parezca satisfactorio a un ateo como yo. Y no sé con cuánta autoridad habla Francisco de cuestiones como las doctrinas económicas (condena el neoliberalismo) o los acuerdos comerciales (en eso consiste la deuda externa de los países, pobres y ricos). Pero hace ya tiempo, desde mucho antes de Francisco, que el Vaticano tiende a subrayar el papel del catolicismo como escuela ética y prefiere soslayar lo que en otro tiempo conformaba la viga maestra de esa religión: la escatología.

Recuerden que la doctrina católica no sólo afirma que hay una vida eterna. También afirma que todos los muertos resucitarán con su carne, sus huesos y sus dioptrías, y que habrá un juicio final, y que una parte de la humanidad será bendecida con la presencia de Dios mientras otra parte será condenada a un horroroso sufrimiento infinito. Los papas y los curas de otras épocas hablaban mucho de estas cuestiones, que ahora suenan incómodas.

En cualquier caso, pese a poseer un mensaje escatológico tan escalofriante, la corriente mayoritaria del catolicismo lo reviste hoy con las formas amables del sermón de la montaña, abundante en referencias a los bienaventurados y más bien discreto respecto a los malaventurados. El mensaje central del sermón de la montaña nunca dejará de conmover a los creyentes y a los no creyentes: ama a tus enemigos. No soy un experto en teología, pero sospecho que si el catolicismo del pasado hubiera prestado más atención a esa orden del Mesías, la humanidad se habría ahorrado un montón de violencia y muerte. Como simple ciudadano poco dado a lo espiritual, prefiero las religiones que no malgastan sus energías en anticipar el apocalipsis en la Tierra.

No todo es el fin del mundo, por supuesto. También están ahí la pedofilia, la corrupción financiera, los abusos, esas cosas. Las autoridades eclesiásticas ocultaron (y quizá aún ocultan, pese a la mayor transparencia y pese al viejo sermón de la montaña) sus miserias porque eran suyas. Porque las cometían los suyos. También muchos, muchísimos católicos de a pie supieron y callaron. Esos cómplices conocían el mal y lo toleraron, en nombre de un bien superior.

Esa misma crítica se puede hacer a los musulmanes. Ya sé que en su gran mayoría son buena gente y buenos ciudadanos, y sé también que el islam no es incompatible con el humanismo y la convivencia. Pero la comunidad musulmana conoce bien el cáncer que se aloja en su interior, y no ignora quiénes son los imanes más rabiosos y enloquecidos, y conoce la identidad de esos jóvenes que se aprestan al “martirio” por la vía de la demencia. No basta con protestar cuando uno de los suyos comete una atrocidad, una más. Hay que denunciar y dar la alerta antes. ¿Los asesinos en ciernes son sus hijos o sus hermanos? Con más razón deben señalarles, porque salvan su vida y la de otros.

Samuel Paty, maestro de la República Francesa, es un héroe. Le asesinó un fanático. También le asesinaron quienes callaron, quienes comprendieron, quienes en el fondo de su corazón le condenaron de antemano y ahora, miserables hipócritas, lloran mientras advierten de que el mayor peligro es la “islamofobia”.

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