“Fue cruel, innecesariamente cruel”: cómo Kathy Bates se convirtió en una estrella pese a su cuerpo y su edad
Tenía más de 40 y un físico nada normativo para Hollywood, pero el Oscar por ‘Misery’ impulsó una carrera que la ha llevado a ser una de las actrices más ocupadas de Hollywood a sus 75 años
Cuando Daniel Day-Lewis leyó el nombre de Kathy Bates (Memphis, 75 años) hubo cierta sorpresa en el Shrine Civic Auditorium. En la carrera de 1990 por hacerse con el Oscar a la mejor actriz protagonista se enfrentaba a la realeza de Hollywood (Anjelica Huston y Joanne Woodward), a la favorita de la Academia (Meryl Streep), y a la nueva novia de América (Julia Roberts). La prensa especializada no le auguraba demasiadas posibilidades. Bates era una desconocida a pesar de haber cumplido ya los 40 e interpretaba un personaje muy antipático en una película de género. Cuatro décadas después, su Annie Wilkes en Misery entra en la categoría de clásico y es uno de esos premios que nadie rebate.
Aquel Oscar era también un premio a la constancia: para gran parte de los espectadores era una incógnita, pero tras su espléndida actuación había dos décadas de trabajo teatral respetado y premiado que sin embargo la hacía invisible a ojos de la industria. Harta de verse ignorada y viendo que Hollywood se negaba a abrirle las puertas, se vio obligada a derribarlas.
Bates había visto como personajes creados por ella sobre las tablas llegaban a la pantalla sin que nadie ni siquiera la tantease. Pasó con Buenas noches, madre, donde su trabajo de once meses en Broadway acabó interpretado por Sissy Spacek y en Crímenes del corazón, en la que se vio reemplazada por Diane Keaton. Dos bofetones que la espolearon. “Me cansé de desarrollar material para Sissy Spacek y otras estrellas”, se lamentó en The New York Times. ”Así que me dije a mí misma: ‘Déjame ver qué puedo hacer con esto”. Tras 11 años en Nueva York se mudó a Los Ángeles, pero eso no significó que las cosas fuesen a cambiar a corto plazo. Todavía le quedaba por vivir una de esas humillaciones que marcan una carrera.
Si había un papel que había forjado su prestigio en Broadway era el de la camarera desaliñada de Frankie y Johnny en el Claro de Luna, la clase de mujer que pide que sus compañeros de cama apaguen la luz porque se siente acomplejada por su físico, una persona anodina, acostumbrada a ser invisible y resignada a no haberse sentido deseada nunca. El dramaturgo Terrence McNally escribió el papel específicamente para ella y ella le respondió con una interpretación magistral. Tras un éxito abrumador era imposible que no llegasen los cantos de una adaptación cinematográfica. Para interpretar su partenaire masculino, el parlanchín cocinero expresidiario que en las tablas había sido F. Murray Abraham, recurrieron a Al Pacino, una estrella indiscutible, pero también un tipo que, al igual que Murray, podría pasar desapercibido tras la barra de un antro.
Sin embargo, cuando buscaron a la protagonista femenina el nombre que se puso sobre la mesa fue el de Michelle Pfeiffer. Los despachos de Hollywood son el único lugar del mundo en el que parecía adecuado que una de las actrices más bellas de la historia era la indicada para interpretar a una mujer acomplejada por su físico. Según la propia Bates confesó a Interview, cuando supo que Pfeiffer iba a ser Frankie se rió “de forma histérica”. ”Estaba en Brasil y eran las seis de la mañana. Fui a desayunar, le enseñé el fax a mis amigos y les dije: ‘¡Tenéis que leer esto!’. Paradójicamente, el de la Catwoman de Tim Burton era un nombre que oía frecuentemente. “Cuando fui por primera vez a la entrevista para Misery me decían cosas como ‘no eres Michelle Pfeiffer, ya sabes’. Y no entiendo la relevancia de ese comentario. Tampoco soy Elizabeth Taylor ni Sean Connery. No entiendo por qué es tan importante comparar a la gente con Michael Jackson o con Madonna, o con quien sea”.
El éxito de Broadway no se replicó en taquilla y nadie pudo dejar de resaltar lo obvio: que a pesar de su incuestionable talento, Pfeiffer no pintaba nada en aquella historia sobre. La almibarada película de Garry Marshal pasó sin pena ni gloria. Tal vez leer las críticas negativas no fuese suficiente consuelo para la desairada Bates, pero seguro que sacarle brillo a su estatuilla mientras tanto alivió un poco su resentimiento.
Kathy Bates es consciente de que su aspecto físico ha condicionado su carrera. “Siempre he tenido un problema con mi peso”, reconoció a The New York Times. “No soy una mujer despampanante. Nunca he sido la chica bonita; siempre he sido una actriz de carácter. Cuando era más joven era un verdadero problema, porque nunca era lo bastante guapa para los papeles que hacían otras. Los papeles que tuve la suerte de que me dieran eran difíciles para mí: normalmente personajes mayores que yo o muy estrafalarios. Y fue duro, no sólo por la falta de trabajo, sino porque tienes que enfrentarte a cómo te mira la gente”.
Aquella discriminación poco sutil no la pilló desprevenida: en su juventud había pasado por varios episodios de depresión y ella misma reconoce que le resultaba difícil ligar. Era una adolescente encerrada en su habitación que se dedicaba a componer canciones tristes, pero eso no la hizo desistir de dedicarse a un trabajo tan expuesto como la interpretación. Tras graduarse en la escuela de teatro se mudó a Nueva York, donde empezó a consolidar su carrera teatral mientras realizaba pequeños papeles televisivos en series como Vacaciones en el mar o La ley de Los Ángeles y esperaba una oportunidad para despegar en la gran pantalla.
Aunque hoy sea imposible pensar en otra Annie Wilkes, la psicótica fan de un novelista al que primero auxilia y luego secuestra, estuvo a punto de ser interpretada por Anjelica Houston, que la desestimó para rodar Los timadores y por Bette Midler, que rechazó el papel por considerarlo demasiado violento. Fue entonces cuando el guionista William Goldman presionó a Rob Reiner para que le diese una oportunidad a la mujer que él había tenido en mente mientras adaptaba el libro de Stephen King. Bates no tardó en conquistarle. “Traía toda una escena preparada, pero después de la primera línea, le dije: ‘No tienes que leer, sé que eres genial’. Tienes el papel”, reconoció Reiner.
Podría ser el inicio de una historia de ensueño, pero sabemos gracias a Goldman que el rodaje no fue un lecho de rosas. No hubo tobillos rotos, pero el estilo interpretativo de James Caan basado en la intuición y la improvisación chocó con la férrea disciplina de Bates, acostumbrada por su formación teatral a largas jornadas de ensayos y a querer saber siempre un poco más sobre el personaje que interpreta. Su esfuerzo valió la pena. La crítica adoró su interpretación.
“En primer lugar, ella no es una cara que conozcamos, lo que ayuda en lugar de socavar su credibilidad. En segundo lugar, ella no es una actriz de cine estadounidense convencional, glamourosa hasta la muerte. Casi parece una persona real del tipo que podrías encontrar en una zona desierta de Colorado con cómodas botas de nieve. En tercer lugar, es una buena actriz que sabe que en la interpretación, menos es a menudo más y que los momentos fuertes tienen que ser racionados”, celebró The Guardian. Se había convertido en un icono del cine de terror sin necesidad de una máscara, sin maquillaje, ni protesis. Su interpretación estaba en la línea de Norman Bates y Hannibal Lecter y como ellos ocupa un lugar en la lista de 100 personajes más malvados de la historia del cine elaborado por el American Film Institute.
Pero los viejos fantasmas no tardaron en aflorar. Apenas una semana después de terminar el rodaje de Misery se fue a Brasil para interpretar a la pacata esposa de un misionero en Jugando en los campos del señor, una película fallida en todos los aspectos, pero demasiados críticos prefirieron centrarse en el físico de Bates antes que en el torpe trabajo de su director, Héctor Babenco. “Enorme sobrepeso” y “poco atractiva” fueron algunas palabras que le dedicó John Simon en su crítica en Playbill. Muchos años después la actriz todavía se lamentaba al recordar a un periodista que en la rueda de prensa había sido tan desagradable que al terminar subió a su habitación a llorar. No terminó la gira promocional a pesar de los ruegos de los productores para que fuese más dura ante las críticas. “Me subí a un avión y me fui a casa. Fue tan cruel, tan innecesariamente cruel”, recordaría en The New York Times.
Se sobreponía a las crítica mostrando un número ilimitado de registros.Ffue uno de los primeros personajes femeninos que abordaron la menopausia en Tomates verdes fritos, cuyo éxito se cimentó sobre el soberbio trabajo de su cuarteto protagonista; enfundada en un corsé formó parte junto con Madonna y Jodie Foster de Sombras y niebla (1991), el homenaje al cine de Fritz Lang de Woody Allen con quien repitió años después interpretando a Gertrude Stein en Midnight in Paris (2011), volvió a Stephen King en la tremenda Eclipse total, su papel favorito y que considera infravalorado. Recibió una nueva nominación al Oscar por su papel en Primary colors (1998), la sátira política de Mike Nicols sobre el ascenso de los Clinton, y una tercera por su desinhibido papel en About Schmidt (2002).
Su escena en una bañera junto a Jack Nicholson se convirtió en una de las más comentadas del año (del físico poco apolíneo de Nicholson no se habló demasiado). “Estuve en el estreno y hay muchas mujeres que gritaban: “¡Muy bien, chica!” se contratulaba en el ¡Hola! britanico. “Creo que hay muchas espectadoras que están encantadas de ver a una mujer de verdad en la pantalla en todo su esplendor”.
”Kathy Bates se estremecería ante la idea de representar una cruzada por los derechos de las mujeres con cuerpos poco normativos” escribió Ruthe Stein. “Sin embargo, su escena de desnudo seguramente allanará el camino para que otras actrices se sientan bien con la falta de ropa en la pantalla”. Antes de aceptar la escena, Bates dijo que había contado con el director Alexander Payne exactamente qué parte de su anatomía se mostraría y qué no y que ambos habían llegado a un consenso. Y antes de entrar en la bañera se tomó un Cosmopolitan “para poder relajarme lo suficiente”.
Y entonces su carrera se detuvo. El motivo no fue que el teléfono dejase de sonar sino un cáncer de ovario. No lo anunció. Solo dejó de trabajar cuando la quimioterapia lo hizo imposible. Apenas una década después le diagnosticaron otro cáncer, esta vez de mama, algo que describe como un “puñetazo en el intestino”. Pensó que su carrera había llegado al final, se hizo una doble mastectomía y superó la enfermedad, pero desde entonces sufre linfedema, enfermedad poco conocida pero no infrecuente.
Desde entonces, concienciar sobre esta enfermedad y presionar para obtener financiación para su investigación es una de sus prioridades. A su enfermedad se le sumaron más malas noticias. La NBC canceló su serie Harry’s Law, en la que interpretaba a una peculiar abogada que ejercía desde una zapatería, “porque nuestra audiencia era demasiado mayor. Así que el mensaje que estaba recibiendo era, ¡vete de aquí, joder! Eres demasiado vieja, o estás enferma, ya no tienes tetas, tuviste cáncer de ovario y ya nadie te quiere. Eso era lo que estaba en mi cabeza”, lamentaba en Vanity Fair.
Bates tiene claro a quién responsabiliza de haber vuelto a la cresta de la ola: “Ryan Murphy ha resucitado mi carrera”. Fan declarada de American Horror Story, llamó un día a su amiga Jessica Lange para desayunar y le pidió que hablase con Murphy sobre la posibilidad de trabajar con él. Murphy no lo dudó: su primer papel a sus órdenes fue el de la aterradora Madame Delphine LaLaurie en American Horror Story: Coven y desde entonces su colaboraciones han sido habituales. “Gracias a Ryan, mi carrera se abrió. Me trajo de vuelta a la vida durante un período difícil de mi vida”.
El cine no se olvidó de ella. Tras reponerse siguió trabajando con idéntica intensidad. Su última nominación al Oscar le llegó por la abnegada madre de Richard Jewell (2019) de su adorado Clint Eastwood, su principal motivación para aceptar el papel. “Estaría feliz hasta de llevarte el café” le dijo cuando la llamó. A punto de cumplir 76 años, sigue en plena forma. El año pasado formó parte de la adaptación de la novela de Judy Blume ¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret? y esta semana estrena la comedia romántica Un asunto familiar junto a Nicole Kidman y Zach Efron. Y en capilla esperan Thelma, la historia de la la lucha de Thelma Toole, madre del autor de La conjura de los necios, para conseguir ver la obra de su hijo publicada, y Matlock, el reboot de la serie de los ochenta en la que volverá a interpretar a una abogada. La carrera de Kathy Bates sigue en plena forma. Ella cree que es por ser una mujer normal, pero realmente es por ser una actriz extraordinaria.
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