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ensayos de persuasión
Columna
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El pendulazo

Grandes empresarios de pronto se comportan como economistas keynesianos con esteroides

Joaquín Estefanía
La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, da una charla en Washington.
La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, da una charla en Washington.NICHOLAS KAMM (AFP via Getty Images)

No lo reconocerían, por ejemplo, Jacques de Larosière, Michel Camdessus, Anne Krueger, Horst Köhler, Rodrigo Rato, Strauss-Kahn o Christine Lagarde, antiguos directores gerentes del Fondo Monetario Internacional (FMI). El discurso de la actual dirigente del organismo multilateral, la búlgara Kristalina Georgieva, es keynesiano neto (“gasten, gasten tanto como puedan”) y compasivo (“las políticas son para la gente, para mejorar sus vidas (…). Esta es una institución muy ágil y humana. Tiene un gran monedero de un billón de dólares y tiene cerebro, pero también corazón”).

Nada que ver con otros momentos yermos. La historia del FMI es, en buena parte, la historia del sufrimiento generado por sus recetas económicas de rigor mortis, y de sus diagnósticos equivocados, aplicados unidireccionalmente en cualquier circunstancia a los ciudadanos de numerosos países muy distintos entre sí. Por ejemplo, en medio de la Gran Recesión, Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo, y Daniel Leigh presentaron un estudio titulado Errores en las previsiones de crecimiento y multiplicadores fiscales, cuya principal conclusión era que las políticas de austeridad demandadas por la troika (FMI, Comisión Europea y Banco Central Europeo) subestimaron su impacto en el nivel de paro, en el consumo privado y en la inversión, y generaron un mayor grado de sacrificio y de ajuste a las poblaciones.

El epítome de esto fue Grecia. Hace un lustro otro informe del FMI explicaba que con las políticas impuestas al país heleno se esperaba una reducción acumulada del PIB del 5,5% en 2012 con respecto al año 2009, pero en realidad tal disminución había llegado a ser del 17%; se creía que el paro no superaría el 15% y se alzó hasta el 27%; etcétera. Tal grado de error, superior al 300% en el caso del PIB, afectó no solo a la macroeconomía sino a la vida de los griegos.

En aquellos momentos la política del FMI estaba influida por el economista italiano de la Universidad de Harvard Alberto Alesina, recientemente fallecido, y su concepto de la “austeridad expansiva” (todo gran ajuste fiscal que base sus objetivos en recortar el gasto y vaya acompañado de moderación salarial tendrá finalmente carácter expansivo). En el mundo imaginario de los austericidas, la “austeridad expansiva” siempre afecta “al otro”. Cuando entraron con virulencia los efectos depresivos del coronavirus, como antes en la Gran Recesión, se produjo una desconexión total entre los que creían en la economía ortodoxa y lo que estaba sucediendo. Se deshicieron de sus directrices neoclásicas y neoliberales, y se comportaron como economistas keynesianos con esteroides. Tras haber rechazado durante décadas la intervención pública, los déficits presupuestarios y la deuda pública así como las inyecciones de liquidez, de pronto ordenaron al Estado que se pusiera a intervenir por doquier (véase la conferencia de empresarios organizada la pasada semana por la CEOE), y los déficits públicos alcanzan niveles que hacen pequeños los de cualquier presupuesto que los viejos keynesianos hubieran podido aplicar en décadas pasadas. El dinero fluyó como las cataratas del Niágara.

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Esos políticos, economistas, empresarios… ¿han reflexionado sobre la contorsión ideológica practicada para salvarse? El economista australiano Steve Keen (La economía desenmascarada, Capitán Swing) menciona el caso de Ben Bernanke, antiguo presidente de la Reserva Federal y gran estudioso de la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, quien argumentó que no había necesidad de revisar la teoría económica como resultado de la crisis y de la gestión de la crisis, y distinguió entre “ciencia económica”, “ingeniería económica” y “gestión económica” para permanecer donde estaba. “La reciente crisis económica”, escribía, “ha tenido que ver más con un fallo en la ingeniería económica y en la gestión económica que en lo que yo he llamado ciencia económica; las deficiencias en materia de ciencia económica fueron en su mayor parte menos relevantes de cara a la crisis”.

Así pues, establecido el pendulazo práctico, la experiencia indica que un día volverán al otro extremo teórico, el de que cada palo aguante su vela. Sin mover un músculo.

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