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“Me divertí durante 30 días sin gastar dinero”: ¿es posible un ocio que no se pague?

Las ciudades se han convertido en territorios donde el ocio, el contacto social y el disfrute pasan irremediablemente por pagarlo, pero cada vez más voces reivindican el paseo, el juego y la conversación como forma de crear una nueva forma de relacionarnos

Señoras al fresco: aquella forma de socializar que no implicaba comprar ni consumir.
Señoras al fresco: aquella forma de socializar que no implicaba comprar ni consumir.Ernst Haas (Getty Images)

¿Es posible el ocio sin gasto? Muchos suponen que la manera más económica de socializar es no socializar. Otros no se habrán hecho nunca esta pregunta. Algunos de los que sí se han planteado esta cuestión, seguramente, han entrado en Internet en busca de respuestas. Google arroja resultados como “51 planes divertidos para hacer con amigos”, “Planes gratis en Madrid, cultura y ocio sin pasar por caja”, “Cómo divertirse sin dinero”.

Chat GPT, perfecto batiburrillo de todas las cosas que aparecen en la web, tiene muy claro lo que alguien debe hacer si quiere divertirse en Madrid, o en otra gran ciudad, sin gastar dinero: convertirse en un turista. La inteligencia artificial propone “caminar por la Gran Vía y admirar la arquitectura mientras se disfruta de una conversación”, “hacer una ruta de arte urbano por Lavapiés, descubriendo murales y arte callejero”, o “disfrutar de la música callejera en la Plaza del Dos de Mayo” (esta última sugerencia quizá esté un poco desactualizada).

Existen numerosos vídeos que documentan retos relacionados con no gastar dinero. El año pasado, el youtuber Nil Ojeda mantuvo en vilo a sus millones de seguidores cuando decidió asumir el desafío de pasar 21 días sin gastar ni un céntimo. Al parecer, lo logró. Este verano, el surfista e influencer Guillermo Carracedo aceptó el reto que le propuso Red Bull: viajar por Europa durante siete días sin gastar nada. Según el protagonista, las visualizaciones de estos vídeos triplicaron sus cifras habituales. Entre todos los desafíos enfocados en el ahorro y la supervivencia económica, quizá el único que falta es: “Me divertí durante 30 días sin gastar dinero”. ¿Un reto imposible?

El escritor y periodista Jorge Dioni, autor de La España de las piscinas (Arpa, 2021) y El malestar de las ciudades (Arpa, 2023), no termina de comprender del todo el sentido de la pregunta que plantea este reportaje. De hecho, la considera ligeramente absurda: “Vivimos en un mundo capitalista, ¿no?”, se pregunta por teléfono. “Aunque ahora su pensamiento no esté muy de moda, Marx ya explicó que la mediación entre las personas se realiza a través del dinero y los productos. Uno de los aspectos clave es que todo modelo económico y social configura la imaginación de las personas; ya no puedes imaginar algo que no esté dentro de ese modelo”.

Esta podría ser una de las razones por las que a tantas personas les resulta difícil imaginar una vida en la ciudad en la que divertirse sin gastar dinero sea posible. En El malestar de las ciudades, Dioni señala que muchos jóvenes, durante los primeros años de la adolescencia, aprenden a divertirse en los centros comerciales, donde comprar se convierte en un juego. Es justamente así como la autora Jenny Odell retrata su juventud en su último libro, ¡Reconquista tu tiempo! (Ariel, 2024), cuando paseaba con sus amigos por un centro comercial que imitaba “vagamente” una ciudad europea, como si fueran “extras aburridos de una película, deambulando frente a tiendas de cadenas de lujo, un tablero de ajedrez gigante y paredes nuevas pintadas para parecer viejas”.

La principal inquietud de Odell es que, en este contexto de consumismo, parece difícil encontrar formas auténticas de actuar o vivir sin que estén vinculadas a gastar dinero. Ella desea hacer cosas por el simple hecho de hacerlas, no solo participar en experiencias empaquetadas y vendidas como productos. “Me entra el pánico ante la posibilidad de ver bloqueadas todas las posibles salidas. Sigo deseando hacer algo en lugar de consumir la experiencia de ello, pero buscando nuevas formas de ser, solo encuentro nuevas formas de gastar”, se lamenta.

Jugar en vez de consumir

El mejor ejemplo a nuestro alrededor de que es posible divertirse, y mucho, sin gastar absolutamente nada de dinero, son los niños. Los niños son pobres, en cierto sentido, no poseen más patrimonio que el que cabe en su hucha de cerdito. Sin embargo, nadie se lo pasa mejor que ellos. A fuerza de insistir, Dioni termina reconociendo que, efectivamente, uno de los problemas de la sociedad actual es que “el juego se ha transformado en competición”. Según explica, la mayoría de los juegos de cartas tradicionales estaban diseñados para no perder mucho dinero. “Pero nuestro modelo hace que la competición sea más relevante, que siempre se busque obtener algo”, afirma. “De hecho, en las relaciones sociales se ha introducido el lenguaje empresarial: gestionar las relaciones, pensar qué voy a ganar yendo a esta fiesta. Si lo ves así, vivirás en una constante frustración, porque en realidad la vida es muy poco productiva... al final, te mueres”.

Stuart Brown es psiquiatra y fundador del National Institute for Play, conocido por su investigación sobre el juego y su impacto en el bienestar humano. Su obra más destacada es Play: How it Shapes the Brain, Opens the Imagination, and Invigorates the Soul (en español, Juego: cómo moldea el cerebro, abre la imaginación y revitaliza el alma). A sus 91 años, atiende la llamada de esta revista vía Zoom, mostrando un excelente estado tanto mental como físico. Su secreto podría estar en que, aún hoy, el doctor Brown afirma seguir jugando cada día.

Brown señala que el juego es una parte esencial de nuestra vida en todas las etapas, no solo en la infancia. “Aunque es más evidente cuando somos pequeños, sigue siendo una parte importante de nuestra identidad como adultos. Sin embargo, la cultura y las tradiciones tienden a minimizar su valor en la adultez, especialmente en entornos urbanos”. Brown sugiere que si analizamos lo que realmente divierte a un adulto y dónde encuentra alegría, nos damos cuenta de que el juego sigue presente en su naturaleza.

Haciendo un pequeño ejercicio de memoria, cualquiera puede recordar ese momento de la temprana adolescencia en el cual el mundo del patio de colegio se divide en dos categorías: los niños que quieren ser adultos, y los niños que siguen siendo niños. El primer grupo está conformado por aquellos preadolescentes a los que, de repente, les parece absurdo hacer lo que han estado haciendo toda su vida: jugar. Los del segundo grupo, los “niños-niños”, no comprenden bien este cambio de actitud en quienes hasta hace poco eran sus mejores amigos, y que ahora solo aceptarían jugar a la botella.

¿Qué sucede ahí?, preguntamos al doctor Brown. “Lo que ocurre es que, al llegar a la adolescencia, un niño ya ha tenido padres, profesores y personas famosas a su alrededor que en algún momento dejaron de jugar para dedicarse a triunfar”, responde. Según Brown, hay una “fuerte ética cultural” que define el juego como algo “frívolo, una pérdida de tiempo, y a lo que no se le debe conceder importancia”. El investigador aboga por devolver el juego a nuestra cultura, comenzando desde las primeras etapas escolares. “El juego debe ser valorado desde la infancia, y los padres deben preguntarse quién es esa personita que ha nacido en su familia y cuál es su sentido del juego y la diversión”.

Aprender a ‘pasar el rato’

Para divertirse, a veces no es necesario recurrir a la creatividad y la imaginación de una inteligencia artificial, ni siquiera recuperar la capacidad de jugar que se pierde en la infancia. Tal vez, para divertirse solo haga falta saber y poder no hacer nada. Aprender a pasar el rato requiere de un duro entrenamiento. En su libro Gozo (Siruela, 2023), la escritora Azahara Alonso ofrece diez claves sobre lo que, en su opinión, debe tener un año sabático, que, para empezar, debe estar marcado por “el signo de la inutilidad”. El punto número ocho de esta lista destaca los beneficios de un año de inactividad; uno de ellos es aprender a pasear, o mejor dicho, “desaprender a caminar con prisa”. En otro punto del libro, la autora afirma: “Pocas cosas cuestan tanto como no hacer nada en este mundo obsesionado con la productividad”.

En Vida contemplativa (Taurus, 2023), el filósofo surcoreano Byung-Chul Han defiende una existencia marcada por la inactividad y critica especialmente la forma en que se concibe el ocio en la actualidad: “El tiempo libre carece tanto de la intensidad vital como de la contemplación. Es un tiempo que matamos para evitar que aparezca el tedio. No es un tiempo realmente libre, vivo, sino un tiempo muerto. Una vida intensa hoy implica, sobre todo, más rendimiento o más consumo. Hemos olvidado que la inactividad, que no produce nada, constituye una forma intensa y esplendorosa de la vida”.

Han sostiene que la verdadera felicidad proviene de lo inútil y sin finalidad práctica, de lo que no es productivo: “Andar paseando parsimoniosamente, comparado con caminar, correr o marchar hacia algún lado, es un lujo. El ceremonial de la inactividad es: hacemos, pero para nada. Este para-nada, esta libertad respecto a la finalidad y a la utilidad, es la esencia de la inactividad, y es la fórmula fundamental de la felicidad”.

Por último, el escritor Jorge Dioni, quien durante la breve conversación que mantuvo con esta revista demostró ser un consumado filósofo práctico, ofrece una salida más optimista sobre la cuestión de divertirse sin gastar dinero, para la cual ni siquiera es necesario salir de casa. “Todo lo que dices me parece muy desalentador”, afirma. “Hay muchas cosas que se pueden hacer sin gastar dinero. La actividad más divertida del mundo, que es follar, es gratis. Otras actividades que, al menos para mí, son profundamente divertidas, como leer, escribir y hablar con gente, tampoco cuestan dinero. Yo no lo veo tan mal”.


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