“¡La-Ro-sa-lí-a!”: por qué los cantantes de música urbana no dejan de repetir su propio nombre en las canciones
Es una costumbre antigua (que hasta Sabina parodió), pero con la popularización mundial de la música urbana latina se ha hecho omnipresente: los artistas dicen su nombre como un mantra durante los tres minutos que dura una canción
“Real hasta la muerte, baby”. “Ovy On The Drums”. “¡La Rosalía!”. Muchos leerán estas palabras de forma sincopada, la lengua haciendo un suave twerking al paladar. Las cantarán en un tono que, a fuerza de haber escuchado, reproducirán con el automatismo de un feligrés. Es comprensible. Últimamente, a los cantantes de música urbana en español les ha dado por entonar su nombre en cada canción. Lo hacen para marcar el ritmo, para anunciar nuevas colaboraciones o a modo de sello personal. Y lo hacen mucho.
Es difícil señalar el momento en el que esta práctica pasó a ser ubicua, pero si hubiera que hacerlo, podríamos fijarnos en el verano de 2017. Unos discretos Fonsi y DY (pronúnciese diway) jalonaban una canción, Despacito, que se convirtió en himno global y modelo a seguir. Fue el toque de salida, el disparo en la loca carrera hacia la globalización de esta moda. No tanto porque propusiera algo nuevo, sino porque supuso el estallido de la latino gang y la exportación de sus códigos, que han llegado hasta España.
Desde entonces, este tipo de gritos se ha expandido con profusión micológica. Ozuna trufa sus canciones de frases recurrentes como: “el de ojitos claros”, “hi music, hi flow” o “Hyde, el químico”. J. Balvin marca cada colaboración a grito de “la familia”. Maluma (Baby) señala el nombre de su último disco, Papi Juancho, en todas las canciones que lo componen. El fenómeno está proliferando en la música urbana en español y lo acerca a otros universos musicales como el rap estadounidense, el folclore latino o el jingle de Mercadona (canción breve utilizada con fines publicitarios).
Julio Arce, profesor en el departamento de Musicología de la Universidad Complutense de Madrid, tira más por esta última vía y lo relaciona con la publicidad radiofónica. Refuerza esta idea tirando de hemeroteca. “En los años cuarenta y cincuenta, cuando la radio se convirtió en la vía principal para promocionar la música, los compositores empezaron a titular sus singles con la frase más repetida de su estribillo. Así, los oyentes podían recordar fácilmente el nombre de la canción”. Este mecanismo se repite y multiplica en la música urbana actual, añadiendo en la melodía toda la información relevante: el cantante, el productor y hasta la casa discográfica.
Por otro lado, el musicólogo habla de un fenómeno social más moderno. “Creo que esto es una extrapolación de la cultura del selfi a lo sonoro”, reflexiona. “La cuestión central es la autorreferencia. Ves el Instagram de Rosalía y está lleno de selfis. Es normal que eso se traslade también a sus canciones”. Las dos cosas, defiende Arce, sirven para lo mismo: construir y reforzar un personaje. Britney Spears no es un trapero latino y, sin embargo, su ejemplo sirve para apuntalar esta teoría. Cuando la cantante quiso romper con su imagen de joven inocente y adentrarse en sonidos más urbanos, empezó a llenar sus canciones con un nada sutil: "It‘s Britney Bitch'’. Reforzó su imagen a base de repetir su nombre. Y funcionó.
La Tigresa de Oriente lo hacía antes que Bad Bunny
Arce apunta a un tercer motivo citando a un compañero. Carlos Caballero es un musicólogo de Medellín, capital oficiosa de la latino gang. “Él me dijo que este fenómeno responde a una tradición. En los géneros tropicales y latinos es una práctica habitual, una forma de marcar la canción”. La Tigresa de Oriente ya cantaba su nombre en sus canciones antes de que lo hiciera Bad Bunny. La idea de Caballero es que, de alguna forma, esta práctica se ha ido filtrando en el reguetón y de ahí ha pasado a la música urbana en español.
José Fajardo es autor de X: El francotirador rebelde y conductor del programa ¿Qué Onda? sobre música latina moderna. A pesar de haber vivido varios años en Colombia, o precisamente por ello, considera que esta práctica trasciende el folclore latino. Es común a la cultura urbana de cualquier parte del planeta, si bien es cierto que este género ha tenido mucho que ver con su difusión en España. “Es una tendencia que se ha vuelto a poner de moda con la explosión global de los sonidos latinos y la popularización de géneros urbanos como el trap”, considera.
Marcar una canción con el nombre de todos los involucrados puede traer problemas. Fajardo señala uno con nombres y apellidos: “[El cantante] Paulo Londra reconoció este año que se encuentra en una batalla legal contra Ovy On The Drums y su otro productor, Kristo, porque supuestamente se aprovecharon de él. El problema es que las canciones de Londra jamás podrán separarse del nombre de Ovy On The Drums, porque ya es parte de las letras y del imaginario de sus fans”.
Chus Santana nunca ha tenido ese problema. Y espera no tenerlo. Su nombre suena en alguna canción, pero lo hace mucho más el de su productora: White Diamond. El diseñador de sonido de Omar Montes, con pelotazos en su haber como Alocado, con Bad Gyal, lleva trabajando en esto más de una década. Por eso aporta una visión más técnica y menos antropológica. “Cuando en una canción se dice el nombre propio o el de tu equipo se llama pauta”, explica. “Se hace en ad libs o en animaciones. Se pone una voz por detrás, que se graba en otra pista y se añade después”.
Hace años que Santana empezó a añadir su sello, White Diamonds, en los primeros acordes de sus canciones. Lo hizo influenciado por la música urbana estadounidense. “Por gente como Dr. Dre o Scott Storch”, señala. En un principio la gente no lo entendía muy bien en España, pero ahora la cosa ha cambiado. “Antes, en Los 40 Principales, cortaban las canciones hacia el final porque era algo que no molaba. Ahora hay tanto hype que me dejan todas las pautas. Es un cambio cultural”.
Santana no cree que este modelo se pueda exportar a otros géneros. O no siempre. Parece difícil imaginar a La Oreja de Van Gogh repitiendo su nombre con autotune en una balada, pero hay traslaciones más sutiles en otros géneros. Joaquín Sabina (no sopor, no sopor) no soporta el rap. Se encargó de dejarlo claro en una canción en la que, sin embargo, trasladó uno de sus códigos: mencionar a su colaborador Pancho Varona. También lo hacía M Clan con su guitarrista Santi Campillo. En el flamenco son muy normales los gritos animando al cantante o llamándole por su nombre, en un gesto que se llama jaleo y que salpica de olés todas las canciones del género.
Flamenco, música latina y trap. Quizá el artista que mejor ha sabido fusionar estos tres géneros ha sido C. Tangana: a fuerza de repetir su nombre de guerra en las canciones, El Madrileño, ha acabado por enfundarse en él para su último trabajo. En su single de presentación, Tú me dejaste de querer, hay un detalle curioso: el artista ya no corea su nombre. Ahora lo hace su colaboradora, La Húngara. Ha cambiado las pautas por el jaleo. Pero el resultado es el mismo, su nombre retumba en toda la canción. Sigue reforzando al personaje.
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