“Antes se agotaban en una semana, hoy en una hora”: los muñequitos para móviles que llevan desde Rosalía a Óscar Puente
Los Sonny Angels causan furor. Réplicas baratas y reventas desorbitadas se multiplican con todo tipo de muñequitos cuyos principales compradores son adultos. Y algunos, muy famosos
Sin la espera y la sorpresa no sería lo mismo. Sobre las cuatro de la tarde llega el camión de reparto y al instante Eva Fuentes manda un mensaje por su grupo de difusión. Media hora más tarde, hay una cola que da la vuelta a la manzana para entrar en su tienda y agotar el stock. Los causantes de este furor se llaman Sonny Angels: miden apenas unos centímetros, tienen cuerpos de bebé hechos de puro plástico y viajan en pequeñas cajas cerradas desde Japón. Fuente tiene una de las 22 tiendas en España que vende los muñequitos oficiales, pero en torno al original se abre un mundo de réplicas baratas y reventas desorbitadas que empieza a plagar las ciudades de adorables personajitos.
Porque hay más. Los primeros fueron los mencionados Sonny Angels, fabricados por la empresa japonesa Dreams desde hace dos décadas y ahora recuperados gracias a las redes sociales en su versión Hipper para pegar en dispositivos. La estampa de estos bebés trepadores encaramados al ordenador o el iphone de celebridades e influencers es una especie de nueva normalidad. Después llegaron los Smiskis (fantasmitas luminiscentes), los Labubu (monstruitos peludos) y demás criaturas, todos con un reclamo en común: se presentan en distintas colecciones, con simpáticos disfraces y se venden en cajas cerradas, por lo que nunca se sabe el muñeco que va a aparecer. ¿La novedad? Su público no son niños o adolescentes, sino veinteañeros y treintañeros. Hasta el ministro de Transportes Óscar Puente se ha sumado a esta tendencia.
Hace una semana, ante la ingente demanda, se inauguró en Barcelona la primera tienda de la marca china Pop Mart dedicada exclusivamente a la venta de estos coleccionables. Hasta entonces los únicos muñecos con punto de venta autorizado eran los de Dreams, vendidos en su mayoría en jugueterías. Para Alva for Kids, la pequeña tienda infantil de Eva Fuentes, ha sido como una segunda vida. Hace dos años que sus clientes habituales —padres y madres—coexisten con oleadas de ansiosos fans. “Cuando se intentó exportar el concepto a Europa, como no había tiendas que vendieran algo parecido, se pensó en las jugueterías”, explica. Ella se enteró del resurgir de los Sonny Angels a través de TikTok y se puso en contacto con el distribuidor francés. Desde entonces ha vivido en sus carnes el despertar de la fiebre. “Antes se acababan en una semana y ahora en una hora”. Los vendedores también cuentan con su propia sorpresa, no escogen qué colecciones quieren, el distribuidor les manda la factura directamente y ellos los ponen a la venta.
“Ahora lo lleva hasta Ana Rosa y por primera vez han llegado niños, que ni si quiera tienen móvil, a pedirlos”. Para la comunidad más fiel de coleccionistas adultos, según Fuentes, han dejado de tener interés justo por eso y ahora prefieren los Smiskis, pequeños fantasmas de la misma marca que usan para decorar sus pisos. Adrián González, de 26 años, empezó directamente por estos últimos. Había algo en su gesto amable e inocente que le atrajo de inmediato. Aunque empezó comprando solo uno, el juego que propone la caja sorpresa le llevó a hacerse incluso con seis de una tirada. A 15 euros la unidad calcula haberse gastado unos 1.000 euros en completar las series que se han vendido en España.
Calcular el peso o palpar el exterior de la caja son algunos de los reflejos que se acaban desarrollando para intentar adivinar el personaje antes de comprarlo y así evitar repeticiones. A Julia Ana Alfonso, de 34 años, lo que más le atrajo era el factor de búsqueda que proponen. “Primero hay que encontrar donde comprar el muñeco que quieres, si hay vendedor oficial o si hay que buscar en otros sitios. Luego llamas a tus amigos y os organizáis para ir”. En particular, Alfonso se enamoró del Labubu, un pequeño monstruo diseñado por Pop Mart que se utiliza como un complemento más para la ropa.
Como hasta hace una semana no había opción de conseguir los oficiales, Alfonso tuvo que buscar opciones más creativas: en los bazares se venden muñecos de imitación desde los tres euros, mientras que en plataformas como Vinted se encuentran modelos originales sin distribuidor o colecciones irrepetibles que alcanzan los 200 euros. “Todo el mundo tiene sus hobbies, habría que ver lo que gasta la gente en alcohol. ¿Quién establece qué es lo que le tiene que gustar a un adulto? Simplemente es una chorradita que me hace feliz”, responde Alfonso a las críticas que suele recibir por su afición.
Ahora todos quieren ser ‘kawaii’
Para sorpresa de las generaciones más mayores, el coleccionismo japonés de figuritas que antes se veía socialmente como algo reservado a los más frikis ahora se ha convertido en una moda compartida por todos. Esta es una de las tesis que defiende Jaime Romero Leo, investigador en la Universidad de Nagoya y autor del libro Neojaponismo: auge y consolidación de la cultura popular japonesa (PrensaUNIZAR, 2024). “Para los más jóvenes, Japón ha dejado de ser algo externo para pasar a formar parte de nuestra educación estética y sentimental”. La fiebre actual por los muñecos no se entendería sin el concepto japonés de lo mono o adorable, es decir lo kawaii.
“Algunos etólogos de principios del XX estudiaron la tendencia humana a la protección instintiva hacia los animales pequeños con rasgos como la cabeza grande, frente exagerada y ojos enormes. Todo esto aplicado a los muñecos se convierte en un éxito comercial palpable”. En el Japón de los ochenta se popularizó, primero entre las mujeres, el gusto hacia lo kawaii como una manera de romper con los estrictos códigos estéticos y de conducta que se imponía a los adultos. El propio creador de los Sonny Angels los diseñó hace veinte años como pequeños compañeros para mujeres estresadas por el trabajo.
Sin embargo, para Romero Leo, la moda actual guarda poco del espíritu contracultural que pudo albergar en un primero momento lo kawaii. “Por desgracia (o fortuna para el capitalismo), esto parece más bien un fenómeno más del consumismo, que rompe las barreras y prejuicios generacionales, llevando a que también los adultos puedan disfrutar de estos elementos”. ¿Acaban infantilizando a los adultos estas modas? Romero Leo prefiere huir de la palabra “infantilización” por contener un poso colonial y despectivo hacia otras culturas. “¿Se convierte en infantil un adulto que gasta parte de su sueldo en estos productos? ¿O sería más bien algo relacionado con la libertad de prejuicios para, simplemente, ser feliz con aquello que le hace feliz? Lo que pasa es que, otra vez, hablamos de una felicidad en términos de consumo”.
Compañeros fieles, hijos del mestizaje cultural, ángeles del neoliberalismo o simplemente la última moda pasajera, mírelos como prefiera, pero acostúmbrese a que durante esta temporada no podrá cruzar la calle o el vagón de metro sin toparse con alguna criaturilla aniñada. Por lo menos estas aún no han aprendido a llorar.
Bebés centenarios
La ilustradora Rose O’ Neill ideó en 1909 a estos angelitos. Se llamaban Kewpie y sus viñetas en una revista femenina fueron un éxito instantáneo. No solo comercial. Con sus dibujos, O'Neill apoyó causas como el sufragio femenino. A partir los años veinte se empezaron a fabricar los muñecos: fue entonces cuando el diseño viajó a Japón de la mano de un empresario que utilizó el icono para su marca de mayonesa. Más de ocho décadas después, en 2004, Toru Soeya lanzó los Sonny Angels. Inspirados en el Kewpie original, se presentaban en formato diminuto y coleccionable. Sin embargo, no fue hasta el auge de TikTok en 2023 cuando estos querubines volvieron a Occidente enganchados a los móviles de influencers y celebrities como Rosalía o Victoria Beckam.
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