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Mario Vidal, el sastre de 23 años que cose los trajes a mano: “Me horroriza que la gente hoy se vista como lo hace”

Del peor momento de su vida surgió una pasión que ha llevado a este madrileño a reivindicar la sastrería española. Es la voz de una generación: Yerai Cortés, Ralphie Choo o Teo Lucadamo son sus clientes

El sastre Mario Vidal luce orgulloso un traje azul oscuro hecho por él. Dice que es el mejor que ha confeccionado hasta la fecha.
Lucas Barquero

La historia de Mario Vidal (Madrid, 23 años) cabe dentro de un traje. En concreto, dentro del que viste para la imagen que acompaña a esta entrevista. Hasta ahora, es el traje que ha confeccionado con más empeño y, aun así, estuvo a punto de quedarse sin lucirlo: se lo había alquilado a Teo Planell para un concierto el día anterior. Cuando se lo devolvió, apenas comprobó que hubiera sobrevivido al bolo. Sus trajes están hechos a prueba de fiestas. Que le pregunten a Ralphie Choo, Yerai Cortés o a Teo Lucadamo, algunos de los artistas y amigos para los que ha trabajado. ¿La clave? Solo se puede entender desde su casa-taller.

Unos días antes, Vidal sostiene el traje azul oscuro para explicar las técnicas que ha perfeccionado en la Escuela Superior de Sastrería: “Las solapas y el pecho están picados a mano con muchas puntadas juntas. Así queda más armado”. Después le da la vuelta para enseñar que, por detrás, el cuello acaba en pico: su seña de identidad. Podría parecer el típico capricho de estudiante, si no fuera porque Mario Vidal ya está acostumbrado a vivir de sus encargos. En su pequeño taller se confunden los trajes formales con los más artísticos, casi todos con el cuello de pico. Lo demuestra con el vestuario de un acróbata con capa y pedrería incluida: “A la fantasía le aplico las mismas técnicas de sastrería. Mira el punto de escapulario, me gusta que por dentro se vean las tripas”.

Mario Vidal, vestido con un traje suyo, fotografiado para ICON en el estudio-taller de su casa de Madrid .

Él también es un poco así, no le importa que se vean sus costuras. Al hablar mezcla términos técnicos como plastrón o percalina con otros mucho más urbanos, como bugeado o durag. “En el taller escucho jazz, pero también trap”, comenta entre risas. Vidal pertenece a la creciente comunidad de jóvenes aficionados a la elegancia clásica. El mejor testigo de ello es su taller: una recóndita habitación de su casa con cuatro máquinas de coser antiguas, una montaña de corbatas (“tienen valor, aunque no cuesten dinero”, dice) y forrada de altos percheros llenos de ropa.

Esa casa tampoco es cualquier casa: de un solo piso, construida a principios del siglo XX y pintada de rojo carruaje, destaca sobre el resto de los chalets de la histórica colonia de la Fuente del Berro en Madrid. “Mi padre era un artesano, la reformó entera y como estaba protegida la pintó de rojo, que era lo más parecido al ladrillo original”, explica. Aunque su padre se mudó a otra ciudad, su madre mantuvo viva en él esa ilusión por hacer las cosas a su manera. “Un año me planteó hacer un disfraz en vez de comprarlo y a mí se me iluminó la mirada”, cuenta.

La máquina de coser de Mario Vidal en su estudio de Madrid.

Desde entonces, Halloween y Carnaval se convirtieron en sus fechas favoritas. Aunque no lo supiera, esa inocencia tenía fecha de caducidad: primero de la ESO. “Todos los proyectos del colegio eran muy creativos y me divertía mucho, pero un día llegó una profesora de mates diciendo que íbamos a sudar sangre y yo dejé de ir”, dice. Mide sus palabras, pero aun así sigue adelante. En esa época descubrió las drogas y con 15 años acabó ingresado diez meses en un centro psiquiátrico. Por suerte le daba tiempo a hacer sus diseños. “Allí empecé a interesarme por la moda trap”, confiesa. Cuando salió, se negó a volver al instituto y se escapó para vivir en la calle con un amigo. Al cabo de unos meses regresó destrozado y con cinco kilos menos.

En casa tampoco se centró, pero su madre se fijó en que algo había cambiado en su ropa: la rompía, la pintaba, la cosía. “Me recomendó estudiar diseño de moda y ahí también se me iluminó la mirada”, cuenta. Otra vez volvía a sentir la ilusión del niño. “Quería que fuéramos la semana siguiente, pero yo dije: ‘No, no, vamos ahora”.

Al día siguiente, empezó en una pequeña academia del barrio donde le ayudaron a llevar las técnicas de patronaje y confección a sus propios diseños. “Tuvieron mucha paciencia, sabían que yo no estaba del todo bien. Ahí le cogí cariño a la moda. Si tu hijo ha sacado un cero en Lengua y un 10 en Mates, le tienes que poner un profe en Mates, no en Lengua. Así disfruta y se especializa en lo que le gusta”. Al cabo de dos años se dio cuenta de que lo suyo era la sastrería, así que se buscó la manera de acabar trabajando en dos talleres, en Galicia y Granada y, mientras tanto, montar el suyo propio en casa.

Si tu hijo ha sacado un cero en Lengua y un 10 en Mates, le tienes que poner un profe en Mates, no en Lengua. Así disfruta y se especializa en lo que le gusta

Los primeros trajes fueron para sí mismo y, aunque ahora le avergüenzan, reconoce que ese autodidactismo es fundamental: “Si te equivocas, aprendes lo que no quieres hacer. He dejado de utilizar Pinterest porque es justo lo contrario. Tengo una idea que me parece buena, entro ahí y ya no vale nada. Acabo confundido con otras 20 que ni siquiera me gustan”. Lejos de las redes sociales, reconoce que salir de noche y de rave le permitió conocer a muchos de sus primeros clientes, como nusar 3.000, para el que confeccionó una malla formada por 9.000 clips de oficina, o Ralphie Choo, para quien diseñó unas cartucheras y un polo a rombos.

Así fue creando su propia cartera de clientes, “de artistas burlesque a directores de empresa, y de 25 a 35 años”, precisa. Fue después cuando decidió formarse en la escuela de sastrería. Admite que la experiencia ha sido vital aprender la tradición del oficio. “Se habla muy poco de la sastrería española y mucho de otras. A mi me gusta mucho el traje español porque es tan armado como uno inglés y tan cómodo como uno italiano”.

Detalle del estudio-taller de Mario Vidal en Madrid .

La gran reconquista del traje

Vidal guarda desterrados debajo de la cama sus últimos pantalones vaqueros. Y de las camisetas estampadas ya no queda ni rastro. Hace años que solo viste camisas y, por supuesto, trajes. Pero, como hemos visto, no está solo en esta cruzada. Desde que montó su propia sastrería, y empezó a colaborar con otras más clásicas como L’Épicurien, ha descubierto a un grupo cada vez mayor de clientes jóvenes que, como él, se mueren por volver al traje. Reniegan de su uso como una imposición laboral y lo abrazan como un símbolo distintivo. “Se sienten atraídos por cómo los hace sentir. Cómo se presentan, lo que expresan y el valor que se dan a sí mismos”, defiende.

Visto a artistas ‘burlesque’ y a directores de empresa, de 25 a 35 años

Para Vidal este giro estético es toda una ironía histórica. La sastrería que hoy llamamos clásica —con grandes impulsores como el dandi inglés Beau Brummell—, nació a principios del siglo XIX para erradicar los frufrús de la moda masculina. Es lo que se conoce como la Gran Renuncia. Pero ahora la revolución se mueve en el sentido contrario. “Brummell hablaba de la simplicidad y la elegancia por encima de lo pomposo, de llamar la atención. Ahora mismo mi renuncia existe, pero a la inversa. Me horroriza que la gente hoy en día se vista como lo hace”, critica. El traje se ha convertido, por tanto, en una verdadera declaración de principios. “La elegancia no existe, nadie sabe cómo moverse y los modales se pierden poco a poco. El traje no es simplemente lo que se ve, conlleva un estilo de vida”, dice.

El joven sastre cose a máquina en su estudio.

La verdadera cuestión está entonces en qué tipo de traje vestir en 2025. ¿Cómo se consigue no estancarse en el pasado? “Bajo mi punto de vista hay gente que lo lleva por llevarlo, pero siempre que cojas un estilo, lo hagas tuyo y sepas llevarlo, entonces ya es algo nuevo”. Como punto de partida, recomienda fijarse en grandes iconos trajeados como Cary Grant o Humphrey Bogart y desconfiar de todo lo que se presente como una “nueva tendencia” en la sastrería. “Me parece muy hortera tratar de modernizar un estilo que se ha estado perfeccionando a lo largo de la historia y que llegó a su punto álgido para muchos en los años treinta, y para mí, en los cincuenta. Creo que habría que fijarse más en eso y dejarse de líos. Pero sí que me gusta que la gente experimente haciendo diseños locos con técnicas originales de sastrería”, añade. La clave es que todo esté hecho a mano. Ese es, quizás, el único requisito que distingue a un verdadero traje de cualquier otra cosa.

“La mayoría de sastrerías que hay, y cada vez van saliendo más, son tiendas en las que una persona te toma las medidas y lo mandan a fábrica a China, Tailandia...”, lamenta. En su caso, lo artesanal va desde el primer contacto con el cliente hasta el acabado final. Vidal celebra, además, que no está solo: como él, otros nuevos talentos siguen empeñados por mantener la tradición. “No sé si la sastrería tradicional está viviendo un renacer, pero me alegra ver que haya gente joven con pasión por esta disciplina. Si no hacemos nada se va a ir al traste”, advierte. Todo ello conlleva un esfuerzo que, como explica, marca la diferencia entre un traje de 200 euros y aquellos que superan los mil. ¿No aleja esto a los jóvenes en un momento de tanta precariedad? “No necesariamente, tengo clientes que han decidido ahorrar bastante tiempo para hacerse un traje y eso es justo lo que le mola”. Uno ya no se compra un traje para trabajar, trabaja para comprarse un traje.

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Sobre la firma

Lucas Barquero
Redactor de la revista ICON. Graduado en Cinematografía y Artes Audiovisuales por la URJC y Máster en Periodismo UAM-EL PAÍS.
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