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Vestidos para la aventura
Columna
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Qué ponerse en una fiesta en el rancho Dutton

Es difícil elegir un personaje y un atuendo para un ‘party’ temático con ‘dress code’ Yellowstone cuando eres un fan de la serie

Jacinto Antón

Me estremecí de placer cuando hace unos días me convocaron a asistir a una fiesta en el rancho Dutton, el de la serie de la Paramount Yellowstone, elevado a la categoría de lugar tan mítico como O.K. Corral, La Ponderosa o el propio rancho de John Wayne, La Joya, en Durango (tararéese aquí Romance en Durango, de Bob Dylan, “pronto bailaremos el fandango”). Desgraciadamente la jarana no era en el verdadero rancho Yellowstone Dutton (YD), que en puridad no existe sino que es el Chief Joseph Ranch de Darby, Montana, bautizado así para conmemorar el paso en 1877 por el lugar del gran jefe José de los Nez Percés durante su famosa revuelta, en la que el cacique recibió el apodo de “Napoleón rojo” por parte de Sheridan (el general y presidente de EE UU William Tecumseh Sheridan: no confundir, ¡por favor!, con el guionista de Yellowstone, Taylor Sheridan). Mi fiesta era en el menos famoso pero con una larga historia a la que yo mismo he contribuido en lo peor durante notables farras Club Viladrau, y el convocante, en vez de Kevin Costner (el patriarca John Dutton), Santiago Bofill, gran seguidor de la serie y cuyo entusiasmo por la misma alcanza cotas de fanatismo solo un poco por debajo de las mías. Santi realizó un magnífico despliegue escenográfico en el club —por lo demás un honesto equipamiento de vigelliattura burguesa de mucha solera en cuya piscina el primer bikini en los sesenta provocó que se dieran de baja muchos socios-: llenó el porche con balas de paja, los techos de banderitas de barras y estrellas como en la fiesta funeraria de Emmet Walsh, forró las paredes con pieles de vaca y hasta colocó la cabeza disecada de un becerro que parecía una res Hereford como Vindicator, el protagonista, con perdón de James Stewart, de Una dama para un vaquero. Unos caballos de plástico (appallosas y palominos), que diríanse llegados del Four Sixies (6666), completaban la decoración.

Me costó decidir de quién me caracterizaría en la fiesta pues son muchos los personajes que adoro, incluidos Beth Dutton (en la que, hay que convenir, me hubiera sido complejo encarnarme) y Mo, el lacónico chofer y guardaespaldas oglala de Thomas Rainwater, el jefe de la reserva anexa al rancho (este me va más físicamente, pero me acababa de cortar el pelo). Me decidí por hibridar las personalidades de Rip Wheeler, el rudo pero, como yo, tan sensible capataz, y Kayce Dutton, el hijo díscolo, predispuesto a los estados alterados de conciencia y ex SEAL, con el que también me identifico mucho sobre todo porque es guapo. En un arranque de verismo traté de hacerme la marca que identifica a los conjurados neocowboys de Yellowstone con una sartén para castañas pero dolía mucho. Sin embargo, mi equipación era formidable: descarté el sombrero por obvio (y acerté: la fiesta parecía un caucus en Austin, Texas) y me toqué con la gorra oficial del rancho Dutton conseguida en Amazon; me puse un chaleco acolchado sin mangas sobre una camisa vaquera, tejanos, camperas y un cinturón con una gran hebilla de rodeo en el que introduje una funda con una pistola Glock 19 de fogueo. Complementé mi indumentaria con una chapa de policía y un realista rifle de asalto Spike’s Tactical Punisher que compré en una juguetería de las de antes. Estaba impresionante. Nada más entrar en el club un tipo caracterizado de Jimmy Hurdstrom incluidos Stetson y polainas silbó de asombro y me espetó con acento de Iowa: “¡Carai, un agente de la Asociación Ganadera de Montana!”. Le enseñé la placa y le dije cariñosamente: “¿Eres un vaquero o le chupaste la polla a alguien para conseguir ese sombrero?”.

La fiesta, que incluyó grandes trozos de carne servidos con salsa barbacoa y mucha cerveza, fue fenomenal. Había muchas Beths que te decían al oído cosas bonitas como “todo lo que te pido es que me sobrevivas para no tener que vivir un día sin ti” o “de vez en cuando dices algo que me hace pensar que eres inteligente, y luego te miro y ese pensamiento se desvanece”, a lo que yo invariablemente contestaba meloso: “Todas mis mañanas son tuyas, cielo”. Amenizó la jornada una pareja de músicos country que interpretaron en directo temas como el Ashokan farewell, el Take me home, country roads de John Denver (muy coreado) y el Ring of fire de Johnny Cash. Acabamos bailando todos en grupo el inevitable No rompas mi corazón de Coyote Dax, algo que cuesta hacer si no sueltas el fusil de asalto.

Ya muy tarde y mientras algunos se marchaban para ir a desplomarse en las cunetas de la Train Station de la carretera de Wyoming, me fui al extremo del jardín del rancho Dutton para respirar el aire salvaje y contemplar el perfil de las montañas como una sombra recortada contra el cielo nocturno, tachonado de estrellas. Entonces oí una voz muy dulce que me susurraba a la espalda: “¿Quieres emborracharte y ver unos lobos matar un alce en el parque?”. Estaba en casa, y no la vendería nunca.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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