Pablo Heras-Casado: “La historia del arte está escrita por los rebeldes. Tenemos que intentar que la Quinta de Beethoven siga siendo chocante y brutal”
El director de orquesta español triunfa en Bayreuth, el templo wagneriano, y está empeñado en que la música clásica se libre de tópicos


El foso místico de Bayreuth —mystischer Abgrund, en alemán— no se llama así por casualidad. El espacio destinado a la orquesta del Festspielhaus, el teatro concebido por Richard Wagner en una idílica localidad bávara para representar sus óperas, está situado debajo del escenario y es caluroso y angosto. Lo sabe el director Pablo Heras-Casado (Granada, 47 años), que este año ha vuelto a dirigir allí, por tercer año, Parsifal.
Los asistentes tampoco lo tienen fácil, y no solo por lo complicado que resulta conseguir entradas para el festival wagneriano que se celebra cada verano desde hace 149 años. “Hoy las comunicaciones son mucho mejores, pero llegar allí sigue implicando una especie de peregrinaje”, explica. “Es un lugar cargado de historia y de mitos, que aún está gobernado por la familia del compositor que lo imaginó. El lugar es el más sublime para poder escuchar y vivir esa música, pero también es muy complejo de gestionar. A nivel acústico es muy distinto a cualquier otro. Hay que reajustar todas las dinámicas para lograr el equilibrio. Hay un desfase de décimas de segundo entre el foso y el escenario, que parece muy poco tiempo, pero que es casi una eternidad cuando te toca gestionarlo. Hay que reaprender a dirigir para dirigir en Bayreuth. Es incómodo y estrecho. Pero todos coincidimos en que es el mejor lugar del mundo para hacer música”.
Heras-Casado, el director de orquesta español más internacional y prestigioso de la actualidad, ha recorrido suficientes escenarios como para hablar con conocimiento de causa. A la edad en que otros chavales jugaban a los recreativos, él fotocopiaba partituras de tapadillo. “No había nada en mi entorno que me predispusiera a la música. Pero fue como una tortuga que nace y se va hacia el mar. Es cuestión de deseo”.
“En una época en que todo es inmediato y rapídísimo, en que pedimos comida y llega en 20 minutos, el arte es un lugar donde seguimos necesitando dar valor a la paciencia, al proceso y a la reflexión. Y eso es muy necesario”
En una ocasión, participó en un concurso televisivo, se llevó el premio y se lo gastó todo en partituras de orquesta, que analizaba para imaginar sonidos y texturas. “Para mí dirigir fue un objetivo clarísimo. Era algo natural, inevitable, desde los 13 o los 14 años. Me interesaba esa dimensión más cósmica de la partitura, mezclar sonidos, crear texturas, colores, arcos sonoros, tensión. También me atraía la dimensión humana. En una orquesta no trabajas con material sonoro, sino humano”.
Resumir una décima parte del currículum de Heras-Casado excedería la longitud de este artículo. Baste decir que el director granadino ha conquistado hitos inalcanzables para la mayoría de sus predecesores. Y todo ello alejado de la imagen huraña y despótica que proyectaron algunos —no todos— maestros del pasado, los mismos que contribuyeron a crear una imagen mítica del director de orquesta como un tirano empeñado en someter a sus músicos a toda costa. “Una orquesta es un botón de muestra de una sociedad en la cual debe haber una relación y una jerarquía”, apunta. “Pero hoy los grupos humanos no se organizan igual que hace 40 años, sino que están basados en sistemas de respeto, ponen en valor el papel de cada individuo en el colectivo y funcionan a través de la motivación”.
Este verano, al regresar a Bayreuth, posiblemente sienta un nudo en el estómago al pensar que, en 2028, dirigirá allí un ciclo completo del Anillo. Ya lo ha hecho ópera a ópera en Madrid primero y en París después –con dirección de escena de Calixto Bieito–, pero Bayreuth supondrá abordar la tetralogía como un todo: cuatro óperas, más de 15 horas de música en máxima tensión, con intérpretes al límite de sus capacidades en una de las obras más exigentes del repertorio.”No hay día en que no me acuerde de que tengo que dirigir un anillo en Bayreuth”, sonríe. En los mitos nórdicos que recorren el libreto, en las rencillas y escaramuzas entre nibelungos, ondinas, héroes y valquirias, Heras-Casado ve un presagio de muchas de las tensiones que desgarran el mundo actual. No en vano la producción que dirigió en el Teatro Real en cuatro años consecutivos, con la dirección de escena de Robert Carsen, leía el libreto en clave ecologista. La alegoría funcionaba y era desoladora. Tanto como en época de Wagner. Como reza el famoso letrero de neón de Maurizio Nannucci, todo arte ha sido contemporáneo. “La historia del arte está escrita por los outsiders, los rebeldes. Ningún gran artista fue mainstream. Tenemos que intentar que la Quinta de Beethoven siga siendo chocante y brutal, como lo fue en su día”.
Cuando organizó sus primeros conciertos en el conservatorio, quiso explorar obras difíciles, de autores poco interpretados. “La divulgación, si va a lo obvio y lo conocido, no funciona. Vulgarizar no sirve de nada. El arte es complejo. Pero los niños están atentos al arte complejo desde que son pequeños. Un niño es capaz de encontrar cosas fascinantes en la música de Bartók. Hoy necesitamos estar expuestos a esa complejidad. En una sociedad en que todo tiende a ser blanco o negro, conmigo o contra mí, la complejidad que busca el arte es muy necesaria. Nos hace discernir, nos hace incomodarnos”.
¿Y cómo ve el director más brillante de su generación la supuesta crisis de público que vive la clásica? “Se habla de que el público va envejeciendo, pero hay prensa de los años cincuenta o sesenta del siglo XX que ya hablaba de lo mismo”, responde. “La música de Wagner, Brahms o Stravinsky nunca va a ser un arte de masas. Sí es universal, pero requiere una cierta preparación. En una época en que todo es inmediato y rapídísimo, en que pedimos comida y llega en 20 minutos, el arte es un lugar donde seguimos necesitando dar valor a la paciencia, al proceso y a la reflexión. Y eso es muy necesario”.
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