Egeria, la peregrina intrépida del siglo IV
La figura de una acaudalada gallega que visitó Tierra Santa hace 1.700 años es rescatada por historiadores y un festival de música antigua
En el siglo IV ya existía la publicidad turística engañosa. Cuando la viajera Egeria visitó la zona cercana al mar Muerto donde según el Génesis la mujer de Lot había quedado convertida en estatua de sal al volverse a contemplar la destrucción de Sodoma, se llevó una decepción. “Creedme, venerables señoras, lo que es propiamente la columna no aparece por ningún lado, lo único que enseñan es el lugar que debió de ocupar”, escribió a sus amigas. “Y desde luego, cuando nosotros inspeccionamos aquel paraje, no vimos estatua por ninguna parte, no puedo engañaros al respecto”. Poco se sabe de la autora de este libro de viajes —o recopilación de cartas— que los expertos han acabado llamando Egeria y ubicando en la Gallaecia (en el noroeste de la actual península Ibérica) de finales del siglo IV. Se cree que entre los años 381 y 384 viajó a Tierra Santa con un séquito de servidumbre y acompañantes, así que probablemente era una mujer acaudalada o relacionada con el poder. Y durante su itinerario redactó en latín una serie de crónicas o cartas dirigidas a un grupo de amigas que un monje del siglo XI copió en un texto hallado a finales del siglo XIX. En el siglo XX creció la popularidad de este manuscrito remoto, y sin embargo espontáneo, ingenuo y entretenido.
“Fue toda una aventurera que recorrió Tierra Santa y se atrevió a romper barreras en una hazaña espectacular”, explica la musicóloga Lucía Martín-Maestro, directora artística de un conjunto femenino de música vocal medieval bautizado como Egeria en homenaje a esta viajera remota. El sábado 14 de marzo, en el marco del Festival Internacional de Arte Sacro (FIAS) que se celebra en Madrid, este ensemble estrena un programa titulado Ad Loca Sancta que reúne piezas relacionadas con el recorrido que llevó a cabo Egeria, desde Galicia hasta Jerusalén, por los caminos de un imperio romano que se resquebrajaba a cada instante. Aunque el repertorio que presentan procede principalmente de códices de los siglos XI y XII —es decir, muy posteriores a las hazañas de Egeria—, su labor tiene una motivación común con la de los historiadores que ahora profundizan en el texto de la viajera: arrojar una mirada femenina sobre épocas dominadas por los hombres.
No son pocos los méritos de Egeria, a quien su traductor más reciente, Carlos Pascual (Viaje de Egeria; La Línea del Horizonte, 2017), considera autora del “primer clásico viajero español”. La parte que conservamos de su libro data ya de su estancia en Jerusalén, desde la que realizó distintos viajes destinados a conocer martyria —tumbas de santos—, cuevas de eremitas y lugares mencionados en las Sagradas Escrituras. La suya no fue una actividad aislada, sino la manifestación de un auténtico furor viajero desatado en 326 por Helena, madre del emperador Constantino, al desenterrar la supuesta cruz de Cristo y poner de moda las peregrinaciones piadosas. Egeria fue una de esas peregrinas y, como recuerda Pascual, su voluntad era deliberadamente religiosa: igual que hoy los viajeros leen descripciones de monumentos en las guías de viajes o en el smartphone, Egeria viajaba con una copia de las Escrituras y leía in situ el fragmento correspondiente al escenario bíblico que estuviera visitando.
El concierto de Egeria y la labor de los historiadores sobre el texto de la viajera miran con ojos de mujer una época de hombres
Reconstruir su relato y darle continuidad es todo un reto porque, como recuerda Pascual en su estudio preliminar, muchos de los datos que hoy se dan por buenos proceden de prodigiosas coincidencias y referencias casi casuales como la de Valerio, abad de varios monasterios del Valle del Silencio leonés durante el siglo VII, que en una carta a los monjes del Bierzo empleaba la figura de Egeria como un ejemplo a seguir por los fieles. Este esfuerzo arqueológico no es ajeno a los investigadores que se aproximan al medievo. Incluida su faceta musical. “La música medieval es como si nos hubiera llegado, en vez de una receta, una lista de ingredientes sin instrucciones”, explica Martín-Maestro. “Suele haber información muy escueta, una línea melódica, el texto si hay suerte. Y poco más”. De ahí que, en los últimos años, “la edad dorada que vive la música antigua en España” —la expresión es de Pepe Mompeán, director del FIAS y arqueólogo de formación— haya venido de la mano de una serie de músicos y musicólogos capaces de profundizar en el patrimonio musical con base teórica y afán investigador. “Nosotras nos basamos en tratados de distintas épocas que ofrecen un abanico de posibilidades”, explica la directora artística de Egeria. Es decir, textos que describen cómo se interpretaban en su época las obras recogidas posteriormente en el Códice Calixtino o el Códice de Las Huelgas. El espectáculo que presentarán en Madrid reúne piezas de varias fuentes adaptadas para voces femeninas; aunque se presupone que buena parte de la música medieval era masculina, lo cierto es que también pudo haber sido interpretada por mujeres —por ejemplo, en el monasterio de Las Huelgas— o incluso compuesta por autoras como la escritora y compositora mística Hildegard von Bingen (Alemania, siglo XI) o las trobairitz (trovadoras) que recorrían la Europa del siglo XII.
Por eso no resulta extraño que la figura de Egeria haya acabado encontrando un inesperado hogar en los intentos de deconstruir la historia en clave feminista. Es, por ejemplo, una de las protagonistas del best seller Viajeras intrépidas y aventureras (Plaza & Janés, 2002), de Cristina Morató. Del mismo modo, los ensayos que Victoria Cirlot ha publicado en las últimas décadas sobre místicas y visionarias como Juliana de Norwich (Visión en rojo; Siruela, 2018) ofrecen una perspectiva innovadora —a través de la iconografía, la simbología y la teología— desde la que abordar la obra creativa de mujeres a las que antaño se encasillaba sin más en la literatura religiosa.
Hoy por hoy no sabemos si el Itinerarium de Egeria encierra otras lecturas posibles más allá de lo circunstancial. ¿Por qué, como señala Pascual, describe minuciosamente la liturgia en Jerusalén, pero no dedica ni una línea a contar cómo eran las calles de aquella ciudad enfervorecida y agitada? Las preguntas que suscita la lectura de este libro son probablemente irresolubles, pero por encima de ellas sobrevuela la fascinación de unas crónicas espontáneas y sin pretensiones cultas que llegan hasta el lector actual desde 15 siglos atrás. Lo mismo sucede con la labor del ensemble Egeria, cuyas fundadoras aseguran que su objetivo, más allá de la investigación académica, es algo tan sencillo como lograr que parte de su público escuche música medieval posiblemente por primera vez. Al fin y al cabo, la fascinación del descubrimiento está en uno de los últimos fragmentos de la crónica de Egeria, que al llegar a Constantinopla de regreso a su tierra —que nunca sabremos si alcanzó con vida— da gracias porque se le haya concedido “no solo el anhelo de ir, sino también las fuerzas necesarias para recorrer los lugares que deseaba”.
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