Con ‘cardigan’ en Balaclava
Son varias las prendas cuyo nombre procede del mundo militar, aunque a menudo las usemos sin caer en la cuenta del aroma a pólvora que desprenden. No vamos a hablar aquí –al menos hoy– del Afghanka, el uniforme de campaña empleado por los soviéticos en Afganistán (oficialmente Obr88), el BDU (Battle Dress Uniform) de las fuerzas armadas de EE UU o el Splittermuster-Buntfarbenaufdruck, ¡ach!, el traje de camuflaje de las tropas del III Reich. La gente normalmente no te dice que se ha puesto el Afghanka, el BDU o menos aún el Splittermuster-Buntfarbenaufdruck, lo que causaría la natural alarma. Pero en cambio es usual lucir, por ejemplo, un cardigan.
El cardigan, al que jamás denominaremos en este viril espacio de moda “rebeca” o, Dios nos libre, “rebequita”, es el clásico jersey con abotonadura (en contraste el pullover no lleva dicha abertura –lo que aprende uno– y ha de quitarse, entonces, por arriba, en ese airoso gesto que resalta los pectorales). El nombre procede, por supuesto, de uno de nuestros ídolos, el paladín de la caballería británica, y de la moda, James Brudenell, 7th Earl de Cardigan o más comúnmente Lord Cardigan. Ególatra, vanidoso, estirado y definitivamente gilipollas, aunque con un estilazo –su regimiento, el 11 de Húsares, los culodecereza, por el color de sus ajustadísimos pantalones, era el más chic del ejército británico–, el tipo fue el principal responsable de la desastrosa carga de la Brigada Ligera en Balaclava, durante la Guerra de Crimea. Originalmente sin mangas, el cardigan fue diseñado a partir del chaleco de lana de los oficiales y la popularidad de Lord Cardigan –los ingleses siempre han apreciado esos detalles excéntricos como cargar de frente contra los cañones rusos– hizo el resto.
Ya que estamos, hablemos del balaclava, otra prenda cuyo nombre, obviamente, proviene del mismo campo (de batalla). Se trata de lo que vulgarmente conocemos como pasamontañas y que en su versión más cutre y que recordarán todos los que como yo hayan tenido la desgracia de hacer la mili, denominamos (me niego a rastrear el motivo) unas bragas. El balaclava se diseñó para proteger a las tropas británicas del frío de Crimea, aunque no las libró de la incompetencia de sus generales. Recomiendo efusivamente usar el término inglés, que no solo es sonoro sino que evita engorrosas confusiones.
Un abrigo para conquistarlos a todos
Sigamos con el Montgomery, la denominación que siempre vamos a emplear en detrimento de la tan vulgar “trenca”. Se trata del clásico abrigo de capucha e inconfundibles botones en forma de cuerno, forrado en tartán escocés y cuyo nombre procede, evidentemente, del mariscal Montgomery, Monty, el vencedor de El Alamein. Curiosamente, los británicos no lo llaman así, al abrigo, sino duffle coat –por la procedencia de la lana–. Tengo una debilidad por esta prenda no solo porque la vestían los oficiales de la Royal Navy en los difíciles tiempos de los convoyes a Mursmank (pura iconografía, pues, de Mar cruel), de donde su otra denominación, convoy coat, sino porque un lejano día de los años setenta una chica me dio un beso ataviado yo con el abrigo de marras; ella llevaba falda escocesa (¡ah, los Highlanders!), así que la felicidad fue completa.
No podemos dejarlo –el artículo, la jovencita y yo lo dejamos hace mucho tiempo, cuando apareció un rockero con chupa de cuero y que lo ignoraba todo de la Royal Navy– sin hablar de la botas Wellington, calzado desarrollado por el Duque de Hierro para estar tan cómodo en un baile como en Waterloo y que ha devenido en nuestras botas de agua tras versionarlas en caucho Hutchinson en 1853. A destacar que en Australia se llaman, paradójicamente, Blücher boots, y que nosotros las conocemos como katiuskas. En realidad por una zarzuela de 1931 en el que la protagonista rusa se llamaba así y las usaba, pero no se olvide que Katiusha era también el nombre de los lanzacohetes múltiples de la URSS en la II Guerra Mundial denominados por los alemanes “órganos de Stalin”. Así que todo queda en casa, o mejor dicho, en el armario.
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