Sergio Bernal, bailarín: “Es duro pensar con 33 años que tu carrera se está acabando”
Empezó a bailar con 11 años, a los 21 se convirtió en solista del Ballet Nacional de España, a los 24 subió a primer bailarín y a los 33 estrena su espectáculo SER en Barcelona y se replantea el futuro
El bailarín Sergio Bernal (33 años, Madrid) tiene tendencia al discurso. A terminar las frases como con ganas de dar un salto y levantarse de la silla. Y es así, con un esbozo de vuelo, como se desplaza de un lado a otro de su estudio en el barrio de Chamberí, en una tarde en la que no para de repetir la frase: “no me cuesta nada”. “Si queréis, puedo arrastrar esta lona para que no se vea en las fotos, no me cuesta nada. Me mojo el pelo en un segundo, no me cuesta nada. Traigo la maleta con la ropa y os muestro opciones ahora mismo, no me cuesta nada. ¿Queréis un poco de música? La pongo enseguida, si es que no me cuesta nada”.
Da la impresión de que a Bernal hacer cosas le cuesta bastante menos que al común de los mortales. A los 11 años ingresó en el Real Conservatorio de Danza de Madrid, y a los 18 se unió a la compañía junior del Ballet Nacional de España. Con 21 años se convirtió en solista del Ballet Nacional de España y a los 24 subió a primer bailarín. Actualmente dirige su propia compañía, que presentará su obra SER el próximo 2 y 3 de mayo en el Teatro Victoria de Barcelona. En esta pieza conviven varios lenguajes de danza y se integran elementos pop, inspirados en artistas como Beyoncé. “Ella ha conseguido SER, y por eso la admiro”, comenta sobre la cantante. “Que una persona consiga salir al escenario con total tranquilidad a disfrutar y hacer disfrutar, para mí, es lo más bonito del mundo.
¿Cómo está viviendo esta etapa como director de una compañía? Estoy aprendiendo. Han sido cuatro años intensos y complicados. Lo peor fue al principio. Dos meses después de dejar mi puesto como primer bailarín del ballet de España para montar mi propia compañía, llegó la pandemia. Ya habíamos alquilado el estudio con vistas a estrenar en mayo, y de repente, en marzo, nos confinamos. El problema es que no era solo en España, era en todo el mundo. Y sin ningún tipo de perspectiva, nadie sabía qué iba a ocurrir.
¿Cómo lo vivió? Fue un momento de pura congestión. En el Ballet Nacional tenía una estabilidad asegurada, y de repente me encontré sin trabajo, sin poder sacar adelante mi compañía. Afortunadamente, en Madrid los teatros abrieron el 1 de junio y ya no volvieron a cerrar.
Para un bailarín, debe ser especialmente duro verse encerrado en una casa. Un bailarín se define por estar en continuo movimiento. Al parar, lo que me ocurrió es que empecé a escuchar un montón de voces en mi mente, voces que me hacían preguntas para las que muchas veces no tenía respuesta.
Acostumbrado a entrenar seis horas diarias, debía tener un superávit de energía. Podía entrenar, pero solo en casa. Al no ser profesionales de primera necesidad, no estaba justificado que viniera al estudio. Era complicado. Por ejemplo, danza clásica nada. No puedes saltar en un suelo duro porque te revientas. Zapatear ni te cuento porque la persona que vive abajo resulta que también está confinada. Contemporáneo es más suave pero en un descuido con un movimiento de brazo tiras medio mueble. Hacía ejercicios de gimnasia, movimientos de ballet agarrado a una estantería. Pero por otro lado tu mente te dice: ‘¿para qué? Si ni siquiera sabes si vas a volver a bailar’. Por suerte al final conseguí encontrarle el lado positivo.
¿Cuál? Por acción divina me convencí para darme todo el tiempo que no me he dado durante toda mi vida. Como bailarín siempre estás haciendo cosas, nunca estás tranquilo del todo con uno mismo. De pronto descubrí otra naturaleza de la vida, el no tener que preocuparte nada más que en vivir, sin pensar en horarios, en viajes o en riesgos laborales. Simplemente levantarme y sentarme tranquilamente en mi terraza. El confinamiento me sirvió para aprender a escucharme, entender quién soy, identificar mis inseguridades, analizar qué era lo que quería hacer y dónde quería llegar, en definitiva, hacer un trabajo de introspección.
¿Este proceso influyó en su creación artística? El nombre del espectáculo, SER, viene del proceso de intentar ser uno mismo que viví durante el confinamiento. De repente, el plano que me obsesionaba con hacer una pirueta más para satisfacer mi propio ego se apagó, y empecé a entender que lo importante es salir al escenario para emocionar al espectador. Todo el esfuerzo que hace el público por venir a vernos se tiene que recompensar. A las personas les importa una mierda que les hagas una pirueta más; han venido para emocionarse y para olvidar sus problemas diarios, sean los que sean. Les tienes que sacar de su vida. Eso es lo importante. Lo demás es ego.
La conversación se interrumpe brevemente cuando Ricardo Cué, el director artístico de Sergio Bernal Dance Company, aparece. “Para mí, Ricardo es como un familiar, casi un padre”, confiesa Bernal una vez que su socio se ha retirado. Se conocieron en un maratón de danza de 24 horas donde Cué formaba parte del jurado y Bernal fue el ganador. “Ricardo se fijó en mí; un día quedamos y me dijo: ‘Mira, yo no te voy a ofrecer nada, no te voy a pedir nada, lo más probable es que no te vuelva a llamar, pero nunca se sabe. Solo te vengo a advertir de que puede que en algún momento nos volvamos a ver’. Al cabo de un mes me llamó para invitarme a una gala de estrellas en Atenas. A partir de ahí hasta hoy. Él ha sido quien insistió en que incorporara más registros a mi estilo, quien me abrió los ojos y me hizo ver que no necesitaba limitarme al español, y que cuantos más lenguajes de danza dominara, más libre me sentiría en el mundo.”
¿Desde cuándo convive con la exigencia en su vida? Si soy sincero, probablemente desde los seis años. Esta profesión es muy exigente. Desde que estás en el conservatorio te comparan constantemente y te dicen que todo lo que haces podría mejorar un poco. A mi juicio, es esencial educar con exigencia y rigor, pero también con afecto. Es fundamental hacer creer a la gente que puede superarse, sin necesidad de comparaciones. Si tratas a alguien con cariño, esa persona llevará ese cariño al escenario, y eso se transmite al público.
¿Cuándo se dio cuenta de que destacaba entre los demás niños? Me di cuenta de que iba a llegar lejos cuando comprendí que bailar era mi forma natural de comunicarme, lo que coincidía más exactamente con mi forma de ser.
¿Existe una parte de talento natural en su éxito? Totalmente. Pero lo más importante es que la persona reconozca cuál es su talento. Descubrir tu manera de comunicarte con el mundo y tu vocación es crucial. Solo así es posible entregarte sin límites a algo. Desde los cuatro años, mientras otros niños jugaban al fútbol en el parque, yo me subía a lo alto del tobogán y me ponía a bailar. Ahí supe que esa era mi vida, y nada ni nadie podría cambiarlo.
Creció en el barrio de Usera, ¿cómo influyó esto en su vida? Crecer en Usera fue muy importante para mí y sigue siéndolo porque allí está toda mi vida. Cada domingo visito a mi madre en Usera. No tener un chalé con piscina y tener que bajar a la piscina del barrio me enseñó a comunicarme y a sacar el máximo partido a lo poco que tenía. Usera me dio los valores.
Fue su madre la que decidió apuntarle a danza. Sí, nos apuntó a mi hermano gemelo y a mí a clases de sevillanas y de flamenco. Él decidió abandonar a las dos semanas y yo seguí, hasta el día de hoy.
¿Cómo le diferenció frente a su hermano gemelo el hecho de ser bailarín? Es una pregunta complicada, la verdad. Yo vengo de una familia desestructurada, con padres separados. Para mí la danza fue la mano que la vida me tendió para salvarme. Te obliga a centrarte en crecer e intentar ser cada día mejor. Mi vida se volcó en el aprendizaje y la dedicación. Mi hermano no tuvo esa disciplina y ese rigor que te da la danza, por eso nuestras vidas han terminado siendo muy diferentes. Él lleva una vida más tranquila, sin tanta exigencia, una vida más natural, más fresca. Yo he vivido una vida más cañera, más dura.
¿Envidia algo de esa vida más tranquila? El otro día salió este tema en un ejercicio de terapia. Nunca he envidiado otras vidas porque no puedo desear lo que ni siquiera he llegado a conocer. De adolescente nunca he estado con colegas en el parque, no es que no cupiera en mi cabeza, es que ni siquiera existía ese plan, no iba a ser posible. He tenido una infancia bonita, pero a partir de los once años no he tenido esas salidas de ir a la bolera, ir de camping, irse de juerga. Pero es que tampoco he tenido nunca la necesidad ni lo he envidiado porque, sinceramente, es algo que nunca lo he conocido. No se puede echar de menos lo que nunca se ha llegado a conocer.
¿Considera que ha hecho sacrificios para llegar donde está? No lo veo como un sacrificio. Si lo considerase un sacrificio, estaría diciendo que he estado buscando otra vida, y por nada del mundo cambiaría la vida que tengo ahora. Han sido regalos de la vida. Puede ser duro no tener tiempo para estar con amigos o jugar a la PlayStation, pero nunca he sentido la necesidad de hacer algo diferente a lo que estaba haciendo. Lo que me da mi profesión, estar en el escenario frente al público, ese poder que te da la danza, no lo cambiaría por nada.
¿Cómo se siente físicamente a sus 33 años? Uf, buena pregunta. Me encuentro en un momento de transición.
¿Qué significa eso? Llevo toda la vida escuchando a compañeros decir: ‘Cuando llegues a los 30, te vas a enterar’. Yo pensaba que exageraban, pero es totalmente cierto. Parece un absurdo, pero mientras en otros ámbitos la gente está empezando su carrera a los 33, en el mío, desde los 20 ya te advierten que no eres un adolescente. Ahora, comienzas a pensar que tu carrera se está acabando, que te estás haciendo viejo. Es muy duro. Al final, te encuentras teniendo que reconfigurar tu vida, sin saber hacer otra cosa que bailar. Cuando se cierra el telón de tu carrera, te sientes exhausto y de alguna manera vacío, como si ya no pudieras volver a hacerlo porque has dado todo.
¿Le da miedo cumplir años? Sí. Para empezar porque es el 23 de septiembre y llega el otoño, que a mí no me gusta nada. Yo tendría que haber nacido en abril, al principio de la primavera. Tengo miedo cuando cumplo años y cuando no los cumplo, el temor a envejecer es algo con lo que convivo cada día. Tu notas cómo, de un año a otro, haciendo lo mismo, tu cuerpo ya no responde igual.
¿Cree que el desgaste físico le pasará factura? Lo normal es que puedas tener como cuatro protusiones en la espalda. Te pasas el día haciendo cambrés, son posiciones que no son naturales del todo, no son anatómicas. La gran mayoría de los escenarios son súper duros, tu cuerpo sufre. Es muy común ver a bailarines con la espalda hecha polvo o con una garrota. Yo llevo bailando con la almohadilla de un pie inflamada desde hace un mes y medio. Lo que pasa es que el umbral de dolor que soporta un bailarín es muy elevado.
¿Tiene un plan a largo plazo? Creo que es importante tenerlo. Al menos poder proyectar nuestros pasos en una dirección. No tengo el punto exacto en el mapa localizado al que sé que voy a llegar. Hace poco entendí que he montado mi compañía para darme un espacio en el que conocerme y crear un camino artístico. No sé dónde voy a llegar pero tengo claro que quiero seguir evolucionando mi lenguaje. Me siento como un médico que intenta aportar algo bueno, que ofrece algo bello para que la gente tenga un momento de alivio y belleza durante el tiempo que dura el espectáculo.
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