Auge e interminable caída de Robin Thicke, el cantante que ha pasado siete años sin sacar disco tras ser acusado de machismo
‘Blurred Lines’ fue uno de los mayores éxitos de 2013, pero lleva años sin sonar en ningún sitio. Es uno de esos temas malditos que cambiaron la manera en que nos enfrentamos a los productos culturales y arrastró a su autor al fango. Ahora Thicke publica ‘On Earth, and in Heaven’, su nuevo disco, pero el mundo es otro. Él contribuyó, sin saberlo, al cambio
El cantante Robin Thicke ha tenido que pasar siete años en silencio, confiando en que el público recuerde quién es pero olvide lo que hizo. En 2013 experimentó uno de los relatos de auge y caída más estrepitosos del pop reciente cuando alcanzó la cima y tocó fondo exactamente a la vez. Blurred Lines fue el single más vendido de aquel año, pero también una canción maldita que inauguró una nueva era en la cultura occidental. Puede que esto parezca una exageración. No lo es.
Thicke era un cantante moderadamente famoso en Estados Unidos por ser hijo de Alan Thicke (el padre de Los problemas crecen), por estar casado con la actriz Paula Patton desde 2005 (a quien conoció a los 14 años y con quien tuvo un hijo en 2010, Julian Fuego) y por haber sacado cinco álbumes que le habían granjeado un par de éxitos en las listas de r&b.
La letra de Blurred Lines describía un lugar común en el pop: Thicke está bailando con una “buena chica”, a quien describe como “la zorra más maciza de este lugar”, y trata de convencerla de que se desinhiba y se olvide de su novio (“estuvo a punto de domesticarte, pero tú eres un animal”). En tono burlón, Blurred Lines describe las conclusiones que saca un hombre cuando una mujer se comporta de forma provocativa: “Por cómo me agarras, debes de querer guarrear”. Cuatro frases en concreto llamaron la atención de la bloguera Lisa Huyne: “Odio estas líneas borrosas”, “Te voy a dar algo grande para partirte el culo en dos”, “Haz como si te doliera”, y sobre todo, un insistente “Sé que lo deseas”, que se repite 18 veces.
Huyne escribió en su blog que aquella frase ignoraba la noción de consentimiento en una actividad sexual. Un mes después, cuando Blurred Lines ya era número 1 en 14 países, Tricia Romano escribió lo siguiente en The Daily Beast: “Esta canción trata sobre una chica que quiere sexo loco y salvaje pero no lo dice. Evoca el problema atávico de que los hombres creen que ‘no’ significa ‘sí’ y lo convierte en una canción pegadiza”.
La modelo Amy Davison criticó el videoclip, en el que Thicke, Williams y el rapero T. I. perseguían a varias modelos desnudas, como explicó el propio Thicke, “en plan Benny Hill”. Ellos llevaban trajes y gafas de aviador negras y ponían caras de canallitas salidos. “Las mujeres son claramente usadas como objetos para reforzar el estatus de los hombres en el vídeo”, decía Davison, “Ellos tienen todo el control porque están completamente cubiertos. Mientras que ellas no tienen estatus y están totalmente abiertas a ser explotadas, usadas y observadas con lascivia”.
De la fama a la infamia en 18 frases
Cuando Thicke canta “odio estas líneas borrosas”, la modelo Emily Ratajkowski aparece con cara triste y una señal de STOP en su trasero desnudo. Esas “líneas borrosas” de la letras hacían referencia a la actitud contradictoria de la chica: él no tiene claro dónde está el límite.
Los defensores de Blurred Lines argumentaron que ese tipo de actitud soberbia y cómica era habitual en el hip hop y nadie se había quejado nunca. En Blame It On The Alcohol Jamie Foxx cantaba: “Sabes lo que quieres pero no quieres parecer una chica fácil, dices que no vas a hacerlo pero sabes que sí vas a hacerlo”. Rick Ross en U.O.E.N.O. By Rocko, por su parte, rapeaba: “Le eché droga en el champán y ni se enteró, me la llevé a casa y la gocé, pero ni se enteró”. La cultura de la violación adquiría diferentes formas. Algunas tan anecdóticas como en Grease (“¿Intentó resistirse?”, le pregunta un amigo a Danny Zucko en Summer Nights) o en Santa Justa Klan (“Voy a toda mecha, tú no te hagas la estrecha”), otras literales como el entrañable clásico navideño Baby It’s Cold Outside, un dueto en el que la mujer insiste en irse, el hombre insiste en que se quede y ella llega a preguntarle qué le ha echado en la copa.
“Lo curioso es que esa frase, ‘Sé que lo deseas’, también aparece en canciones de mujeres como Check On It, de Beyoncé. De forma arrogante, ella canta: ‘Sé que quieres saborearlo, pero voy a hacer que me persigas’. ¿Entonces por qué es Beyoncé una heroína feminista y Robin Thicke el machista del año?”, criticaba Cathy Young, quien además argumentaba que cómo podía ser machista un videoclip dirigido por una mujer (Diane Martel). Jennifer Lai analizaba así el tema: “Sí, ‘sé que lo deseas’ podría ser pronunciada por un violador, pero también ‘¿quieres ir al cine esta noche?’. La canción solo retrata una situación de flirteo en la que un fanfarrón bromea con una chica que le está siguiendo el rollo (ella lo abraza y lo agarra). Él no la está obligando a nada”. En opinión de la crítica musical Maura Johnston, es una frase de ligue cursi. “Hay muchas canciones peores. Quizá esta sea un objetivo fácil porque Robin Thicke es un poco baboso”, señala.
Surgieron, por tanto, dos únicas corrientes: gente que criticaba la canción y el vídeo en su totalidad y gente que defendía ambos sin matices. No parecían existir posturas intermedias. Buzzfeed recopiló varios tuits de gente ofendida por la canción como @berkuhhh, que explicaba que “‘Sé que lo deseas’ era la frase exacta que repetía el hombre que intentó violarme. Gracias por hacerla popular y sexi, Robin Thicke”. Se iba asentando en la prensa online una nueva tendencia: convertir los testimonios de tuiteros en noticia, validar lo confesional como cultura y legitimar la ofensa como activismo.
Pero los detractores replicaron que precisamente eso, el hecho de que el público sencillamente se encogiese de hombros cada vez que un rapero llamaba “puta” a una mujer o le avisaba de que iba a tener sexo con ella, quisiese ella o no, era la verdadera raíz del problema. Gracias a las docenas de artículos analizando la polémica, el público general empezó a familiarizarse con un concepto acuñado en 1974 durante la segunda ola del feminismo: la cultura de la violación.
Según la historiadora Mohadesa Najumi, la cultura de la violación consiste en “la producción y mantenimiento de un sistema en el que la agresión sexual está tan normalizada que la gente asume que las violaciones son inevitables”. La ausencia de condenas criminales, por supuesto, contribuye a la cultura de la violación. Pero también, a distintos niveles, el rap sobre violencia machista, la romantización del acoso en el cine (cuando el galán de una comedia romántica insiste aunque la chica le diga que no o incluso se presenta en su casa sin invitación) o el slut shaming (término que engloba argumentos como: “ella se lo ha buscado”, “si es que va provocando” o “¿para qué se viste así si no?”) son cultura de la violación.
Y entonces Robin Thicke empezó a dar explicaciones
En declaraciones a GQ Thicke comentó: “Empezamos a actuar como dos viejos verdes gritándoles a las chicas ‘¿Dónde vais? ¡Venid para acá!’ y a la directora le encantó. Fue idea suya que las modelos se desnudasen”. “Para mí”, continuaba el cantante, “esas ‘líneas borrosas’ son las que separan a los hombres de las mujeres, porque ellas son tan listas y tan fuertes como nosotros y pueden hacer todo lo que hacemos nosotros. Son animales, como nosotros. Queríamos mostrar tabúes. Bestialismo, inyecciones de drogas, todo lo que sea completamente humillante contra las mujeres. Como todos estamos casados y tenemos hijos, somos los hombres perfectos para reírnos de eso. Claro que es denigrante contra las mujeres. Menudo placer es denigrar a las mujeres. Nunca he podido hacerlo antes. Siempre he respetado a las mujeres. Ellas y sus cuerpos son hermosos. Los hombres siempre van a querer perseguirlas. Queríamos ser tan exagerados, descarados y sin miedo como fuera posible”.
El periodista Jimmy Johnson rebatió esta aclaración. “Thicke asegura que los hombres y las mujeres son iguales, pero sus diferencias están claramente marcadas en el vídeo. Ellas miran a la cámara, ellos las miran a ellas. Ellos tienen vocabulario, mientras que una de las modelos maúlla una vez. Ellos llevan ropa, ellas no. Todo esto es normal, no es desafiante y desde luego no es ‘exagerado, descarado y sin miedo’. Que Thicke se defienda explicando que es un caballero; Thicke decide que un grupo de hombres puede definir lo que constituye un abuso de los cuerpos femeninos porque tienen familia. Es en cierto modo análogo al cliché de ‘No soy racista, tengo amigos negros’”.
Aunque la directora asegurase que las tres modelos están “en posición de poder”, cualquiera que viva en el planeta Tierra comprende que tres chicas desnudas con tres hombres vestidos jamás estarán en una situación de poder real. “Resulta deprimente esa aseveración de que si respetas a las mujeres no pasa nada por denigrarlas”, criticaba Elizabeth Plan. “El sexismo no puede ser irónico porque no lo hemos superado. Los hombres se siguen beneficiando de él. Las mujeres siguen sufriéndolo. Emily Ratajkowski dice que el vídeo es irónico, pero no hay nada subversivo en sacar a mujeres y hombres participando en los mismos estereotipos de siempre”, abundaba.
Thicke insistía: “Los cuerpos de las mujeres han sido pintados y esculpidos desde los albores de la humanidad. La desnudez es lo menos ofensivo que hay. ¿Sabéis lo que es ofensivo? Las armas, la violencia, la guerra, el terrorismo, la pobreza”. El artista aclaraba además que había escrito la canción pensando en su esposa. “Ella es mi chica buena. Y sé que lo desea porque llevamos juntos 20 años. A ella le gusta escuchar mis canciones durante el sexo, a veces se pone en plan fan. Cuando mi carrera iba mal ella me repetía: ‘Eres un genio, eres una superestrella”.
Cuando le preguntaban por los globos del videoclip que formaban la frase “Robin Thicke tiene un rabo grande”, el cantante aclaró: “La tengo grande comparada con mi hijo, pero no es tan impresionante como la de LeBron James”. (Asumiendo que Thicke no le había visto el pene al baloncestista, su comparación provendría del estereotipo de que los hombres negros y altos están bien dotados).
La actitud defensiva de Robin Thicke, en realidad, era coherente con el mundo en el que Blurred Lines se grabó. Pero él no era consciente de que la propia canción estaba contribuyendo a la creación de un nuevo orden, lo cual lo convirtió a él en un símbolo del privilegio heterosexual masculino blanco: Thicke era un ejemplo perfecto de hombre que jamás había tenido que dar explicaciones ni enfrentarse a las consecuencias de sus actos. “Era una broma”, “yo adoro a las mujeres” o “¡pero si la directora y mi mujer están de acuerdo!” serían argumentos perfectamente válidos en el mundo pre-Blurred Lines, pero ahora se tornaban clichés insuficientes.
El mejor ejemplo de que el cantante se enteraba de más bien poco es que considerase buena idea actuar con una Miley Cyrus casi desnuda en los premios MTV. Ella tenía 20 años, él 34. Pero para el público Cyrus era una niña y Thicke un baboso. Cuando ella se puso a hacerle twerking (un paso afrocaribeño que consiste en poner el culo en pompa y menearlo) en la entrepierna, la actuación se convirtió en el evento más comentado en Twitter de la historia: 306.000 tuits por minuto comentaron el espectáculo. “Blurred Lines es la canción mas divertida del verano, pero ahora está manchada: se ha criticado que su letra hable sobre el abuso sexual y ahora podemos añadir ‘abuso sexual a una menor’”, analizaba al día siguiente The Hollywood Reporter.
Días después, del escándalo, Thicke recurrió a una estrategia que le había ido fenomenal a Justin Timberlake tras su escándalo en la Super Bowl con Janet Jackson: culpar de todo a su compañera y jurar que él no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir. Pero Cyrus no se achantó y aseguró que él sabía perfectamente lo que iba a hacer, que le había sugerido movimientos y le había pedido que saliese “lo más desnuda posible”.
En septiembre, la asociación Project Unbreakable creó una exhibición de fotos de víctimas de violencia sexual acompañadas de frases de Blurred Lines. Aquel mismo mes, la Universidad de Edimburgo prohibió la canción. Precisamente el movimiento para exigir penas más duras contra los violadores había empezado en las universidades.
En Inglaterra, más de 20 asociaciones de estudiantes pidieron que la canción fuese prohibida en sus universidades. En la de Boston, un grupo de estudiantes exigió que se cancelase el concierto de Thicke y que el rectorado se disculpase por haberlo planeado. Y así, Blurred Lines se convirtió en uno de los primeros productos de la cultura popular en ser censurado por presiones online.
Un nuevo orden mundial
La súbita sensibilización colectiva, la imparable repercusión de las polémicas en los medios y el nuevo poder de las redes sociales para provocar censura transformaron la cultura de forma tan radical y tan repentina que Lady Gaga lanzó en octubre una canción con R. Kelly (Do What U Want, “haz lo que quieras con mi cuerpo”) y grabó un videoclip dirigido por Terry Richardson en el que el cantante la drogaba y sobaba su cuerpo inconsciente. En noviembre, actuó con Kelly: él hacía del presidente de Estados Unidos y ella de su secretaria. En diciembre, la cantante reemplazaba a Kelly por Christina Aguilera y cancelaba el lanzamiento del videoclip: Kelly había sido acusado de abusos sexuales en 2002, Richardson en 2001. A nadie le había importado. Pero de repente, en 2013, resultaba problemático y contraproducente desde el punto de vista publicitario. En cuestión de meses la población veía el mundo con ojos distintos.
Para Robin Thicke ya era tarde. En septiembre de 2013, Buzzfeed publicó un artículo titulado “Un hombre de Florida golpea a su hija durante 40 minutos mientras escucha Blurred Lines”. ¿Habría sido noticia con cualquier otra canción? Robin Thicke fue el primer intérprete que prendió fuego a la cultura de la cancelación.
A principios de 2014, su esposa Paula Patton solicitó el divorcio. La reacción de Thicke fue editar Paula, un álbum cuyo propósito era convencerla de que se reconciliasen. El proyecto fue descrito en The Atlantic como “un acto de agresión similar a aparcar tu coche en la puerta de la casa de tu ex. Thicke no solo está abochornando a su exmujer, también está violando su privacidad y negándole una separación tranquila”. Paula fue ridiculizado como una bochornosa estrategia de acoso, de manipulación emocional y de chantaje público.
Cuando el canal musical VH1 convocó a los fans del cantante para que le enviasen preguntas a través de Twitter con el hashtag #AskThicke, los usuarios de Twitter reaccionaron con una de las primeras campañas coordinadas de troleo. “¿No crees que el hashtag #PregúntaleAThicke es irónico teniendo en cuenta que tú no eres de los que pregunta?” o “¿Si te pregunto si quieres sal y vinagre en tus patatas y dices que no pero yo las echo porque ‘no’ significa ‘sí’ te parecería bien?” fueron algunas de las preguntas. Aquella campaña parecía el clavo definitivo en el ataúd de la carrera del artista. Pero, por increíble que parezca, todavía no había tocado fondo.
En 2014, los herederos de Marvin Gaye demandaron a Thicke y a Pharrell Williams porque consideraban que Blurred Lines era un plagio de Got To Give It Up. Thicke testificó que en realidad él apenas había participado en la composición del tema y que solo había fingido que sí porque le daba rabia no haber tenido nada que ver en la creación del mayor éxito de su carrera. Además, añadió que en todas sus entrevistas de 2013 iba borracho y colocado de vicodina. En su declaración, Williams asumió la autoría total de Blurred Lines y expuso una práctica habitual en la industria: cantantes que se acreditan como autores solo para ganar prestigio y enriquecerse con los derechos.
El jurado falló en favor de los Gaye. Thicke y Williams tuvieron que pagarles seis millones de euros, la mitad de sus beneficios. Esta sentencia sentó un precedente histórico en la industria musical: los Gaye habían conseguido que un estilo musical tuviese copyright. Durante los meses posteriores al juicio, los créditos de varios grandes éxitos fueron revisados para incluir en ellos a los autores de canciones que los habían inspirado.
Thicke, sin quererlo, inauguró una nueva etapa en la cultura. Una etapa en la que las canciones, las películas y las celebridades funcionan como artefactos para generar conversaciones sociales y como arma arrojadiza en los debates políticos. En la que se les exigen responsabilidades a los artistas. En la que la indignación en redes sociales se convierte en noticia y a veces desemboca en la cancelación de figuras públicas. En la que un producto cultural puede ser borrado si el suficiente número de personas se ofenden. Blurred lines desencadenó el debate: cuando en 2017 el movimiento #MeToo impulsó la cuarta ola del feminismo, el origen del tsunami no vino de las calles ni de los parlamentos, vino de Hollywood.
¿Y hoy? Desde 2018, Robin Thicke ha tenido tres hijos con la modelo de 26 años April Love Geary y ha recuperado cierta popularidad en Estados Unidos gracias al enorme éxito del programa televisivo Mask Singer, donde ejerce como juez. Este viernes 12 de febrero lanza On Earth, and in Heaven, su primer disco en siete años, a través de su propio sello tras no renovar el contrato con su discográfica. Para el sencillo de presentación se ha reunido con Pharrell Williams. Take Me Higher suena al funk elegante de sus inicios, quizá con el objetivo de retomar su carrera donde estaba antes de Blurred Lines y reconquistar a su público original. “Siento que por fin soy la persona que debo ser”, asegura. “Ahora soy capaz de reírme de las cosas. La música es la luz que aparece tras la tormenta”. Ninguna de las canciones adelanto del álbum han tenido videoclip. Take Me Higher contiene segmentos sacados del éxito de 1979 Ladies’ night, de Kool & The Gang. Esta vez, sus autores están acreditados como compositores.
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