Diez años de moda y salacot
El autor de esta sección cumple ya un decenio empeñado en demostrar que el heroísmo no está reñido con el saber vestir
“Un primer tema sería loshéroes más elegantes. Y haría un recorrido sobre las estrellas del género: Custer, Lawrence de Arabia, Patton. Explicar cómo el heroísmo no está reñido con el saber vestir. Otro tema podría ser ‘de safari’, ¿todavía hay espacio para el sombrero con cinta de piel de leopardo?, ¿y el salacot?, eh, ¿Qué pasa con el salacot? Los húsares, sumun de la elegancia. Los aviadores y sus chaquetas de cuero. Cómo vestir a bordo: la moda náutica de Nelson a Corto Maltés y el barco de mi cuñado”. He aquí un documento de excepción: el correo (de 9 de julio de 2013) con la propuesta original al primer director de ICON, Lucas Arraut, de Vestidos para la aventura, es decir, el manifiesto fundacional de esta sección, que cumple diez años, pues comenzó con el primer número de la revista. En algún momento pudo llamarse Los siete pilares de la moda o Qué ponerse mirando a Patusán (por el peligroso y remoto país ficticio del Lord Jim de Conrad, esa Biblia). No ha dejado de aparecer nunca en estos 114 números (lo que indica, aparte de la febril imaginación del autor, sobre todo la manga ancha de los responsables de la revista, excelente en todo lo demás, y de los lectores: muchas gracias a todos, de verdad). Y mira que ha habido algún texto que, en fin... En un ataque de nostalgia, he repasado mi agenda de 2013 para ver qué ocurría entonces y si había en el aire algún signo de la epifanía de esta columna. Pero no he encontrado referencias muy claras. “Lana del Rey en Barcelona”, “Cormorán muerto”, “dentista”, “entrevista al mago Tamariz”, “Evelio se apunta a buceo”.
Hemos abordado aquí asuntos tan interesantes como la etimología del cardigan, las botas Wellington o el Montgomery (convoy coat), el prêt-à-porter de la Primera Guerra Mundial, las camisetas cutres, la mejor moda independentista, la manera de vestir el kimono con espadas de samurái y el tabardo (peacot); cómo ataviarte para la visita a un portaviones (o a un submarino), cómo llevar el sombrero de la Policía Montada del Canadá, el cinturón Sam Brown, la chaqueta de piel de serpiente, la Cruz de Hierro, las mallas de Hamlet, la gorra de béisbol, la sotana de El pájaro espino o La misión, el capirote del KKK, los pantalones de peto de Tom Sawyer, el onesie (mono de playa) de James Bond, la boina del Ché, las bermudas del Afrika Korps o la indumentaria minimalista de Tarzán. También, qué ponerse en una cita con Shakira, con Tarantino, con Johnny Deep, con Ángel Cristo y sus leones o con el mismísimo Lawrence de Arabia (su maniquí), o para recibir a los extraterrestres. Cómo vestir para ganar al ajedrez a la Muerte, tirar al arco, jugar al rugby o pasar las vacaciones a lo Robinson Crusoe en Formentera. He desvelado en estos trabajados y sinceros textos que me he vestido, siempre por exigencias del guion o por una buena causa, de enfermera de la División Azul, de oficial confederado, de ángel, de demonio (Pazuzu), de miembro de la Legión (con cabra), de guerrero sioux y apache, de vikingo, de pirata chino y de George Orwell.
En un recorrido de urgencia por los 114 (con este) artículos veo que he dedicado dos al machete (considerado un complemento aventurero de la indumentaria), otros tantos a la sierra mecánica (a juego con la camisa de cuadros), a Gladiator y también dos a Raquel Welch, que los merece más sin duda que el machete o la sierra mecánica, o incluso Gladiator. He acuñado términos que han hecho historia como calientasalacots (para Grace Kelly en Mogambo) y frases antológicas como “¡cuánta aventura cabe en el taparrabos!”.
Haber formado parte esta década de un proyecto como ICON ha sido un privilegio y un honor, esta revista la hace y escribe gente de mucho más conocimiento, talento y dedicación que yo y a menudo en condiciones dignas del submarino Kursk. Mis únicos reproches son que sólo me han enviado una vez de viaje (es verdad que fue a la Patagonia, confiando quizá en que no regresara) y que no me invitan a las fiestas (ciertamente, parafraseando a Groucho Marx, yo tampoco invitaría a alguien como yo: ves a saber lo que se pone).
Y un saludo final para uno de los grandes inspiradores de esta columna, Lawrence de Arabia, que supo pasar a la historia ataviado como si fuera a un carnaval, lo que yo siempre he soñado. Gracias Lawrence. Gracias de corazón ICON.
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