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Escuchar a Mozart o a Beethoven nos ayuda a ser mejores personas

La música es una fuerza humanizadora, escribe la filósofa belga Alicja Gescinska, que reclama las teorías de Max Scheler, el más desconocido de los grandes pensadores del siglo XX

Olivia Shotton toca el violín en el metro de Londres.
Olivia Shotton toca el violín en el metro de Londres.Lewis Whyld /PA Images/Getty Images

La convicción de que el mundo está sujeto a continuos cambios y de que todo se encuentra en un permanente proceso de evolución tiene raíces profundas en la historia del pensamiento. Es una idea que se remonta a Heráclito y aparece en un amplio abanico de corrientes filosóficas, tanto occidentales como orientales. Hay muchos argumentos para afirmar que la transformación permanente es la característica más esencial del mundo y, por tanto, del ser humano. El hombre se encuentra en un movimiento constante entre lo que es y lo que puede llegar a ser; su desarrollo como persona es la distancia que recorre entre un punto y otro, sin alcanzar nunca un estado definitivo. En esta vida lo determinante no es lo que somos, sino el proceso de continua transformación en el que estamos inmersos. El equivalente de esa sentencia, desde el punto de vista de la ética, es que el destino del hombre no es la conservación de un estado, sino el desarrollo personal. Es decir, el menschwerdung, por emplear el término del filósofo alemán Max Scheler. Scheler es tal vez el más desconocido de los grandes filósofos del siglo XX, y el más grande de los filósofos desconocidos. Su nombre suena poco, y menos aún sus ideas. El olvido al que ha ido a parar Scheler no hace justicia a la calidad de su trabajo y contrasta de forma muy llamativa con la influencia que tuvo en filósofos de diversas escuelas durante la primera mitad del siglo XX. Cuando murió, a causa de un fallo cardiaco, en 1928, Martin Heidegger se refirió a él como la mayor fuerza intelectual de la Europa de aquel momento. Edith Stein —filósofa judía y pupila de Edmund Husserl que se convirtió al catolicismo y acabó en una cámara de gas de Auschwitz— lo consideraba un genio y profundizó en el significado de la empatía, influida en parte por él. Jean-Paul Sartre dejó escrito que no comprendió lo que son los valores morales hasta que leyó el trabajo de Scheler. Y Karol Wojtyła, más tarde conocido como el papa Juan Pablo II, mantuvo con Scheler una polémica interna que influyó de forma notable en la formación de su espíritu. En los años previos a su papado, Wojtyła estuvo muy activo en el terreno de la filosofía. Fue docente de Ética Filosófica y escribió infinidad de ensayos, libros y artículos, entre otras cosas sobre el pensamiento de Max Scheler.

Se puede afirmar, sin miedo a exagerar, que Scheler no solo dejó huella en la filosofía del siglo XX, sino en el siglo XX en general. La obra magna de Scheler, El formalismo en la ética y la ética material de los valores, apareció en varias entregas durante la década de 1910. Se trata de un intento de establecer los cimientos fenomenológicos de una ética personalista, campo en el que desempeña un papel esencial el concepto de desarrollo personal. En el trabajo posterior de Scheler también ocuparía un lugar fundamental ese concepto, el cual fluye como un río subterráneo a lo largo de toda su obra, pues está presente como esencia de la moral humana incluso en aquellos momentos en que Scheler no habla de manera explícita de desarrollo personal. En un ensayo que completó pocos meses antes de su muerte, El puesto del hombre en el cosmos, Scheler se refiere a dicho concepto (lo que aquí estamos llamando “desarrollo personal”) con el término alemán menschwerdung. El hombre que desarrolla todo su potencial, agudizando su ingenio y perfeccionando sus aptitudes, hace con ello el bien y alcanza la condición de mensch. Es decir, se transforma en un hombre que no se deja dominar por el odio y el resentimiento, y alumbra su entorno con la luz del amor a través de sus actos.

Con sus seis ‘suites’ para chelo, Bach realizó no solo un valor positivo, sino también un acto bueno desde el punto de vista moral

En la segunda parte de El formalismo en la ética —tras exponer de forma pormenorizada su crítica de Kant, el utilitarismo y otras teorías de la ética en la primera parte—, Scheler se sumerge en la esencia de su discurso y desarrolla su teoría del ser humano, estableciendo para ello una jerarquía de valores con la que, además de definir el concepto “valor”, trata de explicar por qué el hombre es un ser moral. Los valores morales —el bien y el mal— surgen, según él, “a lomos” de los valores no morales, y estos últimos se pueden ordenar de forma jerárquica. En el peldaño inferior están el placer y la utilidad; a continuación aparecen los valores vitales (por ejemplo, el coraje), los valores espirituales (entre otros, la verdad o la belleza) y, por último, los valores religiosos (como la abnegación en beneficio de otro). El hombre hace el bien cuando pone en práctica valores no morales elevados o positivos. Un ingeniero que levanta diques y construye presas para proteger a la población contra posibles inundaciones pone con ello en práctica un valor positivo de utilidad y realiza un bien moral. Un jefe de Estado que no cede en momentos de crisis y se mantiene firme en medio del caos —la actuación de Alberto I de Bélgica durante la I Guerra Mundial es un ejemplo de ello— no solo ejecuta un valor vital, sino también moral. Con sus seis suites para chelo, Bach no se limitó a realizar un valor positivo meramente estético, sino que también realizó con ello un acto bueno desde el punto de vista de la moral.

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Pero la teoría de Scheler tampoco está exenta de crítica. Algunos pensadores consideran su jerarquía de valores demasiado rígida. Además, Scheler no siempre desarrolló sus ideas con la debida precisión, lo cual podría ser uno de los motivos por los que nunca hizo buenas migas con Edmund Husserl, fundador de la fenomenología, que era en extremo meticuloso en su trabajo. La mente de Husserl era una corriente de agua que fluía de forma sosegada y continua por cauces trazados con gran cuidado. La mente de Scheler, por el contrario, era un río embravecido con tendencia a desbordarse. En relativamente poco tiempo —entre 1911 y 1928, Scheler escribió una obra de un volumen impresionante, como si un demon lo hubiera obligado a poner sus pensamientos por escrito. Uno de los puntos fuertes de su axiología, o teoría de los valores, es su validez para demostrar el hecho de que todos los actos del ser humano tienen una carga moral. En todo lo que hacemos, incluso en nuestros actos no morales —y sobre todo en ellos—, aparece la moralidad humana. Ningún acto se puede entender por completo desvinculado del bien y el mal, y, por tanto, tampoco el arte y la música. La elección entre belleza y fealdad no es una opción meramente estética. Ética y estética están unidas de manera indisoluble. El bien va “a lomos” de la belleza. Otro aspecto interesante de la teoría de los valores de Scheler es que, en paralelo a ella, establece una jerarquía de figuras modélicas. Con ello, Scheler no solo se manifiesta como un filósofo original, sino también como un excelente psicólogo con una visión muy aguda de la psicología humana y los motivos que ocultan nuestros actos. A cada nivel de su jerarquía de valores —a cada tipo de valor no moral— le corresponde un tipo de figura modélica, como el héroe, el genio o el santo. Según Scheler, estas figuras modélicas son determinantes en el desarrollo moral del hombre, pues nos proporcionan conocimiento sobre lo placentero y lo doloroso, lo útil y lo superfluo, lo valeroso y lo cobarde, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo estéticamente desagradable. Y todo eso es, en última instancia, conocimiento sobre el bien y el mal.

Pero las figuras modélicas no solo son una fuente de conocimiento, sino también de inspiración. Nos motivan a abrazar valores positivos y, debido a ello, son una pieza importante de nuestra motivación moral como seres humanos. Siguiendo el razonamiento de Scheler podemos afirmar, por tanto, que Beethoven nos ayuda a ser mejores personas, y que escuchando a Mozart también somos un poco más mensch, en el sentido scheleriano y yidis del término, es decir: más íntegros, más dignos y más bondadosos.

Alicja Gescinska (Varsovia, 1980) es una filósofa belga de origen polaco. Este es un extracto de su libro ‘La música como hogar’, que la editorial Siruela publicó ayer sábado en su versión eBook y ofrecerá el 29 de abril en papel.

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